El reto de la investigación científica (1)

[Trabajo presentado en el Segundo Panel sobre Actualizacion Docente (UCMM, Santiago, 26 de junio del 1984);  publicado en la revista EME-EME (UCMM, Santiago, 1984) ; leído en el Primer Congreso Mundial de Juventudes Científicas, celebrado en el…

[Trabajo presentado en el Segundo Panel sobre Actualizacion Docente (UCMM, Santiago, 26 de junio del 1984);  publicado en la revista EME-EME (UCMM, Santiago, 1984) ; leído en el Primer Congreso Mundial de Juventudes Científicas, celebrado en el año 1992 en la Universidad Interamericana de San Juan, Puerto Rico; leído en el Primer Congreso Internacional de Física celebrado en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (2005); publicado en la Revista de Ciencias Naturales, Física y Tecnología de la Academia de Ciencias de la República  Dominicana (marzo del 2006)].

La acción de la mayoría de las universidades, acaso de todas, se canaliza en tres vertientes: docencia, investigación y servicio a la comunidad.

En las naciones en vías de desarrollo, a causa de circunstancias propias de ellas, ocurre con frecuencia que se le otorga mayor importancia a la primera vertiente, llegándose a pensar, incluso, que es fundamental y, por eso mismo, autosuficiente.

Entendemos que eso es un error, y sobre ese error se establecen centros de enseñanza superior que rigurosamente hablando no merecen llamarse “universidad”.

Lo que se hace en ellos es manejar únicamente conocimientos acabados, almacenados en bibliotecas y transmitidos al alumnado con métodos pedagógicos que pueden ser incluso modernos y eficientes. La función docente desarrollada de esta manera está en general desprovista (exceptuando casos aislados, fuera de la norma) de curiosidad intelectual creadora.

Esta curiosidad puede moverse, a nuestro parecer,  en tres planos paralelos de alturas diferentes, según el fin que se persiga. Los denominaremos C, B y A, en orden de altura creciente (ellos están por encima del “plano cero”, en el que no existe dicha curiosidad).

En C la curiosidad intelectual creadora trabaja con la parte conocida de una parcela del conocimiento no completamente explorada en todos sus detalles pero cuyos principios están bien establecidos (ejemplo: la Electrostática Clásica). En este plano se ejercita la curiosidad elaborando interesantes combinaciones de porciones parcelarias, haciendo originales comparaciones (sea con la realidad, sea con otras parcelas), coloreando las exposiciones magistrales con imágenes pintorescas, profundizando y extendiendo el conocimiento personal con la frecuentación a la literatura correspondiente.

En el B la curiosidad es más exigente. Sigue operando en una parcela determinada pero su finalidad consiste ahora en conquistar porciones de conocimiento en la zona virgen parcelaria (ejemplo: en la Electrostática Clásica abordará el cálculo de, digamos, capacidades aún desconocidas de algunos condensadores especiales como es el caso del condensador toroidal elíptico excéntrico).

En A, su misión es la más alta, pues aquí la curiosidad dirige su actividad al descubrimiento de nuevos principios que darán lugar a la fundación de nuevas parcelas del conocimiento (ejemplo: el de la Relatividad Restringida, generalización de la Mecánica Clásica, hecha sobre la base de dos nuevos principios físicos concernientes a los sistemas de referencia que se mueven a velocidades constantes unos respecto a otros: tanto la forma de las leyes físicas como la velocidad de la luz son invariantes al pasar de uno de estos sistemas a otro cualquiera de ellos).

Las actividades desarrolladas en los tres planos precedentemente mencionados retroalimentan la función docente, haciéndola que se desenvuelva en una atmósfera creadora. Y la consecuencia inevitable de una docencia carente de esta atmósfera es la rutina, la enseñanza y el aprendizaje mecánicos, la inactivación del espíritu de conquista, de acuciosidad, de efervescencia intelectual.

La civilización moderna ha sido posible (con su componente científico fundamental) por la permanencia de ese espíritu a lo largo de la historia. Se mantuvo presente en épocas aún consideradas “oscuras”. Piénsese en la Academia de Platón, en el Museum de Alejandría, en la Casa de la Sabiduría de Bagdad (un poco más allá del año 750), en la Academia del Cimento (Florencia, 1657-1667). Piénsese incluso en las universidades y monasterios medievales (recordemos a Rogerio Bacon, entre otros). Claro, después de Galileo, ese espíritu de curiosidad recibió un fuerte impulso hacia adelante, guiada por la metodología creada por este extraordinario genio italiano.

