Obras estatales que desafían la naturaleza

Todos los profesionales de la ingeniería, de la geología, de la meteorología y de la hidrología saben muy bien que los cauces son las vías construidas por los ríos para garantizar el tránsito de las crecidas máximas generadas durante los eventos&#

Todos los profesionales de la ingeniería, de la geología, de la meteorología y de la hidrología saben muy bien que los cauces son las vías construidas por los ríos para garantizar el tránsito de las crecidas máximas generadas durante los eventos hidrometeorológicos extremos y no para que los seres humanos habiten allí y tengan que salir corriendo cada vez que haya una crecida anormal del caudal, si es que les da tiempo a correr, porque en el pasado mes de abril a 321 comunitarios que habitaban a orillas del río Mocoa, en Colombia, no les dio tiempo a correr y murieron arrastrados por la súbita crecida del río, situación que había sido advertida durante años por los expertos en clima e inundaciones, pero, no obstante las advertencias, la gente y las autoridades siguieron desafiando a la naturaleza y construyendo a orillas del río y hoy allí se viven grandes calamidades por las grandes pérdidas de vidas y de propiedades.

A los dominicanos al parecer ya se nos olvidó la gran tragedia de la Mesopotamia, en San Juan de la Maguana, la cual dejó 185 muertes fruto de las crecidas del río San Juan durante el paso del huracán Georges, en fecha 22 de septiembre de 1998, huracán que había sido previamente negado por el Director de la Defensa Civil; como también ya olvidamos la tragedia de Jimaní, la cual estremeció a todo el país la madrugada del 24 de mayo de 2004 cuando una vaguada no avisada por las autoridades descargó 247 milímetros de lluvias en 4 horas y el río Blanco tomó su cauce normal con extraordinario caudal y se llevó todas las viviendas y ocupantes del área sureste de Jimaní, matando 1,800 personas haitianas y dominicanas fruto de que la gente estaba ocupando el cauce seco sin saber que el tamaño del cauce es proporcional a la crecida máxima que se ha de generar en algún período de lluvia torrencial, pues el ancho de un río no es fruto de la casualidad, sino de la necesidad de drenar las crecidas máximas extremas, y de esos eventos la naturaleza sabe más que todos los expertos.

De ahí que nadie entiende cuáles son los motivos que ha tenido una institución gubernamental para emplazar un proyecto habitacional justo en la misma margen derecha del caudaloso río Camú, en la zona noroeste de la ciudad de La Vega, sabiendo bien que ese río tarde o temprano recuperará su espacio durante algún evento hidrometeorológico extremo, y que poner a la gente a vivir en ese lugar es exponerles a una tragedia de dimensiones extraordinarias como la ocurrida en el Estado Vargas, Venezuela, a mediados del mes de diciembre de 1999, cuando 2 semanas de lluvias torrenciales acumularon un total de 1,800 milímetros de lluvias generando un gigantesco deslave y una corriente de agua, lodo y bloques que destruyó todo, incluyendo los grandes edificios habitacionales construidos por los vecinos y por las autoridades.

Decir que los nuevos edificios que se construyen a orillas del río Camú, en La Vega, han sido ubicados calculando la crecida máxima que pueda ser generada por ese río, es el mayor desafío que podamos plantear frente al Cambio climático que hoy distorsiona a la naturaleza, porque quién le ha dicho a los especialistas en hidrología e hidráulica de la OISOE que los seres humanos podemos poner tamaño y fecha a los próximos eventos hidrometeorológicos extremos, pues si bien es cierto que los modelos hidrológicos de crecidas tratan de predecir el período de retorno de eventos hidrometeorológicos extremos, todos sabemos que en realidad esos modelos son simples ejercicios de entretenimiento matemático y estadístico que nunca se cumplen porque la naturaleza no sabe de matemáticas, ni responde a datos estadísticos, por lo que nadie, absolutamente nadie, sabe cuándo se repetirá el próximo evento desastroso en una determinada cuenca hidrográfica, ni sabe cuál será el tamaño real de ese evento destructivo, y sabiendo que la incertidumbre supera a las escasas estadísticas, lo mejor que podemos hacer es respetar a la naturaleza y respetar los cauces de todos los ríos caudalosos.

El día que las autoridades tengan que asumir responsabilidades civiles y penales por los daños humanos, materiales y ambientales provocados por absurdas decisiones de profesionales, ese día veremos terminar los desafíos a la naturaleza y dejaremos de estar construyendo y justificando viviendas y escuelas en las márgenes de caudalosos ríos cuyas crecidas máximas que dan tormento se pueden repetir en cualquier momento.

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