Tasa de cambio y modelo económico

La tasa de cambio es un precio clave en la economía porque tiene una incidencia directa en la rentabilidad de la producción, en el desempeño de los distintos sectores de la economía, en los precios, y en la deuda pública.

La tasa de cambio es un precio clave en la economía porque tiene una incidencia directa en la rentabilidad de la producción, en el desempeño de los distintos sectores de la economía, en los precios, y en la deuda pública. Desde el punto de vista de la producción, si el precio de las divisas es alto, las exportaciones se benefician porque las empresas reciben más pesos por los dólares que les ingresan por ventas. También pueden vender más barato en el exterior, porque parte de sus costos se pagan en pesos. Eso se traduce en un aumento de la producción, de las inversiones y del empleo.  La producción nacional que compite con las importaciones también se beneficia porque éstas últimas se encarecen, abriendo más espacio en el mercado para la producción nacional.

En síntesis, un dólar relativamente caro (o un euro u otra moneda) contribuye a favorecer la producción de aquellos bienes que se comercian internacionalmente. Para una economía pequeña como la dominicana que exporta una proporción elevada de lo que produce, y que a la vez tiene un enorme déficit comercial, un encarecimiento gradual del dólar favorecería este tipo de producción y contribuiría a reducir el déficit externo.

Sin embargo, esto tiene un costo: un dólar que se encarece incrementa los precios porque sube el costo de los insumos y de los bienes importados terminados. Aunque el nivel general de precios sube menos que el precio de las divisas, estimula la inflación, y si los ingresos laborales no se ajustan para al menos compensar esto, el poder de compra de los y las asalariadas se reduce, lo que contribuye a reducir la demanda y el crecimiento económico, al tiempo que aumentaría a la pobreza. La forma de contrarrestar esto es con salarios crecientes.

Por el contrario, si el precio de las divisas es bajo, las exportaciones son penalizadas y las importaciones entran a bajos precios desplazando la producción nacional. El resultado es que la inversión huye desde la producción de este tipo de bienes hacia otros sectores como el comercio, las telecomunicaciones y otros servicios que no se enfrentan a la competencia internacional, que no generan sino que demandan importaciones y que se benefician de un dólar barato. Algunos de estos sectores agregan poco y se apropian de mucho. Otros generan pocos empleos o empleos precarios. Y todos ellos, al consumir y no generar divisas, contribuyen a acrecentar el déficit externo.

Esto explica lo que ha pasado en los últimos años de dólar barato: el crecimiento de sectores como el comercio, las telecomunicaciones y la banca, pocos empleos y muchos de ellos de mala calidad, una producción de bienes transables anquilosada, y niveles de pobreza sostenidamente elevados. Mientras tanto, el desbalance externo se hace crónico y su insostenibilidad se hace evidente en un mercado cambiario cada vez más “atacado”.

Es cierto que un dólar barato contribuye a mantener los precios bajos, lo que ayuda a que el poder de compra de nuestros salarios, que son bajos y no crecen, no se deterioren aún más. Pero el problema es, más que todo, de los salarios. El costo de la contención cambiaria ha sido mantener una economía que no crea empleos decentes ni capacidades productivas.

De allí que bajos salarios, baja inflación, dólar barato, empleos malos y escasos y una producción lisiada sean dimensiones diversas de un mismo modelo que requiere ser superado.  

Pero las políticas monetarias y cambiarias son solo una parte de él. Ellas han logrado mantener a raya la tasa de cambio y la inflación, pero también la inversión productiva y el empleo, y han beneficiado sobremanera al sector financiero. Pero la política fiscal ha hecho otro tanto por la vía de la deuda, a lo que se suma una inversión pública que ha favorecido desproporcionadamente al comercio y los servicios en las grandes ciudades.

Por su parte, la política energética no ha dado respuestas, la política social se ha limitado a asistir y compensar con precariedad, y la política de salarios se ha concentrado en contenerlos. La cereza en el tope ha sido la ausencia de políticas de desarrollo productivo y de fomento del aprendizaje tecnológico.

A esto hay que darle la vuelta, con un dólar que gradualmente vaya costando lo que vale y que estimule la producción y el empleo, con unos salarios que busquen ser dignos, y con una economía que produzca cada vez más y mejor para darle soporte a ello.

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