Regalos asesinos de inocencias

En su niñez: ¿qué recibía en Navidad el joven asesino de los niños y adultos de la escuela de Connecticut? Los regalos…

En su niñez: ¿qué recibía en Navidad el joven asesino de los niños y adultos de la escuela de Connecticut? Los regalos inadecuados pueden atormentar una mente inocente, con lamentables consecuencias. La siguiente historia me la contaron hace años y la escribí como pude. También me recuerda a Francina Hungría.

Moría la tarde del domingo. Frente al televisor, como era habitual, Manuel Miguel y su familia disfrutaban una película de guerra, con cadáveres y sangre por doquier. Su papá, emocionado, decía a cada momento, entre saltos y aplausos desbordados: ¡Mátalo, carajo! ¡Mátalo, carajo! Y el hijo reía, orgulloso de su progenitor. La madre se mantenía indiferente: el bingo de la noche le importaba más que las violentas palabras de su esposo.

Ese día, casualmente, su padre le había obsequiado un uniforme de soldado, con granadas artificiales y una pistolita que disparaba balitas de plástico. Ambos estaban felices. Con el artefacto en la mano, luego de finalizada la película, el niño convirtió su habitación en un improvisado campo de batalla. Esa noche no durmió, disparando sin cesar e imaginando feliz cómo caían los enemigos de su fantasía. Y gritaba extasiado: ¡Te maté, carajo! ¡Te maté, carajo!

El lunes por la mañana, preparándose para la escuela, la criatura colocó su arma en la mochila, con una buena cantidad de balitas. Olvidó los libros y la merienda. Su padre observó todo y pensó: “Qué hijo más macho tengo”.

Mientras tanto, la madre conversaba por teléfono con la dueña del salón de belleza, pues se preocupaba más por limpiar su rostro que su corazón. En la escuela, los estudiantes corrían alegremente por el patio. Pero Manuel Miguel tenía otras cosas en qué entretenerse. Buscó lentamente su pistolita, la cargó, y se inspiró en todo lo que había observado el domingo. Era tiempo de actuar, de demostrar que él podía ser alguien digno de su padre. El niño apuntó  hacia la entrada de la cantina. “Al primero que pase le dispararé”, concluyó. Y mientras lo hacía, las palabras de su padre le retumbaban en la cabeza: ¡Mátalo, carajo! ¡Mátalo, carajo!

Y en tono áspero gritó: “¡Quieta, carajo! ¡Te dije que quieta, carajo!”. Se dirigía a Isabelita, una inteligente y preciosa niña que prometía mucho con el pincel y el canto. En eso salió disparada una balita de plástico que penetró en el ojo izquierdo de la niña. Los médicos no pudieron hacer nada. Perdió el ojo y casi la vida. Esto no es un cuento. Es algo real.

Por ello, en Navidad, regalemos juguetes educativos, que enseñen a nuestros hijos a respetar la vida y a amar la paz. Y, lo esencial, nosotros, padres y madres, prediquemos con el ejemplo.

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