Mujeres, el mayor grupo discriminado de todo el planeta

I. Ni una más Asesinó a su compañera golpeándola con un martillo y apuñalándola con un cuchillo tramontino. Los peritos constataron más de 40 heridas. La Sala I del Tribunal de Casación de la Provincia de Buenos Aires…

I. Ni una más

Asesinó a su compañera golpeándola con un martillo y apuñalándola con un cuchillo tramontino. Los peritos constataron más de 40 heridas. La Sala I del Tribunal de Casación de la Provincia de Buenos Aires decidió bajarle un tercio de la pena (10/11/11) porque según su opinión, la víctima había asumido una actitud “casi provocativa” y “si el sujeto obró bajo un estado de turbación emocional es lógico que la responsabilidad disminuya”. El fiscal apeló: “Se intenta colocar a la víctima en un dudoso papel, transformándola en sospechosa de haber provocado el ataque”.

En Perú hubo 135 feminicidios en 2009 y el 56,3 por ciento de las víctimas fueron asesinadas en su propio hogar. El 48 por ciento de los asesinatos fueron por celos, y el 19,4 por ciento porque la víctima no quería continuar con la pareja. El 12,8 por ciento de las mujeres asesinadas había presentado una denuncia previa por violencia familiar contra su asesino. Solo la mitad obtuvo medidas de protección que en definitiva no fueron efectivas.

En Guatemala hubo 2,920 homicidios de mujeres en los últimos 5 años y solo 186 detenciones, un 94 por ciento quedó impune. En El Salvador, 326, 262 y 314 entre 2003 a 2005. En Honduras subieron de 111 a 181, en ese período.
En Colombia 6,603 mujeres fueron asesinadas entre el 2000 y el 2008. En el 71,6 por ciento de los casos el asesino fue un marido o exmarido.

En México, frente a los asesinatos reiterados en Ciudad Juárez, y la impunidad que los rodeó, la Corte Interamericana de Justicia falló condenando al Estado mexicano por “negar el acceso a la justicia a los familiares de las víctimas, por negligencia en la investigación y por no prevenir las muertes a pesar de la existencia de un claro patrón de violencia de género”. Exigió “que el Estado investigara los asesinatos de las víctimas, destituyera a los funcionarios que en el 2001 y años siguientes permitieron y realizaron las violaciones señaladas, investigara las denuncias de las familias de las víctimas que sufren amenazas, hostigamiento y persecución, y dignificara la memoria de las víctimas”.

Los feminicidios son el extremo de un cuadro de violencia en alta escala que ensombrece la vida de las mujeres.

Según un informe de Cepal las formas de la violencia practicadas a diario incluyen, el maltrato de la pareja, el acoso y la violencia sexual, la trata de blancas, la violencia institucional y la violencia discriminatoria contra mujeres inmigrantes, indígenas y afrodescendientes.

El 40 por ciento de las mujeres de la región sufre violencia física y en algunos países cerca del 60 por ciento violencia emocional. La física va desde golpes a agresiones graves con amenazas de muerte. La emocional comprende el maltrato psicológico, los insultos, las humillaciones, las burlas, el control del tiempo, la libertad de movimientos y los contactos sociales de la mujer.

En muchos de los países ha habido leyes contra la violencia hacia las mujeres, pero su aplicación es débil. La Cepal identifica entre sus razones “la impunidad en el ámbito judicial, en el que a menudo las víctimas no encuentran ni la oportuna sanción a los perpetradores, ni la adecuada protección”.

603 millones de mujeres en el mundo, casi el 19 por ciento viven en países donde según ONU Mujeres (informe de julio, 2011) la violencia doméstica no es un delito del todo.

A la violencia se suman discriminaciones jurídicas múltiples. En Irán el Código Penal contempla la pena de muerte a pedradas para mujeres adúlteras. Los hombres pueden divorciarse cuando quieren y tienen la custodia de los niños. El testimonio de una mujer en la Justicia vale la mitad que el de un hombre. El hombre puede prohibir a su esposa trabajar fuera del hogar.

En Arabia Saudita, las mujeres son inferiores jurídicamente en casi todos los planos y además no pueden manejar. Varias de ellas están presas por haber desafiado esta prohibición.

