Toca fondo la crisis bipartidista

La vulnerabilidad de la zona fronteriza entre México y Estados Unidos quedó al descubierto más claro que nunca. La presencia de 57 mil niños inmigrantes, procedentes de El Salvador, Guatemala y Honduras demostró qué tan débiles son los mecanismos&#

La vulnerabilidad de la zona fronteriza entre México y Estados Unidos quedó al descubierto más claro que nunca. La presencia de 57 mil niños inmigrantes, procedentes de El Salvador, Guatemala y Honduras demostró qué tan débiles son los mecanismos de control y vigilancia. La televisión mostró al mundo La Bestia, el tren de carga mexicano utilizado por el inmigrante ilegal en los últimos 50 años para cruzar la frontera con México y llegar a los Estados Unidos.

Es evidente que no hay obstáculo insalvable cuando el inmigrante huye de la pobreza y la violencia social. Hay que imaginarse lo duro que es para quienes deciden afrontar esos peligros y desafíos. Si es una odisea maldita para los adultos qué debe significar tan cruel aventura para esos niños.

Como secuela natural de esa salvaje ruta el resultado final es hambre, violación sexual, maltrato físico y hasta la muerte. En busca del sueño americano, aprovechando la quiebra del sistema migratorio, terminan encontrando pesadilla y muerte. Hay que entender, sin embargo, que debe ser muy grande la frustración del que decide huir de su país de origen de esa manera tan peligrosa. Aventurarse atravesando ríos, montañas, rutas de narcotráfico, zonas militares, tiene que ser el producto de una causa mayor. Peor aún debe ser el sentimiento de frustración si al llegar al destino final el aventurero es arrestado y deportado. Lo difícil es creer que esos menores actúen solos. Semejante aventura es inducida por adultos mafiosos.

Una mano maestra urdió este plan siniestro de embarcar a 57 mil niños hacia una marcha tan criminal como perversa.

Lo que refleja esta oleada de inmigrantes indocumentados es necesario analizarlo en dos vertientes: primero, el poder de atracción que tiene Estados Unidos como destino final de paz y progreso. Y segundo, la dramática realidad económica y social por la que todavía atraviesan nuestros pueblos latinoamericanos. Es posible que un alto porcentaje de esos niños cualifiquen para residir legalmente en los Estados Unidos, si tienen sus padres en territorio americano. Pero tanto la vía utilizada, como el mecanismo de presión social y económica que supone semejante oleada migratoria, desafiaban la tolerancia de las autoridades. Es obvio que acogerlos a todos como refugiados, como sería lo ideal, habría significado una decisión peligrosa, porque induciría a una oleada migratoria mayor. Abriría las compuertas de par en par a la huida masiva de mucho más niños en cuestión de horas. Es obvio que la crisis del sistema migratorio ha tocado fondo. Es evidente que el liderazgo político bipartidista ha sido incapaz de darle respuesta apropiada a una realidad grave, que el pueblo estadounidense ha demandado que se resuelva hace ya mucho tiempo. Quizás empujado por ese difícil drama humano, el presidente Barack Obama resolvió obrar por su cuenta, por decreto. Sin la anuencia natural del Congreso, sin el Partido Republicano, negado por completo a ejecutar el acuerdo bipartidista aprobado en el Senado en torno a la reforma migratoria. La cuenta regresiva de las elecciones empieza ahora a operar en contra de los que no entienden que los latinos son una fuerza decisiva a la hora del voto en los Estados Unidos. Sobre quienes ignoran esa realidad, el latino sabrá dejar las huellas de su castigo en las elecciones del 2016.

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