Panorama desde un tapón

N o es raro encontrase en un taponamiento de vehículos en cualquiera de las calles y avenidas del país. Donde quiera, como conductores o pasajeros, nos vemos detenidos dentro de un vehículo, mientras un policía de la Amet interrumpe el trabajo…

N o es raro encontrase en un taponamiento de vehículos en cualquiera de las calles y avenidas del país. Donde quiera, como conductores o pasajeros, nos vemos detenidos dentro de un vehículo, mientras un policía de la Amet interrumpe el trabajo de un semáforo que funciona a la perfección, pero que, sin embargo, este policía asume que necesita auxiliar al aparato.

Dentro del carro, es inevitable recorrer con la vista el entorno que constituye cualquier esquina de la ciudad. Por la ventana, a través del cristal, puedo ver un grupo de personas de ambos sexos y diferentes edades, que corren entre los automóviles ofertando todo tipo de mercancías. Botellas de agua, aguacate, limpiavidrios, animales, periódicos y flores, constituyen la mayoría de los productos ofertados por los vendedores.

No faltan los pedigüeños, que se acercan con la ilusión de recibir una moneda, y ante la negativa de su interlocutor, reaccionan de diferentes maneras, unas menos pacíficas que las otras.

Para alguien que no haya nacido y crecido en el país este panorama le resulta extraño y hasta divertido, pero para los dominicanos, éste, que es el pan nuestro de cada día, constituye una enorme molestia y hasta hay quienes llegan a sentir vergüenza por la impresión que se llevan nuestros visitantes.

No es que sea un lindo paisaje y es cierto que es molesto cuando la persona acaba de lavar el carro, que le tiren una esponja sucia en el cristal, que un pedigüeño molesto por no lograr su objetivo de recibir una moneda, le dé una trompada en la carrocería de su vehículo, eso causa una gran impotencia, sobre todo, si uno siente que lo hicieron porque una es mujer, y lo peor de todo es que los policías de la Amet, se la pasan muertos de risa conversando entre ellos, mientras estas personas cometen todo tipo de abusos con las personas que además de estar sometidas a la tortura que representa verse atrapadas en un largo taponamiento, tienen que soportar las groserías de los vendedores de los semáforos.

Lo malo no es la actividad que realizan estas personas, sino la violencia y agresividad con que tratan a los demás, porque éstos no quieran darles una moneda o no permitan que les ensucien el cristal de su carro. l

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