En Libia, uno de los nuevos líderes Mustafá Abdelyalil, declaró que se derogarán las restricciones a la poligamia. Cada hombre podrá tener cuatro esposas. Ante las protestas, se enmendó diciendo que se mantendrá la ley que otorga a la primera esposa el derecho a permitir o no los demás matrimonios del marido.
En Turquía la Corte Suprema de Apelaciones despertó la protesta pública cuando ratificó la decisión de un juzgado local de Mardim, que redujo la condena a 26 hombres (algunos políticos, profesores y militares) que mantuvieron relaciones sexuales pagas con una niña de 13 años. La Corte alegó que “la niña dio su consentimiento a las relaciones y era consciente de sus actos”. En esa región hubo en el 2010, 73 muertes por violencia doméstica y 113 mujeres se suicidaron por presiones familiares.

Frente a estos crímenes y afrentas continuas a la moral más elemental, a la violación de las leyes cuando las hay, a la impunidad, un llamado mundial de la ONU exigía “Ni una más”.

II. Hay Progresos Pero…

La violencia es el punto más extremo de un continuo de discriminaciones contra la mujer.

Las largas luchas por la equidad de género han generado significativos avances.
Entre ellos, la igualdad de derechos jurídicos, la mayor participación política, los progresos de la mujer en los diversos niveles de la educación y su rápida y creciente incorporación a la fuerza de trabajo. Todos estos logros han reestructurado su situación personal e influido en su posición en la familia y la sociedad.

A pesar de ello subsisten gruesas brechas y muchísimas mujeres ven coartadas de formas múltiples sus posibilidades existenciales básicas. Inciden en estas brechas los procesos regresivos de deterioro social agudizados por la actual crisis mundial, la vulnerabilidad ante ella de los grupos más débiles (como las mujeres urbanomarginales y las mujeres campesinas) y la sobrecarga adicional que significa la perduración de discriminaciones de género, con fuerte base cultural y social.

La pobreza, la desigualdad y la exclusión golpean particularmente a la mujer.
Así, a pesar de los avances médicos, las tasas de mortalidad materna en el mundo en desarrollo, son muy altas como consecuencia de la falta de sistemas de protección adecuada. Según las cifras de la ONU, 350,000 madres mueren anualmente en el embarazo o al dar a luz, más del 98 por ciento en los países en desarrollo.

¿Qué está sucediendo con la condición de la mujer en general en términos de cifras?

  • No obstante los fuertes progresos en educación femenina, dos terceras partes de los analfabetos del mundo son mujeres.
  • La integración de la mujer al trabajo se está haciendo con activas tendencias a formar parte de posiciones menores y a tener una gran presencia en la economía informal. Casi la mitad de las mujeres que trabajaban en otros sectores distintos de la agricultura lo hacían en el sector informal en 7 de 10 países de América Latina, y en cuatro países asiáticos. En dos de los países más poblados del mundo, India e Indonesia, el 90 por ciento de las mujeres que trabajan fuera de la agricultura lo hacen en la economía informal.
  • La discriminación en materia de salarios sigue siendo muy activa. En un relevamiento de 83 países (ONU Mujer, 2011) es de un diez a un treinta por ciento. En los mercados de trabajo latinoamericanos, las mujeres ganan considerablemente menos que los hombres. Mientras que en Suecia la relación de ingresos estimados entre hombre y mujer es 0,81, y en Noruega 0,77, en México es 0,39 y en Chile 0,40.
  • Los avances de las mujeres en posiciones gerenciales en el mundo corporativo tienen logros acotados. En los países desarrollados superan escasamente el diez por ciento en los consejos corporativos de las empresas líderes. En América Latina menos aún.
  • También con progresos, es limitada la presencia de la mujer en los altos niveles políticos. Son menos del diez por ciento de los ministros y jefes de Estado. Ninguno de los presidentes de los 28 bancos centrales de Europa es mujer. Representaban asimismo solo el 11 por ciento de los parlamentarios del mundo.

En América Latina ha habido avances en la integración de la mujer a los congresos, pero falta mucho para la paridad. Solo el 20 por ciento de los parlamentarios y el 7 por ciento de los alcaldes son mujeres.

III. Mujeres al borde de un ataque de nervios

Algunos de los procesos típicos de la economía globalizada abrieron oportunidades de integración laboral a las mujeres, pero al mismo tiempo significaron cargas y sacrificios desproporcionales para ellas.