Con el tiempo, la historia fue enseñando que ese espíritu, canalizado a través de la investigación científica era, cada vez con mayor fuerza, un medio eficaz de penetración y dominio de la naturaleza, posibilitando la resolución de problemas prácticos (Arquímedes, según una antigua tradición, combate a la flota romana de Marcelo con espejos cóncavos; Leonardo de Vinci construye puentes y fortificaciones; Jacobi inventa el motor eléctrico (1835); Enrico Fermi pone en marcha el reactor nuclear.

La ciencia adquirió de este modo importancia económica (Revolución Industrial) y militar (guerras mundiales I y II), y no es de extrañar entonces que muchos países empezaran a prestarle atención creciente.

Las primeras organizaciones con apoyo estatal creadas para promover la investigación científica fueron el Consejo Nacional de Investigación de EEUU, y el Departamento de Investigación Científica e Industrial de Inglaterra, ambas en 1916. Les siguieron otras similares en Italia (1923), Francia (1941), India (1942), España (1939), Brasil (1951), etc.

Se hizo evidente que la investigación científica era una pieza principalísima del desarrollo económico independiente y se asignó entre 2%-3% de Presupuesto Nacional para financiarla. En 1966, EEUU destinaba 17,350 millones de dólares a la investigación. Por cada mil dólares invertidos por EEUU en ésta, Francia invertía 73, Japón 51, Italia 17, Noruega 2.4, España 1.5, Austria 1.3, Irlanda 0.6 y Grecia 0.5. Se estableció además que una inversión industrial en la investigación de un 3% daba lugar a un 14% de incremento de sus ventas [1].

La investigación incrementó sus frentes: se cultivaba no sólo en la Universidad sino en la Industria, en las Fuerzas Armadas, en Institutos gubernamentales o privados.

Y se financiaban no sólo proyectos para la elaboración de nuevos productos industriales, nuevas armas de guerra, novedosos colectores de energía solar, drogas más eficaces, etc., que corresponden todos ellos a investigaciones prácticas, sino que no se descuidó la llamada investigación fundamental, vía de producción de conocimientos básicos nuevos (principios, teorías) y que se hace a la luz o no de una meta de aplicación determinada.

En general, los países avanzados distribuyen la partida presupuestaria de investigación en alrededor de un 10% para las fundamentales y de un 90% para las prácticas [2].

Esta clasificación bisectorial de la investigación utilizada hasta ahora por nosotros resulta un poco “gruesa”, pues en realidad cada una de sus partes componentes puede fragmentarse en otras dos. Así, pues, actualmente se consideran los siguientes cuatro tipos ([3], [4]):

1. Fundamental libre. El científico tiene libertad de elegir y conducir su investigación.
2.Fundamental dirigida. Se hace en un campo prefijado como metalurgia, macromoléculas, etc.
3. Aplicada. Aplicaciones prácticas del conocimiento científico.
4.Tecnológica. Fabricación de artefactos, herramientas y sistemas con miras eminentemente económicas.

La investigación, como hemos podido darnos cuenta, ya no está confinada sólo en el recinto universitario, pero éste sigue siendo un lugar de primera importancia en la creación científica de un país. “Sería menester -dice Manuel Lora-Tamayo [1]- que calara hasta la médula de la conciencia nacional la idea de que no hay ni puede haber grandeza firme que no se asiente en un pujante desarrollo de la vida universitaria. Si Alemania consiguió una técnica que ha brillado medio siglo en Europa y ha dado luces a la técnica actual del Nuevo Mundo, es porque cuidó su ejército de científicos encuadrados en una organización ejemplar de sus universidades. Si Rusia se ha revelado como potencia industrial de alcances todavía incalculables (Lora-Tamayo escribía esto en 1949) es porque dentro de su propio régimen cuidó pronto de realzar los valores de su universidad”.

En 1950, un año después de pronunciadas estas palabras, el número de investigadores soviéticos era mayor que el de norteamericanos [2], hecho que señala un avance científico significativo 33 años después  de la Revolución de Octubre de 1917 y que adquiere espectacularidad con el lanzamiento del primer satélite artificial, el Sputnik, en 1957, tomándole la URSS la delantera a los EEUU en la carrera espacial.
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FUENTES:
[1] Lora-Tamayo, Manuel; Un clima para la ciencia (Editorial  Gredos, España, 1968)
[2] Leite López, José; La ciencia y el dilema de América Latina: dependencia o liberación (Siglo XXI Editores, México, 1978)
[3] Ibid, p.181
[4] Auger, Pierre; Tendences actuelles de la recherche scientifique, pp17-18 (UNESCO, 1961).

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