A buen tiempo

“¡Al fin nos podemos abrazar!”, fue la efusiva expresión que, frente a mí, hace algunos días, daba una pareja a un amigo al cual no habían visto desde antes de la llamada crisis sanitaria.

“¡Al fin nos podemos abrazar!”, fue la efusiva expresión que, frente a mí, hace algunos días, daba una pareja a un amigo al cual no habían visto desde antes de la llamada crisis sanitaria. Lo que dio paso a un abrazo grupal entre ellos, como si fuese una necesidad para sus vidas, más que un bálsamo para el dolor. Me detuve, y una vez terminados de abrazar, les exterioricé: “Disculpen, pero hasta yo lo sentí. Y más aún esa expresión de alegría en sus rostros que me llevó como regalo mañanero”, a lo que respondieron, más que felices: “Y eso que usted no sabe nada. Es más que un hermano para nosotros, pero nos mantuvieron distantes”.

El contagio de esta escena trajo a mi interior mientras caminaba cómo también hasta dentro del interior de mi familia (llámese hijos y nietos) mantuvimos separación completa alrededor de tres meses, pero pérdida libre cercanía como esta, besos, etc., por aproximadamente un año completo. Las consecuencias dejadas por esta etapa, que más que todo parece una pesadilla, pasarán décadas y sus secuelas psicológicas ya están manifiestas en una gran parte de la población. El miedo mantenido por todos, generando niveles de angustia de manera colectiva, crisis de pánico, depresiones, ansiedades de todo tipo, es algo de lo que podemos ni debemos hacer borrón y cuenta nueva, si no más bien cada uno hacer una introspección de hasta dónde nos ha afectado.

Es imposible, después de lo vivido,  momento histórico como nunca antes, debido al manejo dado de forma universal, que seamos igual. Eso jamás, es imposible. Algunos transformados para bien, dándole valor a las cosas que realmente merecen, priorizando sobre todo su familia; y, otros, todo lo contrario, les ha salido todo aquello que estaba latente en su interior como ira, odio, envidia, frustración y un aparente orgullo que no es más que la respuesta a sus inseguridades.

Nos hemos reencontrado. Y, aunque como consecuencia de todo esto han surgido muchos trastornos emocionales, la gran mayoría de las personas, si las observas, manifiesta una especie de celebración interior en cada oportunidad de interactuar libremente con sus seres queridos y, de manera especial, dentro de su entorno familiar, de trabajo, como si rescató una parte de su vida que entendía no regresaría.

Aunque el mundo esté en decadencia, amémonos unos a otros, como dice La Escritura. Una sonrisa genuina, un abrazo fraterno, serán siempre más que alimento para la vida, y no se compran ni se venden.

Posted in Destacado, Por tu Familia

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