Que no nos roben la esperanza

Esta Semana Santa tiene un significado muy especial para todos los católicos, ya que marca el inicio del papado de Francisco, cuyo ejemplo de humildad y fe han renovado las esperanzas de mucha gente en todo el mundo.

Esta Semana Santa tiene un significado muy especial para todos los católicos, ya que marca el inicio del papado de Francisco, cuyo ejemplo de humildad y fe han renovado las esperanzas de mucha gente en todo el mundo.Precisamente, en su primera homilía de Domingo de Ramos, el Papa Francisco exhortó a que no dejemos que nos roben la esperanza.

En países del tercer mundo como el nuestro, esa frase reviste particular importancia, ya que lamentablemente la falta de verdaderas transformaciones que solucionen los problemas fundamentales de la gente y, en consecuencia, las difíciles realidades que a diario debe enfrentar, provoca gran desaliento.

Por eso muchos han estado dispuestos a arriesgar su vida o abandonar sus familias para emigrar a otros países buscando desesperadamente que se opere en ellos el gran sueño americano. Otros, erróneamente han confundido la felicidad con la tenencia de bienes y se han dejado vencer por las tentaciones de ganar  dinero fácil haciéndose parte del oscuro mundo del delito; perdiendo así lo más valioso que tenían, la paz de sus conciencias y el tesoro de sus virtudes.
Muchos sienten gran desánimo y no dejan de tener razón. Entienden que no vale la pena esforzarse por tratar de cambiar las cosas, pues el esfuerzo será inútil ya que los que detentan el poder hacen lo que quieren sin ninguna consecuencia.

A fuerza de impunidad, hemos transmitido el falso mensaje de que para algunos no existe el imperio de la ley. Para unos, porque tienen tanto que se sienten por encima de la ley; para otros, porque tienen tan poco que las autoridades prefieren tolerarles sus transgresiones, en una mezcla de remordimiento y búsqueda de complicidad.

Constantemente otros viven el dilema de decidir entre seguir luchando por un mejor país, en el que realmente exista un Estado de Derecho y no de reglas, donde el bienestar de todos sea la búsqueda constante y no el beneficio particular o, quemar las naves y rendirse ante la impotencia de no haber sido capaces de lograr las transformaciones deseadas.

La Semana Santa nos recuerda que el dolor de la pasión nos trajo la esperanza de la resurrección. Por eso debemos saber que no hay camino fácil y que no debemos desfallecer en seguir exigiendo cada día un mejor país, en el que todos tengamos las oportunidades para ganarnos la vida dignamente, para educarnos, para que se nos respete nuestra vida y bienes, para disfrutar de las riquezas de nuestra naturaleza y para poder aspirar a legar a nuestros sucesores un mejor mañana.

Reflexionemos en esta Semana Santa sobre todo aquello que nos genera frustración, desaliento, desánimo y a la vez sobre las cosas que más alegría y gozo nos producen. Hagamos conciencia del importante llamado de Su Santidad y no dejemos que nada ni nadie nos robe la esperanza de aspirar a un mejor mañana, a un mejor país, a un mejor mundo, a sabiendas de que para lograrlo debemos empezar por ser mejores nosotros mismos cada día.

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