María Crisálida Díaz lleva educación superior a las cárceles

Las cárceles son lugares desoladores y hostiles, llenos de historias que a más de uno dejan pasmado, y donde las oportunidades parecen coartarse. Sin embargo, iniciativas como los programas universitarios implementados en diferentes centros penitenciari

Las cárceles son lugares desoladores y hostiles, llenos de historias que a más de uno dejan pasmado, y donde las oportunidades parecen coartarse. Sin embargo, iniciativas como los programas universitarios implementados en diferentes centros penitenciarios del país han estado cambiando ese panorama poco a poco a lo largo de los años.

La ideóloga y coordinadora de estos proyectos, María Crisálida Díaz, lleva a las cárceles el pan de la enseñanza, brindándole a los internos una segunda oportunidad para aprender de sus errores e insertarse a la sociedad, una vez cumplan su condena, restaurados y con un título universitario.

Díaz lleva enfocada en esta labor 27 años, en los que ha creado un valioso engranaje de maestros y colaboradores como la Universidad de la Tercera Edad y el Instituto Nacional de Formación Técnico Profesional (Infotep), entidades que les proveen a los reclusos carreras como Mercadeo, Derecho y Psicología, también cursos y talleres de ebanistería, belleza y costura, en penales como el Centro de Corrección y Rehabilitación Najayo Mujeres, Centro de Corrección y Rehabilitación Najayo Hombres, CCR Rafey Santiago, CCR La Isleta en Moca, CCR San Pedro de Macorís, La Romana, Higuey y Monte Plata.

Hasta el momento, el proyecto que recibe apoyo de la Fundación Mujeres por la Educación y la Procuraduría General de la República, ha resultado en 304 internos graduados, y actualmente 317 internos en el curso de sus carreras. Además, 100 vigilantes de tratamiento penitenciario graduados, y 13 activos en sus estudios.

El programa ha devuelto a los hombres y mujeres rehabilitados la oportunidad no solo de ser reformados sino de contar con nuevas capacidades que les permiten insertarse nuevamente a la sociedad, incorporándose al mundo laboral con una perspectiva distinta.

Díaz, quien por esta labor fue reconocida el pasado mes por el Banco BHD León como una de las 10 Mujeres que Cambian el Mundo, creció en una familia cristiana, que estuvo ligada a servicios de evangelización en las cárceles. Pero no fue hasta 1984 cuando, junto a su hermana mayor que era evangelizadora permanente en la Penitenciaría Nacional de La Victoria, decidió incursionar en el ministerio de evangelización de cárceles, con operativos médicos y almuerzos navideños.

Junto a ella trabajaban ocho mujeres en ese entonces. Pero en 1990 prefirió no solo llevar la palabra de Dios allí, sino también dedicarse a educar, ya que vio la necesidad que tenían algunos internos de formarse. Así que acondicionó un espacio en el patio de La Victoria donde comenzó a impartir clases ese mismo año.

El grupo tenía 34 internos al principio, que en 1994 fueron trasladados por las autoridades a Najayo, a donde fue también Díaz y propuso el programa, aunque también se realizaba en el patio.

Actualmente las cosas han cambiado mucho. El sistema de educación universitaria en estos penales integra no solo a los internos, sino también a los guardias de seguridad y al personal administrativo, que reciben docencia en la misma aula que están los condenados o los preventivos.

“Queremos que todos se sientan integrados. Por eso les hacemos sentir que a pesar de haber cometido un error que los trajo hasta aquí, tienen todavía la oportunidad de reformar sus vidas, de aprovechar una segunda oportunidad entre las rejas. Integramos a los presos, guardias y el cuerpo administrativo del penal en nuestras aulas, para que vayan adquiriendo ese sentido de inclusión social, y se den cuenta de que al final de cuentas, todos somos iguales, pese a las circunstancias”, dice Díaz.

Destaca que sus programas han causado un impacto que no esperaba, “sobre todo en los internos, cuyas historias han conmovido mi corazón, me hicieron más fuerte, más dura… pero también más empática, solidaria y servicial, porque una vida dedicada a ayudar desinteresadamente me hizo ver que todo ser humano merece la oportunidad de salir adelante y rehacer su vida”.

Subraya que, incluso, aquellos que ya cumplieron condena, una vez salen de las cárceles regresan los días en los que les toca recibir clases, aunque ya no sean internos. “Eso demuestra que el interés que tienen por aprender es verdadero”.

Estela Castillo forma parte del cuerpo de Vigilantes de Tratamiento Penitenciario (VTP), solo le faltan dos años para terminar su carrera de Derecho, y asegura que lo que Díaz y sus colaboradores han hecho, sirvió para mejorar su condición de vida, gracias a las oportunidades que ha conseguido desde que comenzó a estudiar.

“Los internos y nosotros como empleados tenemos el privilegio de contar con carreras muy interesantes que nos preparan para una vida productiva, que nos prepara para insertarnos a un mercado laboral mejor formados, y con una capacidad de reflexión mayor, porque en el caso de los reclusos, tras aprender de la experiencia que les trajo aquí, ellos ven las cosas distintas, y piensan todo más”, cuenta.

Aunque la labor que desempeña Díaz es junto a varias entidades, admite que “el apoyo de cualquier institución privada o del Gobierno será bien recibida, porque tenemos algunos proyectos mayores que sin apoyo no pueden salir a flote”.

“No cambio estos 5 años de cárcel por libertad”

Juan Carlos Zamora es un interno condenado en el Centro de Corrección y Rehabilitación La Isleta de Moca. Se siente agradecido por pertenecer al programa universitario en esa penitenciaría, donde estudia Psicología. “Estar estudiando me hizo reflexionar mucho, además pensar sobre las cosas que hice y cómo evitar caer en el mismo error una vez que salga de aquí. Yo creo que esta es la oportunidad más grande que hemos tenido, una segunda oportunidad que nos muestra la luz al final del túnel. No cambio estos cinco años en la cárcel por libertad”, dice.

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