Reflexiones desde Manabao

Visito con frecuencia Manabao, un hermoso terruño de Jarabacoa, donde, entre montañas y neblinas, me encanta meditar.

Visito con frecuencia Manabao, un hermoso terruño de Jarabacoa, donde, entre montañas y neblinas, me encanta meditar. Allí comprendí que en la vida las victorias son circunstanciales y las derrotas fugaces, y que el poder, la gloria y la fama pasan, al igual que los fracasos, la tristeza y los dolores, y que sólo el cumplimiento del deber perdura, como un imborrable tatuaje en el alma.

Aprendí a valorar más la solidaridad, al igual que la integridad de nuestras actuaciones e ideales. Nos enseñó Aristóteles que la felicidad consiste en hacer el bien. Observando la naturaleza, razoné que hacer el bien tiene mucho de egoísmo sano, pues en ocasiones se siente más satisfecho quien lo hace que quien lo recibe.

Sentado al borde del río escribí sobre una hoja que la paz es la auténtica riqueza, y que sólo habita en un ambiente sin sobresaltos ni remordimientos.
¡Tristes las noches en las que no podemos dormir tranquilos, porque algo indebido hicimos! Y sólo en ese estado que se perfecciona con el cumplimiento del deber y del sentir las agonías, las alegrías, los fracasos y los triunfos de los demás, podremos tener sosiego espiritual, lo que nos ayudará inclusive a enfrentar con éxito las adversidades, o aceptar con valor lo inevitable. Además, y es secundario, este mundo tan sencillo y complicado a la vez da muchas vueltas, y lo que hoy está arriba mañana quizás esté abajo, y quien se equivoca en esto puede sufrir desagradables sorpresas.

Hagamos lo correcto en silencio, como se debe, que eso nos hará libres, y tal vez, en un momento inesperado, esa obra que hicimos callados puede ser nuestra salvación. En Manabao reiteré mi compromiso de no aferrarme a nada, excepto a los principios morales.

Lo material se extingue, pero las buenas acciones son inmortales. Nuestra conducta debe servir de ejemplo a quienes nos rodean.

No nos creamos los protagonistas, los amos del universo, dizque porque temporalmente dirigimos personas y determinamos su futuro inmediato. Resaltemos la sencillez como una virtud que nos engrandece. Estemos convencidos de que todo es más simple de la cuenta, y que danzamos al compás de risas y llantos, de amores y sinsabores, de ilusiones y realidades.
En Manabao concluí que debemos tener grandes y nobles metas, porque nadie se eleva más allá de lo que aspira. Por ello, cada acto de nuestra existencia debemos analizarlo con el corazón y la cabeza. Con el corazón, para sentir que vivimos y que podemos lograr lo que nos proponemos, siempre actuando de buena fe, con nuestra conciencia limpia. Con la cabeza, analizando seriamente cada paso a dar, ajenos de emociones dañinas, seguros de las decisiones a tomar.

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