La realidad de los rostros del plan de alfabetización

A cinco meses de asumir el mandato presidencial, Danilo Medina inició el Plan Nacional de Alfabetización “Quisqueya Aprende Contigo”, un proyecto muy ambicioso que sumó puntos al Gobierno que recién iniciaba. La meta de este plan es alfabetizar&#8

A cinco meses de asumir el mandato presidencial, Danilo Medina inició el Plan Nacional de Alfabetización “Quisqueya Aprende Contigo”, un proyecto muy ambicioso que sumó puntos al Gobierno que recién iniciaba. La meta de este plan es alfabetizar a unos 850 mil adultos en dos años, y así declarar la República Dominicana libre de analfabetismo.

Al aplaudido proyecto le siguió una campaña mediática bien trabajada que incluía varios anuncios televisivos sobre adultos que estaban aprendiendo a leer y a escribir a través del programa. Estas personas, que contaron parte de sus vidas ante las cámaras y se convirtieron en los rostros del plan de alfabetización, revelaban con su historia los resultados de vivir bajo la ignorancia de las letras.

Pero, ¿es cierta la historia que cuentan ante las cámaras? ¿En verdad el programa los alfabetizó? Algunos de ellos conversaron con elCaribe.  La historia de Isabel Pacheco, Genaro de los Santos y la pareja de esposos Manuel Antonio Rodríguez y Prudencia Lajara sigue conmoviendo a cualquiera, fuera de lo que muestra un lindo anuncio y su realidad

Manuel Antonio y Prudencia

Los esposos Prudencia Lajara y Manuel Antonio Rodríguez, de 63 y 75 años, viven en Sonador de Bonao, en una pequeña casita sin pintar de cemento y zinc. Se conocieron cerca de esa zona y calculan que ya tienen más de 50 años juntos, con cinco hijos y siete nietos. Ella de joven trabajó en casa de familias, planchando y otras labores sin mayores requisitos, mientras él se ganó su vida como machetero y de sereno.

¿Por qué no aprendieron a leer de joven?, le cuestiona elCaribe a la pareja que está sentada en un mueble de la humilde casa. Prudencia cuenta que siendo pequeña su madre no la dejaba ir a la escuela por cuidar a su hermana  que en ese momento era muy difícil llegar a un centro académico, incluso con ríos por cruzar.

Manuel Antonio responde más preciso: “Yo no aprendí nada porque el cuaderno y el lápiz que me daba mi papá era un planazo por la cabeza, porque eso dizque no se necesitaba (estudiar)”. Así ninguno conoció las letras, aunque sí son conscientes de sus consecuencias.

“Por no saber de letras perdí muchas  oportunidades.  Me llamaban para laborar en clínicas y otros trabajos, pero no sabía leer ni escribir y perdí todos esos chances de conseguir un buen empleo, porque hasta para cocinar hay que leer recetas”.

No aprendieron

“Yo no he aprendido nada, hasta mi nombre me falta para acabar de aprender. Yo solo conozco a “mamá”, “papá”, “ba”, “be”, “bi”, “bo” “bu” y la mitad del nombre mío, Manuel Antonio…  Ella (su esposa) sigue estudiando porque se acuesta hasta las 12:00 de la noche pero yo no, porque vivo trabajando”, confiesa el señor sobre su experiencia en el programa del Gobierno “Quisqueya Aprende Contigo”. Prudencia, por su parte, conoce las letras, tiene ansias de seguir aprendiendo, pero no puede leer. Ellos entienden que su maestra terminó el curso antes de tiempo, aproximadamente en seis meses.

Con 32 años, era el más joven del aula

Genaro Báez de los Santos
Mensajero de Obras Públicas

Es el mensajero de Obras Públicas que luego de la serie de comerciales, que tiene como lema “La historia de un cambio” no hay un día que en el Metro no le pregunten “¿Eres Genaro, el del anuncio?”. Él dejó la escuela cuando estaba cursando primero de la primaria, por las exigencias que traía consigo el trabajo.

“Yo trabajé tantas cosas, mira, que eso no tiene madre”, dice él entre risas y comienza a detallar: “Trabajé herrería, soy pintor, también trabajé como mecánico de patanas,  vendía chinas, era limpiabotas, compraba piezas de bicicletas y las armaba para venderlas”. Genaro, con su padre laborando en un supermercado y su madre de cantinera, comenzó a trabajar con 13 años. En Obras Públicas Genaro entró como conserje.  “Limpiaba cristales de todas las oficinas… me enganchaba sin nada (de protección) como el hombre araña y la gente me gritaba ‘¡Muchacho, te vas a matar!”. Se ocupó posteriormente del despacho del ministro de Obras Públicas y luego fue asignado como mensajero, por el ingeniero y viceministro Juan Carlos Montás.

Genaro sabía algo de letras cuando inició sus clases de alfabetización en el actual programa, en una escuela de Villa Mella. Recuerda que al llegar al aula, el maestro le preguntó si le estaba tomando el pelo porque él no parecía ser analfabeto. Con 32 años fue el más joven de la clase. Como anécdota cuenta que antes no reconocía en los lugares públicos a cuál baño le correspondía ir. “Antes de entrar, esperaba que un hombre saliera para saber cuál era el de caballeros”.

Está alegre porque puede leer la Biblia

Isabel Pacheco
Conserje de UNICARIBE

Isabel Pacheco nunca ha laborado otra cosa que no sea conserjería. Con 45 años, cinco hijos y un matrimonio que inició a sus 17, creció en la ignorancia de saber qué era una escuela. Pero esta manera de ver la vida tiene su dramático origen.
Isabel, que ah
ora trabaja en la Universidad del Caribe -Unicaribe-, fue abandonada por su madre cuando tenía un año. Su padre cargó con ella y sus dos hermanitos, de 3 y 6 años, desde San Cristóbal a Sonador de Bonao, donde laboraba durante las semanas.

“Antes de irse a la finca, él (su padre) nos cocinaba, nos lavaba la ropa y nos dejaba ahí, a la buena de Dios, en un ranchito que quedaba en medio de una finca. Cuando tenía unos cinco años mi papá se mudó con una mujer. Entonces mi padre nos repartió”, recuerda Isabel.

Sobre esa señora que se hizo responsable, Isabel detalla que ella le daba ropa y zapatos, “pero nunca me dijo que me iba a llevar a la escuela”. Luego volvió a la casa de su padre en Bonao, para una vez más ser entregada a otra señora. Entonces aprendió a cuidar niños, a cocinar, lavar y demás oficios del hogar, todo cuando tenía 13 años. “Como me daban un dinerito, la ropa y los zapatos me quedé tranquila”.

Nunca le pasó por la mente acudir a la escuela, cuando ya a los 17 años se mudó a Santo Domingo, se casó y tuvo sus cinco hijos, que ahora tienen entre 16 y 27 años. Isabel, que se alfabetizó a través del programa en la misma Unicaribe, ahora cuenta con orgullo que cumplió su sueño de poder leer la Biblia, aun con paciencia.

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