McCartney 3

Paul tenía claro qué era lo que pensaba Boris Johnson sobre múltiples temas. Me dije que todo tenía el color del azar, pero quedaba claro que el disco saldría en cuanto estuviera preparado. No nos había dicho que estaba en pleno proceso de creación. Se había metido en la habitación en el momento en que la pandemia atacaba al mundo, y no al ritmo de Let it Be o de alguna de las canciones de Egypt Station, su última producción.

Paul tenía claro qué era lo que pensaba Boris Johnson sobre múltiples temas. Me dije que todo tenía el color del azar, pero quedaba claro que el disco saldría en cuanto estuviera preparado. No nos había dicho que estaba en pleno proceso de creación. Se había metido en la habitación en el momento en que la pandemia atacaba al mundo, y no al ritmo de Let it Be o de alguna de las canciones de Egypt Station, su última producción.

Me quedé con la impresión de que no tenía nada que ver con Bob Dylan, –que anda en una película con George Clooney– y que retornaba como si fuera un cuento de Andersen. Pero lo cierto era que Dylan se mostraba callado, y ensimismado en sus retornos casuísticos. Lo que había dicho Richard Lester no tenía nada que ver con Egypt Station, salvo que el concierto fue hecho en la azotea, con todo lo que eso implica para la mágica posteridad de todos. Las canciones de Egypt Station, acompañadas del dibujo de la portada que había hecho el mismo Paul, tenían algo así como una adivinanza, un terreno que no se podía vadear con una fortísima yipeta que te encaminara hacia los límites de una interpretación en un bar o en el mismo estudio de grabación.

Uno se queda en la impresión de que Theresa May tiene sus propuestas ya terminadas. Era tiempo del Brexit, y era cierto que se podía llegar a elucubraciones posteriores, sobre todo en medio de la discusión de la población. El disco no decía nada de aquello, y tampoco decía como debía actuar un ciudadano promedio al momento de atacar el momento de la unión o la desunión, algo que Paul McCartney no trata en su disco. Más bien, serán propuestas totalmente nuevas, con el mismo color de una soledad acompañada, casi un oxímoron ideológico. Lo mismo le paso a muchos artistas: el mismo Lennon tenía más de diez funciones que resolver en medio de la propuesta de Yoko. Lo cierto es que no todo fue hecho con la intención de que se cronometrara en un disco, y de ahí que Ringo y que Harrison, tuvieran que conocer cuáles eran los límites de los copywrites.

Pero ya Lennon había dicho lo que tenía que decirse en aquella época: la cumplida misión se hacía del color de las nuevas estrategias en una discografía totalmente autóctona. No era la petición que hacia McCartney, que en el mundo del pop había conseguido que se le diera un sitial que se había ganado a pulso. Sus discos están ahí para demostrarlo: en Egypt Station ha entendido que todo tiene el color de la azotea, pero también de los viajes interiores a que se había sometido durante tanto tiempo de búsqueda. Paul ha dicho se encanta a sí mismo como abuelo, una función que no se ha detenido en los últimos anos. Ser abuelo tiene sus trucos: el niño ha comprendido que tiene un cómplice mayor, y que le gusta la guitarra para que el futuro este convertido de sanísima influencia.

Alguno hablara de la influencia de ser abuelo en esta producción eterna. Lo que le falto a Egypt Station está en este dibujo casuístico, como si se tratara de un truco de magia del viejo Houdini. Paul tiene claro lo que ha hecho; tiene los compositores un poco alejados, porque en este disco él es quien ha compuesto todas las canciones. Se trata de una manifestación única, a lo mejor con la idea de prolongarla. No tenía sino que creerlo, como si se tratara de una campanada en Donwing Street; lo que pensaba Boris Johnson no tenía nada que ver con Angela Merkel, pero la canciller alemana tenía claro lo que estaba pasando Inglaterra. Lo que ocurre hoy con la fatídica pandemia que nos ataca a todos, es algo que no puede controlarse; la gente espera una vacuna como se espera un acorde en la azotea. Los silogismos han sido interpretado como un cigarrillo: presto a fumarse para tener algún control de lo que se ha propuesto en torno a la pandemia. Paul ha encontrado alguna solución a la cuarentena que utilizar su guitarra para componer canciones, que es el asunto que mejor se le da, aunque en Station ya había dibujado y pintado como un pintor diochosesco. El estilo tendrá que ser visceral, dicen algunos.