Nilufer Cagatay (PNUD), analizó los impactos de la liberalización del comercio exterior sobre las mujeres. Muestra que al aumentar en los países en desarrollo el porcentaje que significan las exportaciones sobre el producto nacional bruto, se produce un aumento en la participación de la mujer en los empleos remunerados, entre otras, en actividades como las maquiladoras. Esto la integra al mercado de trabajo lo que mejora su posición social.

Sin embargo, resalta que las investigaciones indican diversas limitaciones y costos por estos logros.

En primer lugar, como se vio, la expansión del empleo femenino no ha llevado a cerrar las brechas salariales de género. Asimismo, los puestos conseguidos se han mostrado inseguros e inestables, porque esta expansión ha ocurrido en una era de pérdida en general de la capacidad de negociación de los trabajadores.

En segundo lugar, mientras un grupo de mujeres se incorpora a la fuerza laboral, otras (las menos calificadas) pierden empleos y medios de subsistencia.

Tercero, la tendencia puede ser revertida con la incorporación de avances tecnológicos que sustituyen mano de obra en las industrias de exportación.
En cuarto lugar, la incorporación laboral significa un aumento de la carga de trabajo total de la mujer, porque sus tareas –no pagas– en el hogar no se reducen.

En quinto término, si bien las mujeres se empoderan al trabajar, su poder de negociación con las empresas sigue siendo menor que el de los hombres.
En resumen, Cagatay concluye: “la expansión y liberalización del comercio internacional tiene efectos contradictorios sobre el bienestar de las mujeres y las relaciones de género”.

Otra dimensión usual de los procesos globalizadores, la implantación de políticas de ajuste, ha golpeado con fuerza en forma mayor a las mujeres que los hombres. En los países en desarrollo, las reducciones laborales, que son propias de estas políticas, han caído en primer lugar en los sectores menos calificados y de menor capacidad de negociación, en los que hay fuerte concentración de mujeres.

Aun en altas posiciones gerenciales y en los países desarrollados, las mujeres pagan costos elevados por su integración laboral. Un tema esencial, la posibilidad de tener hijos y criarlos normalmente, es sacrificado en una proporción significativa. Un estudio de la General Accounting Office de EE.UU. encontró que les es mucho más difícil que a los hombres balancear la familia y la carrera. El estudio muestra que el 60 por ciento de las mujeres con cargos gerenciales de las industrias analizadas no crían hijos, mientras ello sucede con el 40 por ciento de los hombres. Otro estudio encontró que entre los ejecutivos de la industria de servicios financieros, el 88 por ciento de los hombres tenían hijos en su hogar y ello solo sucedía con el 58 por ciento de las mujeres.
En América Latina hay un problema adicional. Tiene gran peso la visión “machista” de que las responsabilidades domésticas deben estar a cargo casi exclusivo de la mujer. Así, en México, las mujeres dedican a la cocina y la limpieza del hogar 4,43 horas diarias y al cuidado de los niños 1,1 horas. Los hombres 0,30 y 0,21.

Las mujeres se están integrando al mercado de trabajo en donde deben sobreesforzarse para superar las discriminaciones, en condiciones muy desfavorables. Siguen estando a cargo integralmente del hogar. Tienen una doble y dura jornada.

IV. La feminización de la pobreza

Ha crecido en diversos países de América Latina y en otras regiones, el grupo denominado “Madres solas jefas de hogar”. En gran proporción se trata de madres pobres que han quedado solas al frente del núcleo familiar ante la deserción del cónyuge masculino, a su vez fuertemente influida por la imposibilidad de seguir cumpliendo su rol de proveedor principal de ingresos.
Estos hogares tienden a ser unidades familiares muy débiles en términos económicos y en muchos casos bordean la indigencia.

La pobreza es un destructor sistemático de familias y ataca particularmente a las mujeres. Esto es no sólo una realidad latinoamericana sino internacional. Una investigación de amplios alcances en EE.UU. (The Center for Disease, Control and Prevention) indaga 11,000 mujeres. Conclusiones:

• El sector de la población más afectado por la pobreza, las mujeres negras, tenía menores tasas de matrimonialidad, mayores tasas de divorcio y menores tasas en cuanto volver a casarse.

• Cuando se analizaba mujeres blancas que vivían en áreas pobres, las tasas descendían al mismo nivel que el de las mujeres negras.
Las presiones que la pobreza pone sobre las relaciones de pareja son determinantes en estos desequilibrios.

