Pérdida terrible

La muerte física de  una  hija o un hijo es una pérdida terrible. Se agota  una parte de nosotros. Difícil de entender…

La muerte física de  una  hija o un hijo es una pérdida terrible. Se agota  una parte de nosotros. Difícil de entender porque nos educan para pensar que los padres morirían primero. La muerte cambia expectativas. Nos reafirma lo frágil y corta que es la vida humana. Amplía la capacidad solidaria.

La pérdida que sufren los amigos, nos conmueven en igual dimensión. Aprendemos a sentir la magnitud del dolor que expresan cuando muere uno de los suyos. En el momento que  me enteré de las circunstancias en que murió William Emmanuel Cordero Acevedo, sentí el impacto que me produjo el fallecimiento de mi hija Rosa, David Caba y Miriel Camilo. Sus vidas físicas terminaron en circunstancias diferentes, pero el dolor que se siente provoca emociones similares.

William fue un deportista y un profesional que practicó la solidaridad como le enseñó su familia. Un joven practicante de la educación en valores que conoció en su familia. Cuando lo veía lo saludaba con el mayor afecto, como a Katherine.  Su madre, Josefina Acevedo, es una profesional que ha sido fuente de estímulo para los miembros de su familia y amistades. William es parte de una familia que ama la vida. Su padre murió cuando vivía los años juveniles. William lo tengo presente  como lo conocí: estudiante con prácticas deportivas. De niño aprendí lo frágil que es la vida. La formación cristiana que recibí me ayuda a comprender el fin de la existencia física, pero aún no he logrado verla libre de las emociones de pesar. El padre Santiago Hirujo, en paz descanse, me dijo un día que las reacciones confirman la condición de humano.

El día que murió su madre su vida cambió. Hasta el día de su fallecimiento lo sentí con una expresión de tristeza que ni su sonrisa podía cubrir. Simone de Beauvoir escribió tras morir su madre: “toda  muerte es un accidente violento”. El padre Pedro Arrupe, Superior de los jesuitas, fue un hombre reconocido como una persona de una fe inquebrantable y se distinguió como  un hombre optimista, lo que le parecía una gracia de Dios. No se impacientaba por temores anticipados. “…El señor se encargará del resultado”. En sus momentos finales dijo a los padres jesuitas que ya no podía hablarles directamente, pero les aseguró se sentía más que nunca en las  manos de Dios. Los buenos recuerdos sobreviven. Es lo más importante.

Posted in Sin categoría

Más de

Más leídas de

Las Más leídas