La inmensa mayoría de las naciones están con sus fronteras cerradas en un afanoso afán por proteger a sus ciudadanos frente a un enemigo atroz. Por fuerza mayor están cancelados los viajes internacionales y en el territorio nacional.
Estamos en una Semana Santa que nos reúne a todos en los hogares, como nunca antes, a causa de la pandemia COVID-19, que estimula reafirmaciones de valores fundados en la fuerza de la fe, tan importante para manejar situaciones dramáticas como esta.
No hay que hacer recomendaciones en pro del recogimiento en unos días especiales que nos llaman a recordar la vida, la pasión y la muerte de Jesucristo.
Asumimos que las familias están recluidas y reunidas, ocasión propicia para reflexiones, justo cuando nos vemos amenazados por un desconocido.
Durante todos estos días, las cavilaciones han estado en todos. Quizás, orladas por las angustias ante un factor que nadie ha podido someter a control, más allá de las indicaciones de las autoridades de Salud para preservar la salud y hasta la vida.
Esta es una oportunidad para darle el mejor sentido a la permanencia en el hogar. Incita a pasar balance sobre nuestras vidas, sobre el papel que las personas podemos jugar por un mundo más justo.
Cuando estamos en peligro, cuando descubrimos que somos tan frágiles, es un momento propicio para mirarnos, para descubrir nuestro interior y afincar un punto de partida para recomenzar, y enfocar el futuro desde otras perspectivas.
Que todo esto tenga un fin útil. Que pueda inducir a cambios para vivir mejor, y contribuir para que sea así.
Depende de cada uno, de cada familia como núcleo fundamental de la sociedad. Juntos podemos detener el gran flagelo y resurgir con la fuerza de la redención que mostró Jesús.
Semana Santa es más que nunca un período que encierra una fuerza tremenda de salvación. Honrémosla como nunca antes.
Esto vale para todos, para el más sencillo ser humano, y para el más encumbrado ciudadano. Para líderes y naciones.