Otra fuente importante de conformación de familias pobres con una mujer al frente es el embarazo a temprana edad. Este tipo de familias tendrán, de entrada, condiciones de gran vulnerabilidad. También este fenómeno está claramente asociado a la pobreza y tiene amplias dimensiones en la región.

Las cifras de mujeres que han tenido hijos antes de los 20 años son mucho más altas entre los pobres que en los no pobres en todos los países. En total se estima que en los centros urbanos de la región, el 32 por ciento de los nacimientos que se dan en el 25 por ciento más pobre de la población, son de madres adolescentes. En las zonas rurales la proporción es aún mayor al 40 por ciento. En total, 80 por ciento de los casos de maternidad adolescente en América latina están concentrados en el 50 por ciento más pobre de la población, mientras que el 25 por ciento más rico solo tiene un 9 por ciento de los casos. En las áreas rurales, las cifras son 70 por ciento de los casos en el 50 por ciento más pobre y 12 por ciento en el 25 por ciento más rico.

Una variable central en el embarazo adolescente es, según las correlaciones estadísticas, el nivel educativo.

En los centros urbanos de América Latina el porcentaje de madres adolescentes con menos de seis años de educación es del 40 por ciento. El número de madres adolescentes va descendiendo a medida que aumentan los años de estudios. Entre las jóvenes con 10 a 12 años de estudio, es solo del 15 por ciento.

Funciona en la realidad un círculo perverso férreo. Las jóvenes pobres tienen menos educación, ello genera condiciones propicias para el embarazo adolescente. Al tener hijos y ser titulares de familias muy débiles, abandonan totalmente el sistema educativo. Las cifras disponibles indican que las madres pobres adolescentes tienen un 25 a un 30 por ciento menos de capital educativo que las madres pobres que no han tenido embarazo adolescente. Al tener poco nivel educativo, estas madres jóvenes con hijos, tendrán pocas posibilidades de conseguir trabajos e ingresos adecuados y se profundizará su pobreza.

Las mujeres pobres sufren también fuertemente el impacto de la pobreza en temas vitales muy claves, como el de la salud. La pobreza latinoamericana tiene como una de sus expresiones los altos déficits nutricionales. Se estima que el 17 por ciento de los niños de la región padecen de desnutrición crónica.

Es uno de los factores clave en las elevadas tasas de mortalidad infantil. Con él interactúan otros factores de escasez, como la falta de agua potable, de instalaciones sanitarias y las condiciones generales de pobreza.

Las mujeres pobres tienen en la región un problema adicional muy serio en materia de salud: la ausencia de atención apropiada durante el embarazo y el parto. Consecuentemente, la tasa de mortalidad materna es muy elevada. Además, muchas más mujeres de la región sufren efectos de largo plazo sobre su salud vinculados con las afecciones relacionadas con el embarazo.

V. Nada de triunfalismos

La tan positiva incorporación de la mujer a los estudios y el trabajo se está haciendo en muchos casos, bajo patrones que abren numerosos interrogantes y ello es muy intenso en América Latina.

En lo tocante al sistema educativo, en el caso de las mujeres pobres de la región, si bien es mayor su presencia en la matrícula educativa básica, la situación de pobreza incide en que tengan altas tasas de deserción y repetición. Reflejándolo, las mujeres marginales urbanas, las mujeres campesinas y las mujeres indígenas, tienen una escolaridad reducida y tasas de analfabetismo muy superiores a los promedios nacionales.

En los estratos medios y altos, donde la mujer ha accedido vigorosamente a la educación universitaria, existen preguntas sobre la calidad de sus avances. Se presenta una tendencia definida en términos del tipo de carreras que terminan. Tienen gran presencia en las humanidades y ciencias sociales, pero muy limitada en profesiones estratégicas como las ingenierías y las ciencias naturales. Allí hay una fuerte brecha entre hombres y mujeres.

El mercado de trabajo muestra, asimismo, serias cuestiones abiertas. Las mujeres se han integrado, en muchos casos, como se vio a niveles bajos del mismo y a la economía informal.

