Pensamiento caribeño

En el Hotel Queen’s Park, con sus blancos dormitorios de cielos altos vuelvo a entrar a mi primer espejo local. Una cucaracha babosa se desvía de su camino al Parnaso en el lavatorio de porcelana.

En el Hotel Queen’s Park, con sus blancos dormitorios de cielos altos vuelvo a entrar a mi primer espejo local. Una cucaracha babosa se desvía de su camino al Parnaso en el lavatorio de porcelana. Cada palabra que he escrito equivocó el sentido. No puedo relacionar estas líneas con las líneas en mi rostro.

El niño que murió en mí ha dejado su huella sobre las enmarañadas sábanas, y fue su pequeña voz la que susurró desde la garganta gutural del lavatorio.
Afuera, sobre el balcón, recuerdo cómo era la mañana. Era cual ángulo de granito en la “Resurrección” de Piero della Francesca, el pie adormilado y frío picando como las pequeñas palmeras cerca del Hilton.

En la húmeda Savannah, guiados suavemente por sus lacayos, bufando, ejercitan corceles de tobillos graciosos tan graciosos como el humo marrón de las panaderías. El sudor oscurece sus flancos, y el rocío ha escarchado la piel de los enormes taxis americanos detenidos durante la noche en la calle.

En oscuras callejuelas de pavimento, iluminadas por un rayo de sol el rostro hermético de las chozas se conmueve con esa frase de Traherne: “El maíz era naciente y el trigo inmortal”, y los cañaverales de Caroni. Con todo el verano por delante una brisa camina hacia los muelles, y el mar comienza. Derek Walcott.

Aunque no se ha agotado el tema migratorio en el Caribe, que se comenzó desde el inicio mismo en que apareció en los anales de la historia, y que todavía hoy es un tema de interés, y después de varios meses trabajando las migraciones china, hindú, negra, judía y árabe, faltando todavía los españoles, italianos, entre otros; he decidido hacer una pausa y moverme hacia el pensamiento caribeño y sus grandes pensadores. La migración volverá, necesariamente, a ser objeto de esta columna.

En el caso de nuestra República Dominicana, el factor más determinante de las relaciones domínico-haitianas es el tema de los trabajadores migrantes ilegales. En la actualidad hoy en la palestra pública desde diferentes ángulos: las diferencias entre la Dirección de Migración y el padre Regino Martínez; y los haitianos que mal pernoctan frente a las oficinas del Ministerio de Trabajo solicitando prestaciones.

Sin embargo, mi espíritu inquieto y mi constante búsqueda de profundizar en el pensamiento político y social del mundo oriental y occidental, me motivaron a abandonar por un tiempo el tema migratorio. Este ciclo de artículos tratará de abarcar a grandes pensadores del Caribe, no sólo del ámbito hispano. Aclaro, porque es honesto y justo hacerlo, que no soy una especialista en el tema, me estoy iniciando como una estudiante universitaria más. Aprenderemos juntos.

Incluso, los artículos que escribí a lo largo del 2012 en esta columna, constituyeron el mejor aprendizaje que he tenido en los últimos tiempos. Cada lectura hecha para poder elaborar las casi mil palabras obligatorias, me hicieron descubrir nuevos horizontes intelectuales y nuevas ideas para desarrollar investigaciones.

Hasta el momento he pensado en trabajar con los siguientes pensadores: Alejo Carpentier, José Martí (Cuba); Aimée Cesaire (Martinica); Jean Price Mars (Haití); Eugenio María de Hostos (Puerto Rico); Pedro Francisco Bonó, Ulises Francisco Espaillat, Joaquín Balaguer y Juan Bosch (República Dominicana). Quizás en el proceso surjan algunos otros autores, pero creo que por el momento, este grupo es suficiente.

Soy de las que piensan que el pensamiento caribeño es el producto también, como quizás ha ocurrido en el resto de América Latina, de olas migratorias económicas e intelectuales. Más aún, el Caribe es el producto del desarrollo de la economía mundial, desde los tiempos en que el mercantilismo se iniciaba y luego el capitalismo imperial se consolidaba. Su historia, su pensamiento, sus tradiciones no pueden entenderse sin la necesaria vinculación con el resto del mundo. Como bien afirma Frank Moya Pons, en el prólogo de su gran obra “Historia del Caribe”:

A pesar de la diversidad social de la región, el Caribe mantuvo su uniformidad económica virtualmente intacta durante varios siglos, pues el sistema de plantaciones no solamente continuó incólume, sino que evolucionó hacia un sistema organizacional más complejo y poderoso: las centrales azucareras. Este desarrollo fue seguido por la irrupción de los Estados Unidos dentro de la arena política caribeña. Como resultado, muchas grandes corporaciones norteamericanas terminaron desplazando a los inversionistas europeos en las Antillas españolas… Esta narrativa sintetiza…la evolución económica y social del Caribe como una entidad orgánica, y su integración funcional…este enfoque…resulta útil para corregir la percepción común…de que la región tiene una historia real caleidoscópicamente fragmentada…esa percepción resulta ser engañosa, porque se observan de cerca las continuidades estructurales del sistema de plantaciones, entonces se puede entender el Caribe como un gran corazón económico…[i].

Partiendo de esta interesante reflexión del amigo Frank Moya, sostengo que los pensadores caribeños, nacidos en las islas francesas, inglesas, holandesas o españolas, el desarrollo de su pensamiento ha estado condicionado por esta realidad de dependencia económica y de los intereses de los dueños del mundo. El imaginario colectivo caribeño se ha visto marcado por la condición de islas: dispersas, plurales, multiculturales y lingüísticas, convertido casi en una babel horizontal bordeada de aguas.

Muchos pensadores, la gran mayoría, se nutrieron de las ideas de los pensadores de sus metrópolis, aunque en sus palabras y pensamientos surgieran brotes de dolor, rabia y rebeldía, como fue el caso de Aimée Cesaire. En unos nacieron proyectos revolucionarios que intentaban romper el destino impuesto por las metrópolis de turno, como fue el caso de Hostos y su proyecto antillanista. Otros buscaron entender cómo el condicionamiento geográfico determinaba la geopolítica regional y particular, como fue Juan Bosch. Y en algunos, el hecho de ser isla, marcada por el mar Caribe era una condición negativa a la posibilidad de crecimiento económico y progreso social, la mezcla de razas constituyó, según ese pensamiento, un retroceso, un obstáculo, un sello terrible para poder superar los males, ese fue el caso de los positivistas y su proyecto de importación de migrantes europeos, como defendió, por ejemplo, Espaillat hace casi dos siglos.

Y, así, durante unos meses haremos un recorrido por el tiempo y por el pensamiento de estos hombres, ninguna mujer, que desde el siglo XIX vivieron, pensaron, sufrieron y soñaron con el Caribe de su destino. El poema del premio Nobel de Literatura que encabeza esta reflexión, es un reflejo de cómo esta realidad marcó, ha marcado y marcará a los hombres y mujeres que vivimos, pensamos y sufrimos este Caribe diverso y plural. Nos vemos en la próxima.
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[i] Frank Moya Pons, Historia del Caribe, Santo Domingo, Editora Búho, 2008, página 13.

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