Corrupción y campañas políticas

El escándalo de Odebrecht también obliga a reflexionar acerca del ejercicio de la política y particularmente de la articulación de las candidaturas y el costo de la promoción y administración misma de las campañas.

El escándalo de Odebrecht también obliga a reflexionar acerca del ejercicio de la política y particularmente de la articulación de las candidaturas y el costo de la promoción y administración misma de las campañas.Es más que perceptible –desde antes de que se desataran estos demonios- que “hacer política” con vocación de poder o de búsqueda del poder en cualquiera de las instancias del Estado, implicaba un alto costo económico, imposible de alcanzar mediante procedimientos previstos en el marco del comportamiento social aceptable.

Financiar una aspiración hoy conlleva altos costos. Se conocen los medios. Costear una campaña a cualquier puesto es una tarea muy difícil y requiere de un “talento atrevido”. De modo que ser político ahora no sólo implica ganar aprobación social, sino también desarrollar destrezas especiales para reunir dinero.

Generalmente el dinero tiene un costo, y quienes lo ponen a la disposición de los aspirantes políticos fijan sus expectativas. O simplemente entienden que hacen una inversión que debe devolver determinadas tasas.

Se sientan las bases para preguntarse lo siguiente: ¿En esas circunstancias a qué va un activista político al poder? Si alcanza el puesto queda atado a un pesado lastre, fuertemente comprometido con todos aquellos que apostaron a su candidatura.

Es decir, que la política es un negocio como hace tanto tiempo sostuvo el profesor Juan Bosch.

Siendo así, es oportuno ver en esta coyuntura una oportunidad para abaratar el ejercicio de la política. Y abaratarla en este caso es adecentarla. No puede tener un alto costo económico un esfuerzo humano dirigido a servir de buena fe a los ciudadanos.

La sociedad no se merece que la elección la gane quien maneje más dinero de cualquier origen.

Los puestos de elección popular deben recaer en quienes tengan las más calificadas credenciales humanas: entereza, idoneidad y reconocimiento ciudadano.

Quizás es este el momento para aprobar una adecuada ley de partidos y una mejor ley electoral. Así los funcionarios del mañana serían también mejores.

Y evitaríamos campañas tan caras, y tanta corrupción en el ejercicio del poder.

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