A propósito de las elecciones: democracia y continuismo (2 de 2)

Una de las características de las dictaduras además del inevitable autoritarismo, es la continuidad en el poder. En democracia, cuando un individuo elegido por voluntad popular para administrar el Estado y representar eso que se denomina “soberanía&#

Una de las características de las dictaduras además del inevitable autoritarismo, es la continuidad en el poder. En democracia, cuando un individuo elegido por voluntad popular para administrar el Estado y representar eso que se denomina “soberanía popular”, pretende perpetuarse en la presidencia o en cualquier otro puesto público de autoridad, aleja la democracia de su significado y fundamentos: “Gobierno del pueblo”.

La continuidad en el gobierno de un individuo y/o un partido, se aproxima más a un tipo de gobierno autoritario y con potencial de llegar a ser tiránico, pues aquellos que no dan espacio al relevo presidencial, demuestran que asumen el puesto no como un servicio al país, sino como mecanismo de ejercer poder.

Recordemos que en Chile el expresidente Lagos (2001-2006), con altísima aceptación del pueblo chileno tras un solo período de gobierno, y posteriores llamados a re-postularse, declina esa posibilidad, para favorecer el relevo y la democracia. Brasil, Argentina, Colombia, Costa Rica y otros países de la región no contemplan la reelección más allá de un período, en algunos, sí pueden acceder a un 2º período luego de transcurrido al menos uno, pero no más. Esto basado en el principio de la alternabilidad. Si bien hay países que también han modificado su constitución para legalizar la continuidad en el poder, no significa que ello represente avances en la democracia, sino retrocesos, sería una democracia impura como llama C. Trasver.

Nuestras débiles democracias aún arrastran secuelas de largos períodos dictatoriales, de caudillismos que han sabido cambiar de hombre y de mecanismos absolutistas, por otros medios sutiles de desmovilización y alienación, con clientelismo, populismo, etc. Marcados por liderazgos personalistas, desde partidos débiles institucionalmente, carentes de programas de gobierno coherentes con una democracia pura, sin oligarquías, sin desigualdad.

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