Todo ello además, como se ha visto, se paga con costos muy altos. La mujer pobre es en muchos casos trabajadora informal u operadora en maquiladoras y al mismo tiempo jefa del hogar, con una vida cotidiana por consiguiente, muy dura. Las mujeres de los estratos medios siguen a cargo de la responsabilidad del cuidado de la familia y el funcionamiento del hogar, lo que implica importante dedicación aún cuando cuenten con ayuda doméstica, y por otro lado, deben trabajar intensivamente para demostrar su capacidad profesional y mantener sus posiciones.

Como se ha visto asimismo, la participación política femenina, si bien ha crecido, es acotada.

Ante este panorama las actitudes “triunfalistas” en género pueden llevar a resultados muy negativos. Se necesita, por lo contrario, redoblar la presión social por políticas cada vez más activas de discriminación positiva. A pesar de los avances, las mujeres siguen siendo como lo muestran los indicadores de desarrollo humano de las Naciones Unidas, el mayor grupo discriminado de todo el planeta.

Una agenda de trabajo para encarar esta situación debería, en primer término seguir procurando que el tema mismo forme parte continua de las grandes agendas de discusión económica y social a nivel internacional y latinoamericano. Hay que reforzar y profundizar en la visión colectiva la idea de que el tema es crucial no solo para las mujeres sino para la sociedad en su conjunto.

Efectivamente, siguen aumentando las evidencias que indican que potenciar a la mujer, superando discriminaciones, es una fuente de beneficios excepcionales para la sociedad en su conjunto. Entre otros aspectos, las madres son mejores administradoras de recursos escasos que los hombres.

Aumentar la educación de las mujeres pobres tiene un efecto directo sobre los indicadores de salud. Entre otros aspectos, impacta fuertemente los porcentajes de vacunación de los chicos.

Algunas indagaciones van aún mucho más lejos. Folbre (1994) sostiene que las mujeres tienen mayor tendencia al altruismo y a la cooperación. Una investigación sobre el capital social en comunidades campesinas en el Paraguay (Molinas, 1998) verificó, efectivamente, que los comportamientos cooperativos ocurrían con mayor frecuencia en grupos con alta participación femenina. Constató que “la participación femenina efectiva en los comités campesinos aumentaba la performance de dichos comités… y las posibilidades de las comunidades campesinas de combatir la pobreza”.

Estudios internacionales (Banco Mundial) muestran que “… mayor igualdad en la participación de mujeres y hombres está asociada con empresas y gobiernos más transparentes y con mejor gobierno. Donde la influencia de las mujeres en la vida pública es mayor, el nivel de corrupción es menor”.

Se requiere enfrentar las discriminaciones de género impulsando vigorosas políticas públicas afirmativas en todos los planos básicos.

En América Latina ello significa cosas muy concretas. En materia de salud, se debe dar pleno acceso a la prevención y la atención médica apropiada a las mujeres pobres que significan más de la mitad del total. Es inadmisible ética y socioeconómicamente que los progresos en medicina que han reducido al mínimo la mortalidad materna y la mortalidad infantil (y que implican en muchos casos tecnologías de fácil aplicación) estén fuera del alcance de muchísimas mujeres pobres de la región.

En el campo de la educación se debería desplegar un amplio abanico de políticas para quebrar la marginación de las mujeres pobres. En los centros urbanos se debería apoyar especialmente a las niñas pobres para que completen estudios.
Se requieren programas que ataquen las carencias básicas del hogar que llevan a la deserción y crear incentivos positivos para que las familias apoyen la escolaridad de las niñas. Un ejemplo exitoso son los programas como Asignación Universal por Hijo de la Argentina, y Bolsa-escola del Brasil, que entregan subsidios al hogar sujetos a que los niños asistan y permanezcan en la escuela.

Por otra parte, se deberían fortalecer las estrategias para atender a las numerosas jóvenes y mujeres pobres que no terminaron la escuela primaria. Tendrían que impulsarse programas pensados para mujeres que trabajan largas jornadas. Experiencias como las de Fe y Alegría, que permiten a mujeres de esas características completar por radio estudios formales, indican con sus excelentes resultados, caminos promisorios. Se debería dar una atención especial al caso de las madres adolescentes con programas innovativos que partan de sus realidades y puedan ayudarlas a completar los ciclos educativos de los que con frecuencia desertan.

