En su libro “Viaje a la libertad económica”, Daniel Lacalle dedica un capítulo al problema de la regulación excesiva.
Inmediatamente después de la crisis del 2008, se nos convenció de que la misma se debió a que las instituciones financieras no estuvieron lo suficientemente vigiladas y controladas. Pero para Lacalle, ni la regulación por sí misma evita una crisis, ni la falta de regulación la provoca.
Nos recuerda que en los setenta, el nivel de intervención en los sistemas financieros era enorme, y esto no evitó ni crisis ni escándalos. Fueron los incentivos del dinero fácil los que la provocaron. Las tasas de interés “artificialmente” bajas motivaron a que todos se endeudaran para vivir como millonarios.
Los Estados y los bancos centrales pusieron ese dinero fácil en el sistema. Lo hicieron a pesar de saber cómo estaban prestando los bancos: a secretarias para comprar propiedades al borde del mar, por ejemplo ¡Y hasta dieron su beneplácito! Luego echaron la culpa del colapso a los mercados, “dejados demasiado libres”.
Pero los mercados nunca se dejaron verdaderamente libres, porque el libre mercado es incompatible con que una autoridad “fije” una tasa. Y en este caso se dictaba cual era el precio al que se prestaba. Tan bajo que motivó la locura.
Las crisis y escándalos se evitan precisamente cuando se deja que el mercado castigue a los imprudentes, a través de la quiebra y la penalización. Pero esto no se permite. Al contrario: se rescata a los ineficientes y las multas se perdonan. Entonces los responsables se saben perdonados de antemano y siguen cometiendo excesos.
Luego se entiende que hay que regular más y se crean más instituciones supervisoras. Y con ellas, un ejército de funcionarios cobrando bien caro para vigilar. ¡A los contribuyentes que carguen con la buena vida que se dan!
Por eso Lacalle comienza su capítulo citando a Dale Dauten cuando decía: “La burocracia se da a luz a sí misma y luego pide ayuda por maternidad”.
