Simulacro de una muerte

Mi abuela materna, que Dios sabe ha visto cosas, no es muchachita de cuna. A sus 95 años dieron la voz de alarma y «bajaron el fax» de que estaba…

Mi abuela materna, que Dios sabe ha visto cosas, no es muchachita de cuna. A sus 95 años dieron la voz de alarma y «bajaron el fax» de que estaba mala.

Obviamente mi mamá, la menor de nueve hermanos (no los culpen en esos tiempos los anticonceptivos eran enviados del diablo), arrancó y nos dejó a papi y a mí en el campo de batalla (dígase, la capital).

Para ir a ver a mamá Luz hay que hacer un pasadía bailable a través del país para llegar, luego de cuatro horas de bachata y perico ripiao, a Maguana, Santiago Rodríguez (tú sabes que la cosa queda lejos cuando comienzan a ponerle nombre de cacicazgos a los sitios).

Transcurrió una semana, en la que mi papá y yo sobrevivimos a base de yuca con longaniza (la única delicatessen que mi papá sabe preparar. Ni pregunten cuál es la mía porque no hay) hasta que el viernes me llama Camelia*, mi prima.

Camelia: Ana (largo suspiro), ¿y dónde estás? ¿Vas para el campo?

Inmediatamente me puse «moca», pues Camelia no es el tipo de personas que te llama para preguntarte ¿dónde estás? Sino para informarte para dónde vas, y en el 95% de los casos se trata de un bonche, coro o algún derivado de la palabra gozadera.

La prima trancó sin informarme mucho, por lo que rápidamente saqué mis conclusiones: a mamá luz le dieron de baja y Camelia, la encargada de informarme, salió huyendo de la tarea como una especie de Houdini del siglo XXI.

A los cinco minutos mis sospechas fueron confirmadas por Mariela, una de las primas que vive en la Ciudad Corazón, quien con los gritos de mi madrina en el fondo me dijo: «Ana, Ana, Mamá Luz se murió…creo».

Bueno, palabrita que salió cara esa  «creo». Inmediatamente la noticia se regó como pólvora y comenzaron a caer las afectadas como moscas: una de las nietas al enterarse armó un reperpero en medio de una importante reunión. Una prima que nadie se lo había querido informar por miedo a que le diera una «cirimba», se desmayó en su oficina al enterarse por medio de un status de BB. Se mandaron a encargar pastelitos y quipes mientras todo el mundo desempolvaba su ropa de luto y arrancaba para los montes.

Ya cuando la mayoría de la «trulla» familiar se encontraba por los predios de El Cibao, sonó el teléfono de nuevo: ¡RING! ¡RING!.

Mariela: «¡Está viva!, ¡está viva! –Ni que ella fuera el doctor Víctor cuando Frankestein da sus primeras señales de vida–.

Aparentemente todo fue un malentendido, algo muy común en mi familia, que supuestamente el teléfono del campo se dañó y no se pudo verificar la noticia, pero ya el muñeco estaba armado y de todas formas terminamos de recorrer las cuatro horas. Sí señores, cuatro horas, en la que todo el mundo explicó detalladamente cómo quería que fuera su funeral,  desde la ropa hasta el entierro.

Al llegar nada más nos quedó reírnos, darle su respectivo boche a Mariela y disimular en frente de la abuela que casi la enterramos viva… A buscar camisetas con colores para que no se diera cuenta que estábamos vestidos todos de luto y tratar de controlar la masa de gente que había venido a dar el innecesario pésame.

 

 

 

 

 

 

 

 

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