Plenitud de vida

En un fin de semana de éstos, pude intercambiar con personas muy necesitadas, las cuales, si no te adentras a su medio, jamás imaginarías cuánto necesitan. Visité diferentes comunidades del Sur profundo, donde encontré rostros maltratados por…

Plenitud de vida

Este fin de semana pude intercambiar con personas muy necesitadas, las cuales, si no te adentras a su medio, jamás imaginarías cuánto…

En un fin de semana de éstos, pude intercambiar con personas muy necesitadas, las cuales, si no te adentras a su medio, jamás imaginarías cuánto necesitan. Visité diferentes comunidades del Sur profundo, donde encontré rostros maltratados por el sol y la pobreza, pero, paradójicamente, con sonrisas alegres y transparentes.

La mejor enseñanza que obtuve en este recorrido fue cuando visité a una hermana religiosa, una monja de clausura. Cuando voy al Sur, suelo detenerme un rato en el convento donde vive, no solamente a saludarla, sino a recibir de ella y las demás el mejor abrazo, pero sobretodo, la expresión más abierta de alegría y “libertad”. Esta última palabra, sobre una persona que vive apartada de la sociedad y cerrada en un convento desde muy joven, es lo último que se esperaría.

Cuando empezó su narrativa con una expresión de alegría, gratitud y gran satisfacción de sus experiencias vividas, algo que manifestó fue que desde niña Dios le dio la oportunidad de escoger su “verdadera vocación”: “Servirle de esta manera”. En un momento dado, le pregunté que si no tenía algún arrepentimiento de llevar, por más de 50 décadas, este tipo de vida, a lo que respondió: “Mi hija, el que espera ser feliz teniendo casas, carros, viajes, esposo o esposa e hijos, está equivocado. Todo esto es otro tipo de decisión de vida, la verdadera felicidad está, primero, en Dios; en mi caso particular, en querer agradarle a Él y llevar una vida de servicio, entrega y amor hacia los demás”.

Al salir de ese lugar, fue tal mi impacto y aprendizaje que ni siquiera me atreví a preguntarle sobre su enfermedad. Sólo al final, después de más o menos dos horas, le pregunté cuándo vendría a Santo Domingo, a lo que contestó llena de paz: “Quizás la próxima semana, pues estoy esperando unas evaluaciones médicas que me están haciendo en Estados Unidos. Recién me han encontrado un cáncer, ya avanzado, y se está reevaluando qué se va a hacer conmigo. Dependiendo del diagnóstico, se sabrá si me van a poder dar quimioterapia.”, y mirando al cielo y sonriendo, dijo: “Y, si no, que sea lo que Dios quiera. Haga Él su voluntad.”

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Este fin de semana pude intercambiar con personas muy necesitadas, las cuales, si no te adentras a su medio, jamás imaginarías cuánto necesitan. Visité diferentes comunidades del Sur profundo, donde encontré rostros maltratados por el sol y la pobreza, pero, paradójicamente, con sonrisas alegres y transparentes.

La mejor enseñanza que obtuve en este recorrido fue cuando visité a una hermana religiosa, una monja de clausura. Cuando voy al Sur, suelo detenerme un rato en el convento donde vive, no solamente a saludarla, sino a recibir de ella y las demás el mejor abrazo, pero sobretodo, la expresión más abierta de alegría y “libertad”. Esta última palabra, sobre una persona que vive apartada de la sociedad y cerrada en un convento desde muy joven, es lo último que se esperaría.

Cuando empezó su narrativa con una expresión de alegría, gratitud y gran satisfacción de sus experiencias vividas, algo que manifestó fue que desde niña Dios le dio la oportunidad de escoger su “verdadera vocación”: “Servirle de esta manera”. En un momento dado le pregunto si no tenía algún arrepentimiento de llevar por más de 50 décadas  este tipo de vida, a lo que respondió: “Mi hija, el que espera ser feliz teniendo casas, carros, viajes, esposo o esposa e hijos, está equivocado. Todo esto es otro tipo de decisión de vida, la verdadera felicidad está, primero, en Dios; en mi caso particular, en querer agradarle a Él y llevar una vida de servicio, entrega y amor hacia los demás”.

Al salir de ese lugar, fue tal mi impacto y aprendizaje que ni siquiera me atreví a preguntarle sobre su enfermedad. Sólo al final, después de más o menos dos horas, le pregunté cuándo vendría a Santo Domingo, a lo que contestó llena de paz: “Quizás la próxima semana, pues estoy esperando unas evaluaciones médicas que me están haciendo en Estados Unidos. Recién me han encontrado un cáncer, ya avanzado, y se está reevaluando qué se va a hacer conmigo.

Dependiendo del diagnóstico, se sabrá si me van a poder dar quimioterapia.”, y mirando al cielo y sonriendo, dijo: “Y, si no, que sea lo que Dios quiera. Haga él su voluntad.”

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