Historias crueles en New York en blanco y negro

La libertad al interpretar un texto es lo que podría llamarse Arte en el Teatro.

El autor estaba en la silla contigua y su concentración era al máximo.
El autor estaba en la silla contigua y su concentración era al máximo.

La libertad al interpretar un texto es lo que podría llamarse Arte en el Teatro.

Poner en escena lo que un equipo, encabezado por el director de ese grupo que puede ser un otros más, es decir dos, que no son dos, pues intervienen los técnicos conocidos por todos el que sabe de puesta en escena. En una obra bien lograda, todo el mundo hace su trabajo como si fuera el director de su propia labor. Además, lo más importante, una puesta en escena es un trabajo en equipo.

Una interrelación entre los actores de una manera que parezca un solo cuerpo, tanto individualmente como en conjunto. En la recién pasada Feria Internacional del libro, con sus siglas FIL, Ángel Concepción (Yeyé) llevó a escena “Historias Crueles de NY y otras latitudes”, de Eloy Alberto Tejera, editora Búho, 2022.

Se trata un libro de cuentos breves que en su interior contiene dinamitas por sus temas referente a la violencia en todas sus facetas en la vida contemporánea, la familia, las relaciones de pareja, las drogas y sus secuelas etc., tomando como ciudad fantasma a New York , como una “nueva” Sodoma y Gomorra.

Una obra, que al igual que el texto escrito que se degusta como si los pies estuvieran en aguas infectadas de tiburones, sacándolos y entrándolos.

Ese es el tipo de lectura que exige ese libro, pero llevarlo a escena es otra cosa. En esta puesta en escena con el mismo título del libro, en dos funciones sucesivas, una a las seis de la tarde y la otra a las ocho de la noche.

Al leerse el libro sudamos la epidermis, al ver, envuelto en la música, diferentes fragmentos, envolventes lo añoñan a uno o más lo sazonan para ver la libertad de una puesta escena tomando como soporte las historias del libro de cuentos las actuaciones de tres actores, dos hombres y una mujer.

La obra se abre con una mujer acostada en una carretilla, halándola, que recordó a un holocausto cualquiera. A veces se piensa que todos los holocaustos son judíos.

Una buena simbología para una introducción a la violencia, que se basa en un cuento violentísimo del libro y así sucesivamente transcurre el tiempo, con otras “libertades” para con el texto llevados al espectador.

Está demás decir que se trata de una puesta en escena llamada de Vanguardia, donde la libertad de minar y busca que explosione del que está sentado en la butaca, incluyendo al director y el autor del libro.

El autor estaba en la silla contigua y su concentración era al máximo. Estaba pendiente, quizás, de pasar, por ser relatos breves, por cabeza el proceso creativo de ellos paralelos a las puestas en escena.

Es la tentación normal de cuando un autor asiste a la puesta como espectador. Yeyé, con experiencia suficiente en este tipo de teatro es una garantía de que gran parte de lo propuesto al tomar el texto y descuartizarlo, que va desde las piezas musicales hasta la música que nos deja el florilegio de la magia del teatro cuando se asiste a él.

Un público atento y familiar prestaba su atención como un mensaje subliminal para ser descodificado por la misma experiencia del espectador.

De los espectadores que había leído el libro buscaban en los interiores de sus cabezas el hilo conductual entre el libro y la obra. La obra se convierte como tal, en arte y lograda, cuando uno y otra conserva su independencia a la hora de evocar uno y otra.

El texto de Eloy, al leérsele, dependiendo del “amor” que se tenga a las paradojas de la violencia y los “castigos divinos” que de ellas se desprendan, se queda en la memora afectiva como pequeñas crónicas que uno no quisiera que le pasara en la vida real; con la obra, también pasa lo mismo. Es un instante que busca abrirnos al espectáculo de la imagen, tanto visuales como táctiles de las buenas actuaciones y la dirección oculta en cada actor y en los elementos que les sirven como soporta para quedarse dentro y decirse así mismo con la respiración: ¡Bien por la obra, pues ya la obra escrita empezó a lograr su reconocimiento!

Por Amable Mejía

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