La lucha por la educación de la mujer campesina debe intensificarse aún más. Su asistencia a la escuela sigue teniendo amplias brechas en relación con los hombres. La acción a realizar debe cuestionar frontalmente los prejuicios culturales que están incidiendo en ello y multiplicar oportunidades educativas para estas mujeres. Un campo especial es el de las mujeres indígenas. Deben crearse programas educativos adaptados a sus características, que con pleno respeto de su cultura y su idioma permitan mejorar sus posibilidades reales de tener acceso a educación.

Debe haber políticas mucho más consistentes y agresivas que las actuales en materia de protección de la familia. Ello puede mejorar sustancialmente la situación concreta de la mujer y permitirle su incorporación a la educación y el trabajo en mejores condiciones. Los apoyos públicos en campos como el cuidado de los bebés, la multiplicación de oportunidades de preescolar, la ayuda en el cuidado de las personas mayores y otras áreas, pueden ser de alta utilidad práctica.

En cuanto al mercado de trabajo deberían transparentarse las actuales situaciones de discriminación, ponerse sobre la mesa de discusión, para que ello pueda ayudar a generar políticas que les den respuesta.

Cuando se les da a las mujeres en general, y a las pobres en particular, oportunidades productivas reales, los resultados para ellas y la sociedad en su conjunto son muy concretos. Lo ilustra entre otras experiencias el estimulante caso del Grameen Bank, la institución más reconocida del mundo en microcrédito. Muhammad Yunus (su inspirador) y su equipo decidieron prestar pequeñas sumas a mujeres campesinas pobres de Bangladesh. El Banco tiene hoy ocho millones de prestatarios de los cuales el 94 por ciento son mujeres.
Los resultados son muy impresionantes y numerosos países del mundo han pedido la asistencia del Grameen Bank para montar experiencias similares. Los prestatarios han mejorado su vida y la mitad de ellas han superado la línea de pobreza. La tasa de recuperación de los préstamos, con estos clientes, mujeres campesinas pobres, ha sido de más del 98 por ciento.

Otra área de acción es que se dé pleno reconocimiento al trabajo de la mujer en el hogar, contribución que no aparece en las estadísticas económicas, como si no tuviera mayor valor.

Otras políticas públicas afirmativas deben dirigirse al crucial campo de la participación política. Es fundamental por el aporte que puede dar la mujer y debe escucharse a plenitud su voz. Debe tratar de ampliar activamente los acotados progresos logrados.

Junto a todas las políticas anteriores y muchas otras añadibles, debe seguir la acción colectiva por producir cambios de fondo en las actitudes culturales y los mensajes educativos, donde hay fuertes contenidos discriminatorios, enraizados en siglos de inferiorización de la mujer. Entre ellos es notable cómo los currículos de educación básica, en muchos casos, ignorando el problema de la mujer, y diseminando los mismos estereotipos tradicionales sobre su rol en la sociedad y sus supuestas limitaciones.

Superar la cuestión de género, será decisivo para lograr un desarrollo económico de rostro humano y de bases firmes. Al mismo tiempo, no es solo un tema de mejor funcionamiento de la economía. Se trata de un asunto ético vital. Las postergaciones y sufrimientos que buena parte de la población femenina mundial y la mayoría de las mujeres de América Latina están padeciendo por la pobreza y la exclusión, reforzadas por su género, son moralmente intolerables y han durado demasiado.

Los líderes
En el informe sobre igualdad de género que elaboró el Foro Económico Mundial 2011, los cuatro primeros países del mundo son los escandinavos Islandia, Noruega, Finlandia y Suecia. En ellos se ha reducido más del 80 por ciento de las diferencias entre sexos.

Un problema de todos
“La desigualdad basada en el género puede lesionar considerablemente el desempeño global en numerosas y diversas áreas, afectando variables demográficas, médicas, económicas y sociales. El fortalecimiento de las capacidades de las mujeres y su consiguiente habilitación gracias a la escolaridad, las oportunidades de empleo y otras, tienen efectos de gran alcance en la vida de todos los involucrados, hombres, mujeres y niños”.
Amartya Sen
Premio Nobel de Economía

Las mujeres que “no hacen nada”
Con frecuencia se descalifica el trabajo doméstico de las mujeres, calificándolo como “no hacer nada”. El reconocido urbanista y pensador Manuel Castells describió así la situación: “Si las mujeres que ‘no hacen nada’ dejarían de hacer ‘solo eso’ toda la estructura urbana así como la conocemos sería incapaz de mantener sus funciones”.

Posted in Sin categoría

Más de

Más leídas de

Las Más leídas