Paul ha entendido que un artista de esta época, tiene que interpretar la verdad de lo que ocurre en su interior. Los días que ha invertido en la composición de McCartney 3, tienen que entenderse como si se tratara de una maquina a la que no le hace falta la más mínima pieza. El disco explora aquellos territorios que tienen que ser interpretados como si se tratara de un viejo tren que fuera desde Liverpool a Londres. Y así la explicación se da de manera unívoca: no ha podido leer el asunto como si se tratara de una lucha contra la soledad, sino que el aislamiento producto de la pandemia, le ha atizado el corazón para producir un disco memorable. Lo que sucede en que ya entraran en comparaciones con los anteriores del mismo nombre. El proceso de creación ha sido único. Angela Merkel ha declarado que hay que hacer una lucha tenaz con una pandemia que pretende quedarse, pero que tiene de frente a todo el género humano.

Los discos que han venido entre los primeros dejaron esa huella que todo el mundo espera. La casa discográfica está contenta: se trata de entender la situación. Lo que ha hecho McCartney ha sido entrar en su bunker, y producir lo que le ha llegado a la mente, y ya de entrada, por el carácter experimentalismo del asunto, tenemos una clarividencia: se puede entender que se venderá como pan caliente. No se sabe cuál es la cantidad de personas que esperan sus discos como una demostración de la perpetuidad de canciones que no están elaboradas de acuerdo a un viejo sistema de acordes, sino que pretende la libertad de la composición como si fuera una obra de arte para ser apreciada durante mucho tiempo. La perpetuidad no tiene que ver con prescripciones que buscan una salvífica manera en el producto hecho de acuerdo a reglas de marketing: la elaboración ha sido comprendida por el autor, y de manera justiciera, el lector o el escucha tendrá que entenderlo.

A Paul había que atacarlo por la política. Los conservadores habían sido bien leídos; tenían algo así como una antigualla o muro donde guarecerse, y ya las canciones de protesta de los 70s, eran parte de la historia. No se tenía que componer un himno a la ONU, pese a que esta organización era múltiples veces respetada en el mundo. Las canciones tenían el carácter sentimental que da la ubicación de un género que tiene su estilo, gracia y forma. Pero McCartney tiene claro que todo lo tiene que ensayar desde el punto de vista ideológico. Ha logrado comprender como se escribe hoy: desde un tratado sobre la cocina, hasta lo que promueven los nuevos novelistas.

A cierta distancia, se ha encargado de producir una obra que parece una fragancia inventada en el musgo. Lo que sucede es que tiene bien claro cuáles son sus acordes, y concibe de manera especial, lo que le dicen sus productores. Pero llevarlos a su casa, dejarlos sentados en el comedor, mientras se sienta en una catacumba, no es el negocio que muchos han creído. La vieja historia aquella de de los miles de legajos, tiene que ser entendida de manera moderna. No tiene que entenderse como una prescripción ideológica en términos de la producción musical, sino que ha logrado hacer lo que han intentado hacer otros. Pero tienen toda la preocupación que no siempre lo da una ciudad sitiada por gente en mascarillas. El proceso lo ha vivido Paul como si se tratara de una película de Alfred Hitchcock; ha entendido que la humanidad tendrá mejores días.

Lo que había visto en su pasado disco Egypt Station –grabado en Londres, Los Angeles y Sussex por Capitol Records– no tiene que ser el modelo por el cual juzguemos las canciones que saldrán en este. De hecho, estamos claros que se trata de una antinomia, con todo el reflejo de lo anterior: una construcción que nos permite entender la realidad del asunto de los legajos: son cientos, miles? La realidad es que ha convertido su experiencia en algo que muchos no han comprendido: un ritmo de producción que ha ido a la par de la industria, pero que no tiene que ver con los zigzagueos acomodaticios de algunos artistas. Lo cierto es que ha comprendido que en esta producción tendrá –como en las otras–, el favor de una gran cantidad de personas que lo siguen desde hace cientos de años. Pero otros argumentan que el disco no tiene la estamina que debería tener para capturar nuevas audiencias; todo se interpreta hoy con el color de lo mediático y de lo virtual. Lo cierto es que no se ha calculado todavía como existirá una respuesta de las nuevas generaciones, a las canciones del exbeatle. Sin embargo, otros afirman que los mercados han aprendido a conservar de manera histórica lo que podría llamarse gran grupo de fans. Eso ya lo ha visto McCartney, quien está atento a los avances discográficos de su era.

Lo que dijera Theresa May a él no lo tenía tan preocupado, mucho menos lo que dijera Johnson. Lo que, si era importante para él resulta lo que piensa su esposa sobre la producción que sale al mercado. Es como un tic que tiene cualquier artista para comprender lo que funciona y como tener una visión anterior a la puesta en marcha.

Por: León De Moya

Posted in A & E, Destacado, GenteEtiquetas

Más de gente

Más leídas de gente

Las Más leídas