El 26 de marzo corresponde al día 86 de un año bisiesto, como el que transcurre. En la historia, infinitos acontecimientos marcan el día: guerras, sitios, firma de tratados, descubrimientos, como el de la vacuna del polio por Jonas Salk, en medicina y las ruinas de Babilonia en Irak, en arqueología; aberraciones nazistas: el inicio del traslado de judíos al campo de exterminio de Auschwitz en Polonia; horrores de guerra: inicio del bombardeo americano a la isla japonesa de Okinawa; logros geopolíticos: el nacimiento del espacio “schengen”, formado por 7 países de Europa; tratados mercantiles entre naciones: firma del Mercosur.

Murió Beethoven músico universal, alemán; Walt Whitman, dramaturgo americano y Manuel Murulanda (Pedro Ant. Marín, Tiro Fijo) cofundador de las FARC. Entre muchos nacimientos de famosos: Diana Ross, cantante, y Tennessee Williams, dramaturgo, norteamericanos y Mahmud Abbas, actual presidente palestino.    

Hace hoy 52 años falleció mi padre, Augusto Aquiles Penson Rodríguez, siendo yo apenas un adolescente. Él había perdido el suyo, al ilustre César Nicolás Penson Matos, con escasamente siete años. El impacto de la muerte de Aquiles Penson, padre maravilloso, hombre maduro cuando arribé a la vida, no pude dimensionarlo con los 15 años que llevaba a cuestas. Esa edad no permite comprender la magnitud de su ausencia eterna ni medir el impacto demoledor en el entorno familiar.

Los infinitos momentos de su equilibrado amor paterno, su aguda inteligencia y fino humor, el respeto a todos e  inacabable bondad, contrastaban con lo que aprendí más tarde sobre las injusticias que el régimen de Trujillo volcó sobre él y de cómo la prisión sin sentido, no  doblegó su espíritu ni sus ganas de vivir. Más debió haber sufrido por cómo le evitaban los amigos y conocidos, temerosos de  “contagiarse” del que estaba “en desgracia”.

Tiempos para reconocer amigos verdaderos y valorar la mujer que tenía a su lado: mi laboriosa madre. 

Su vuelo era más alto del que las circunstancias lo obligaron, cautivo de un ambiente escaso, marcado por carencias que la vida le aplicó y sobre las que se sobrepuso con dedicación al trabajo, una vez reinsertado a la vida “normal” de la dictadura. Su desaparición clavó un hito en mi cronología: un antes y un después.

Contrastó los principios, enseñanzas y valores que me inculcó con el ejemplo, frente a las medidas de hoy de lo honesto, lo ético, lo moral, lo “apropiado”. ¡Cuánta falta me has hecho “viejo”, en mi intensa vida, entendiendo con la madurez, tus sacrificios, tu filosofía propia, tus decisiones.

La admiración y el orgullo crecen a la par que tu imagen en mis recuerdos, herencia vital que tus genes aportaron, manos que moldearon mis primeros años. ¡Cuánto te he  querido, padre mío!, cuánto te admiro, y cuánto orgullo por ser tu hijo, afanado por alcanzar tu estatura.

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