El reparto de la LMD

La Liga Municipal Dominicana (LMD) cobra de nuevo principalía, lo que se repite cuando es necesario designar al secretario, cada cuatro años. La causa de atención de los políticos con capacidad de decidir el futuro de su ejecutivo y de la misma…

La Liga Municipal Dominicana (LMD) cobra de nuevo principalía, lo que se repite cuando es necesario designar al secretario, cada cuatro años. La causa de atención de los políticos con capacidad de decidir el futuro de su ejecutivo y de la misma entidad está determinada por la partida anual que ya se aproxima a mil millones de pesos. Es mucho lo que hay que manejar y repartir entre fieles partidarios.

La LMD ha sido fuente de debate acerca de su papel como “asesora” de los municipios, y singularmente, sobre su continuidad, dado que no pocas personas cuestionan su rol. En el pasado al menos operaba como fiscalizadora con facultad para vigilar el desenvolvimiento financiero de los cabildos. Hoy esas calidades están en manos de la Cámara de Cuentas.

Ahora trata de empujar algunos niveles de acompañamientos de los ayuntamientos, mancomunada con la Federación Dominicana de Municipios (Fedomu), que obra como un gremio de presión para propósitos propios y de promoción de políticas o acciones convenientes a la gobernanza de los alcaldes.

Pero desde cualquier punto de vista su importancia reside en la oportunidad que significa para los políticos con posibilidad de decidir su gobierno. En la LMD se anida una militancia conveniente a causa partidaria, a veces de vida o muerte. Por años, uno de los agrupamientos políticos ha sobrevivido en base a esa pesada nómina que alimenta el erario.

Quienes tienen el control de los municipios simplemente deciden a conveniencia, en el entendido de que allí pueden alojar parciales. Es un instrumento de transacción política más que un ente de servicio a la sociedad.

En esas condiciones, la discusión acerca de quiénes habrán de gobernar la LMD durante cuatro años deriva en una obscenidad, en la cual el sello distintivo es el descaro, porque se transa como una ínsula a repartir entre partes.

Y eso simplemente irrita, porque no se guardan siquiera las formas que para otros casos resultan menos burdas.

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