¡Qué panorama!

La violencia y la agresividad  se ponen cada vez más de moda en la vida dominicana. Violencia en la familia, violencia en los medios de…

La violencia y la agresividad  se ponen cada vez más de moda en la vida dominicana. Violencia en la familia, violencia en los medios de comunicación, violencia en las calles, violencia en la política. Además de la violencia física o manifiesta, está de moda la violencia verbal.

Y cada vez advertimos un vivo empeño por alcanzar esos niveles de agresividad en el lenguaje escrito. Un destape por zaherir con las expresiones más punzantes, en nombre de una supuesta moralidad y una pretendida lucha contra corruptos e ineptos en las funciones públicas.

En medio de esa competencia por desgarrar las entrañas de terceros mediante lo soez, ahora le agregamos una proclamada y hazañosa capacidad de violentar todos los códigos de comportamiento civilizado, con una prepotencia que se lleva todo de encuentro. ¡Cuánto desparpajo público!

En ese barullo habría que incluir a quienes no sólo reivindican una violencia justiciera en el lenguaje, en nombre de ciertos derechos políticos y ciudadanos, sino también a confesos violentos, que sin empacho alguno anuncian a los cuatro vientos, con toda la arrogancia del mundo, y hasta un cierto dejo de “responsabilidad y firmeza”, que obran en esos términos en atención a sus prerrogativas políticas.

En fin, el país de patitas para arriba, y ¡ay de quien señale o critique! Puede fácilmente caer arrojado al zafacón de los malvados, porque además, quienes obran de esa forma, están muy persuadidos de que les asiste la razón y el derecho.

Lo peor de todo es que la autoridad se torna cada vez más débil. La autoridad disminuida se comporta como si estuviera sorda y ciega. Y eso adquiere dimensiones mayúsculas si se piensa en quienes están investidos de autoridad competente o vinculante.

Nada agregamos si decimos que todo esto ocurre justo en medio de unos días que hemos escogido para honrar al ilustre fundador de lo que sigue siendo un sueño llamado República Dominicana.

¡Qué panorama tan desconsolador! ¡Cuánta miseria humana transferida de contrabando como “valor ciudadano”!

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