Un sueño de muchos años

Desde pequeña he soñado con un huerto. Una cosa muy rara y que no puedo entender, porque nací y crecí en plena ciudad. Jamás he pasado unas vacaciones en el campo. Solo he viajado a las zonas rurales brevemente y por cuestiones de…

Desde pequeña he soñado con un huerto. Una cosa muy rara y que no puedo entender, porque nací y crecí en plena ciudad.

Jamás he pasado unas vacaciones en el campo. Solo he viajado a las zonas rurales brevemente y por cuestiones de trabajo, y en algún que otro día feliz he ido de pasadía a una  zona apartada de la ciudad.

Ahora que lo pienso, en mis sueños he estado más de una vez en una casa rodeada de flores, donde se respira un aire fresco, perfumado por las flores ornamentales y frutales que se mezclan y acarician mis mejillas. Fuera de ahí mi realidad ha sido la ciudad árida y fría.

Sin embargo, toda la vida he querido tener una hortaliza. Mi papá, consentidor como siempre, me dijo que podía buscar la forma de improvisarla en el techo de nuestra casa. Mami, por supuesto, se opuso. Pero nunca aparté de mi mente la idea de tenerla.

Hace unas semanas, un domingo, salí con mis hijas directo a la tienda, dispuesta a comprar unos tarros y unas semillas, compré tierra negra y planté, con la ayuda de las pequeñas, semillas diferentes. Según el empaque, de unas brotaría brócoli, de otras nacerían puerros, de las más finas unas hermosas flores amarillas, las últimas me regalarían unas sabrosas vainitas.

Como eran seis macetas o tarros y solo tenía semillas para cuatro, me fui a la nevera, busqué dos tomatitos de los llamados cherries y un pimiento rojo y puse sus pepas en los dos tarros sobrantes.

Terminamos felices la tarea. Ahora solo quedaba esperar, lo malo es que llevo semanas esperando, y nada. De una de las macetas, de pronto, comenzaron a brotar unas diminutas hojitas redondas. Mis hijas fueron quienes las descubrieron y llenas de entusiasmo fueron a darme la buena nueva.

Yo, citadina al fin, al igual que mis hijas comencé a saltar de alegría, hasta que la joven que nos asiste en los quehaceres de la casa, muerta de la risa, me aclaró que lo que crecía tan verde, no era otra cosa que yerba.

La alegría no duró mucho. La chica tenía razón, era solo yerba.

Ahora me pregunto qué habré hecho mal… pero seguiré intentando y pondré todo mi empeño, hasta que de mis macetas brote aunque sea un pimiento morrón.

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