Pensamiento caribeño en el siglo XIX

Partir.Así como hay hombres-hiena y hombres-pantera, yo seré un hombre-judío, un hombre cafreun, hombre-hindú-de-Calcutaun-

Partir.
Así como hay hombres-hiena y hombres-pantera, yo seré un hombre-judío, un hombre cafreun, hombre-hindú-de-Calcutaun-
hombre-Harlem-sin-derecho-a-voto.

El hombre-hambre, el-hombre-insulto, el hombre-tortura se le podría prender en cualquier momento, molerlo a golpes-matarlo por completo sin tener que rendirle cuentas a nadie… Aimé Cesaire.

El siglo XIX fue en la Europa occidental muy productivo y creativo a nivel del pensamiento político. Los cambios que se produjeron en la economía, con la revolución industrial, se reflejaron en el plano político. Comenzaron las luchas por la igualdad política y los derechos humanos. El siervo se convirtió en trabajador asalariado. Fue el siglo XIX el momento de la historia de la humanidad que más profundamente ha marcado el pensamiento occidental. Diversas corrientes de pensamientos desarrollaron visiones diferentes sobre la interpretación de la historia y sobre todo, cuál debía ser el camino de la transformación. En medio de la diversidad de opiniones y opciones, existía un común denominador: la libertad, el progreso, la preponderancia de la ciencia y la fe en el futuro. Estos valores estaban subyacentes al pensamiento de todos y cada uno de los creadores, padres de las diferentes teorías e interpretaciones nacidas como respuestas a la cambiante realidad del siglo XIX europeo: Neocatolicismo, marxismo, positivismo, idealismo y liberalismo figuran entre las principales corrientes de pensamiento que se ofrecieron como alternativas a los hombres y mujeres de esa lejana época.

El neocatolicismo tuvo que renovarse para poder dar respuesta a la filosofía anti-clerical nacida con la Ilustración y del llamado “Siglo de las Luces”. Intentó restablecer las tradiciones católicas en la vida social y en el gobierno del Estado, pero defendiendo el progreso y la modernidad. Los principales teóricos de esta corriente fueron Ballanche, Chateuabriand y Lamennais.

Apareció también el idealismo, versión más abstracta, pero más acabada, del romanticismo alemán. En el discurso de los idealistas aparecían siempre las palabras que resumían la esencia de su posición filosófica: “Yo”, “idea”, “sustancia”, “moral”, “espíritu” y “libertad”. Consideraban que el alma de los seres humanos era como algo muy superior a su propia naturaleza física.
También en el siglo XIX, nació la más controversial representación del pensamiento revolucionario, el materialismo histórico de Carlos Marx. Era el más sobresaliente del grupo de los intelectuales, los llamados “la izquierda hegeliana”. Reconocían la utilidad de la dialéctica hegeliana, pero invierten el concepto. Ya no será la idea, el motor de la historia, sino la lucha de clases. Marx auspicia el pensamiento materialista y sobre todo, crítico del nuevo orden económico cada vez más dominante en el mundo que era el capitalismo.

Ahora bien, el mayor triunfo del siglo XIX fue la doctrina liberal. Pensamiento político nacido en el seno de las potencias europeas. En la gestación y desarrollo del denominado liberalismo se cruzaron pensamientos y orígenes con temporalidades y nacionalidades distintos. Por eso resulta difícil ubicar el momento preciso del nacimiento del liberalismo, pues se inicia en el siglo XV pasando por el XVIII hasta llegar al XIX. Incluye pensadores como Tomás Moro, Richelieu, John Locke, Rousseau, Montesquieu, entre otros. Está claro que el liberalismo es el complemento teórico del capitalismo naciente. Tres son los principios que defiende: 1. La libertad individual; 2. El Estado de Derecho, es decir, defiende la igualdad ante la ley; y 3. El derecho a la propiedad
Así pues, resumiendo podemos decir que el liberalismo fue la expresión ideológica y política de la nueva sociedad nacida en el mundo feudal de la Europa central. Una sociedad sustentada en la economía de mercado, abierta destinada a la producción y circulación de mercancías. La nueva sociedad necesitaba un nuevo instrumento de poder. Por esta razón nació el Estado liberal y republicano. Como teoría y filosofía del pensamiento, podríamos afirmar que el liberalismo nació en Francia a partir de 1818.

El pensamiento siguió evolucionando. Nació el positivismo cuando el liberalismo se había consolidado, a finales de los años 30 del siglo XIX. El pensamiento positivista podría definirse como una doctrina filosófica y política. Según esta teoría, todo lo que existe proviene porque el ser humano lo creó y no la divinidad. Lo único válido era la razón y la ciencia, a través de la experimentación, la observación y la experiencia. Planteaba la nueva corriente que solo a través de la ciencia era posible el progreso.

Lo cierto es que el liberalismo y el positivismo fueron dos doctrinas que respondieron a las necesidades de la burguesía emergente. Podemos entonces concluir que el positivismo fue la filosofía de la burguesía instalada en el poder, y como respuesta a las nuevas teorías revolucionarias del socialismo utópico y del marxismo. Sin embargo, para algunos teóricos fue un arma ideológica de carácter reaccionario. Como bandera espiritual de la burguesía, el positivismo fue una tendencia idealista contradictoria. Su contradicción radicaba en el hecho de reflejar los intereses de clase de la burguesía al tiempo que pretendía ofrecer una fórmula de reforma social.

En América Latina y el Caribe, tal y como sucedió en Europa, el positivismo latinoamericano surgió después que las nuevas fuerzas sociales lograron instalarse en el poder.

El liberalismo, aunque es doloroso decirlo, había fracasado como proyecto político. Las luchas inter caudillistas que provocaron la incoherencia entre pensamiento y acción, acentuada por la presencia cada vez mayor de las fuerzas conservadoras, hizo que un grupo de liberales se acercaran al pensamiento de Augusto Comte. Así, del idealismo burgués, defendido por los liberales radicales, pasamos a una mentalidad más racional y práctica, que exigía líderes críticos frente a su realidad, negadores de la herencia recibida y especialmente capaces de garantizar el orden y el progreso. Negaron la libertad, porque ella había provocado las luchas intestinas, las crisis políticas, los gobiernos sucesivos y poco duraderos.

Llegó sin transición alguna el pragmatismo positivista. El discurso de la patria y la libertad fue sustituido por el orden, pues la libertad había traído anarquía. Y para instaurar ese orden soñado, si era necesaria la fuerza, no importaba. Y si el orden y la fuerza traían el progreso, muchas más razones había para defender esas ideas. De ahí nacieron las dictaduras positivistas del siglo XIX, que en nombre del orden y el progreso, atropellaron los derechos humanos.

Como ocurrió en América Latina, no así en el Caribe, las ideas políticas liberales, primero, y las positivistas después, estuvieron presentes en el discurso de los políticos y de los intelectuales dominicanos. Los diferentes líderes de las supuestas corrientes ideológicas “antagónicas” (así, entre comillas) se presentaban a la población como verdaderos defensores de los principios de la institucionalidad democrática, de la libertad y del respeto a los derechos ciudadanos.

Con esta breve introducción, en la próxima entrega trabajaremos sobre los autores que desarrollaron sus pensamientos en el siglo XIX.
Hasta la próxima.

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