Tantos, tan pocos

Winston Churchill alcanzaba su mayor brillantez estratégica en la lucha contra el avance nazi cuando la mesa en la que mantenía negociaciones…

Winston Churchill alcanzaba su mayor brillantez estratégica en la lucha contra el avance nazi cuando la mesa en la que mantenía negociaciones y tácticas políticas se hallaba bien surtida de comida refinada y, sobre todo, de alcoholes de todo tipo. Ministros, presidentes y generales sabían perfectamente que el orondo líder británico daba lo mejor de sí mismo bajo el influjo de una excelente ginebra o un whisky intachable.

Tal incorrección política -a ojos de hoy- no le impedía parir frases con tránsito directo hacia la historia. Además del archisabido “sangre, sudor y lágrimas”, el Hombre del Puro fue autor de la impagable: “Nunca tantos debieron tanto a tan pocos”, en referencia a la heroica actuación de los pilotos de la RAF contra los cazas alemanes en la Batalla de Inglaterra, decisiva a la hora de alejar a Hitler de las costas británicas.

Una simple inversión sintáctica nos da una exacta radiografía de la relación entre los dirigentes políticos y sus ciudadanos más de medio siglo después. “Nunca tan pocos debieron tanto a tantos” define con precisión los privilegios que las castas políticas -no importa el país, no importa el régimen político-, siguen manteniendo gracias a la apatía, el miedo y, en el mejor de los casos, la indiferencia de la ciudadanía mundial.

Hace ya tiempo que las cúpulas de gobierno se asemejan a una tramoya teatral devastada por la carcoma. Convertidas en auténticas castas de intocables, actúan como voceros complacientes de quienes detentan el auténtico poder con la misma soltura con la que desprecian la exposición pública. Nadie vota al poder financiero, nadie elige a las grandes corporaciones, nadie matiza a los bancos. Salvo que se tenga una insana disposición a la heroicidad que Churchill, sin duda, no hubiera aprobado.

Si no fuera porque es trágico, resultaría divertido desmenuzar los mensajes que lanzan cancillerías, presidencias y ministerios.

Difieren poco de la insustancial ingenuidad de los murales, eslóganes y carteles que  siembran las paredes de los parvularios y jardines de infancia. A cualquiera con un mínimo sentido crítico le resulta extraordinario observar a las miles de personas que vocean en los mítines, acompañan las caravanas electorales y se extasían con atronadoras advertencias que carecen de fecha de caducidad. Maniqueísmo e ignorancia siguen deparando enormes réditos electorales.

Expertos en márketing, asesores políticos y demás insectos que pululan junto a los palacios saben perfectamente que el análisis, las ideas y el auténtico debate político son opciones repugnantes y, sobre todo, nulamente rentables. República Dominicana ejemplifica a la perfección una sintomatología de alcance mundial.

Aquí, como en tantas otras geografías, sólo es preciso seguir el dictado de Lampedusa: “Cambiemos algo para que todo siga igual”. Y para rematar la faena, volvamos al gran gordo inglés y su precisión a la hora de predecir el futuro: “Lo que este país necesita son más políticos desempleados”. Así sea.

Posted in Sin categoría

Más de

Más leídas de

Las Más leídas