El mundo se ha vuelto inseguro en todas las latitudes. En el siglo pasado la violencia por motivos pretendidamente políticos era materia doméstica, entre grupos que soñaban con utopías y quienes detentaban el poder. La inseguridad resultaba más dramática en los llamados países del Tercer Mundo, donde la insurgencia podía ser rural o urbana. En los países desarrollados la seguridad era uno de los valores más afirmados, y sólo en algunos era puesta a riesgo, sea por nacionalistas, separatistas, o meros fanatismos, como en Belfast, Reino Unido.

Hoy la inseguridad es global. En los países pobres o de mediano desarrollo, y también en los más ricos, a consecuencia del crimen internacional motivado por los inescrupulosos traficantes de todo tipo de sustancias o recursos ilegales.

También se enfrenta una violencia con características descarnadas. Es el terrorismo extremista afirmado en un fundamentalismo que comete crímenes con crueldad. Ataca con saña para derramar sangre. No busca objetivos militares ni símbolos del “enemigo”. Sus acciones van directamente contra las personas, mientras más víctimas, más perversas satisfacciones.

El terrorismo ha vuelto inseguros a los países ricos y particularmente a los más vulnerables por su ubicación geográfica o por el tipo de régimen que los gobierna.

Cuando las naciones entienden que empiezan a tener alguna sensación de seguridad, porque se presume que ya los terroristas han sido confinados a sus madrigueras, se destapan con saña, matando a los inocentes civiles, indiscriminadamente. Una violencia que no tiene gradación. Su objetivo es el terror mediante el derramamiento de sangre.

La matanza en Barcelona, España, con una camioneta que fue previamente alquilada, lanzada contra seres humanos que pacíficamente caminaban por una plaza siempre muy concurrida, nos dice ante qué clases de criminales se bate el mundo sensato.
Con razón, España está nueva vez conmocionada. El mundo debe entender que los criminales del Estado Islámico siguen operando pese a que sus capacidades han sido disminuidas en sus principales centros de operaciones.

Pero armar a unos fanáticos con cualquier instrumento siempre será posible. Deploramos estos hechos barbáricos atentatorios contra la raza humana. Merecen la condena unánime.

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