Andrea Bocelli demostró que el bell canto es una playa de buen gusto ante las tormentas urbanas.

El sábado en la noche muchos creyeron -¡pero muchos!- que iban al Teatro Nacional y trocaron la vestimenta.

Asistir al estadio Olímpico en traje, guayabera o vestido largo y tacones altos, es Yan desatinado como ir al Teatro Nacional en jeans rotos y la cintura de ellos por debajo de los glúteos.

La Orquesta Filarmónica de Santo Domingo, es una formación musical que dirige Amaury Sánchez. Conformada fundamentalmente por músicos o ex integrantes de la Sinfónica, estuvo adecuada a pesar de pocos ensayos.

El sonido era más bien opaco. Pero certero. E hizo con bastante dignidad el trabajo.

El maestro italiano Carlo Bernini fue la batuta principal toda la noche.

Y Andrea Bocelli se trajo de invitados a la cubana María Aleida, formada desde los 14 en Venezuela. También a la cantante popular jovencísima Carolina Rial, de padres latinos y nacida en EEUU. A una pareja de bailarines: el hawaiano Denis Jévon y Vanessa Nichole. Y al flautista Andrea Griminelli, dueño de un sonido impecable.

De modo que ofrecieron un espectáculo más allá de un concierto de canciones líricas.

Por ahí desfilaron obras, como la de Bizet interpretada por la orquesta: la Farandole.

Música tomada de los cantos folclóricos, que el compositor expuso en L’Arslesiane. Así abrió la noche, templó las cuerdas y preparó al público.

Enseguida Andrea Bocelli cantó dos de Verdi: La donna è mobile, del Rigoletto; y La Mia Letizia Infondere, de I Lombardi.

Para Me llaman la primorosa, de El Barbero de Sevilla, de Jiménez y Nieto dejó en solitario en escena a María Aleida, soprano corolatura, quien demostró una voz hermosa, segura y con un vibrato de eficiente extensión.

Andrea Bocelli interpretó de Donizetti, Por mum amè, de la ópera cómica La fille du regiment, una obra que en apenas 16 años cumplirá 200 años de estrenada.

María Aleida y Bocelli interpretaron a dúo Tace il labbro, de La vedova alegre (La viuda alegre), una opereta en tres actos con música del compositor austro-húngaro Franz Lehár.

El flautista Andrea Griminelli salió a escena por primera vez. Con su flauta entrega sonidos casi siempre dulces y suficientes. Tanto que después de la Czarda de V. Monti, el público ovacionó, como lo había hecho con cada canción desde que llegó.

De La Boheme de Puccini, Andrea Bocelli cantó junto a María Aleida O suave fanciulla. Y de La Traviata de Verdi, Brindisi.

Después de 20 minutos de descanso, la orquesta ofreció un medley de temas del oeste norteamericano, bajo el título de West side story, debidos al compositor Leonard Bernstein, cuya película se encuentra actualmente en Netflix.

Andrea Bocelli salido a escena con cambio de saco, azul con brillos, interpretó el Funiculí funiculá, de Incanto, de Luiggi Denza. Una canción napolitana estrenada en 1880. 

Se metió en el mundo hispánico con la canción Amapola, del compositor gaditano José María Lacalle.

Le siguió Granada, de Agustín Lara escrita en 1936 cuando el gran compositor mexicano no había visitado aún la ciudad andaluza.

La orquesta con Andrea Griminelli como solista interpretó de Ennio Morricone un medley de temas, entre ellos el tema de El bueno, el malo y el feo, la popular película de Sergio Leone estrenada en 1966.

El siempre eficiente Griminelli acompañó a Andrea Bocelli en la composición de otro ciego como él, Joaquín Rodrigo, En Aranjuez con amor. SU Concierto de Aranjuez, para guitarra y orquesta data de 1940.

De la mexicana Concha Velásquez; que aún no ha sido besada antes de que lo compusiera, el bolero Bésame mucho, con Vanessa Nichole en el aro aéreo.

Carolina Rial cantó Shallow, de Lady Gaga, y luego acompañó a Andrea Bocelli en Vivo por leí y Canto de la Terra.

Entre ambos temas, Bocelli invitó a escena a su hijo Mateo con quien cantó Fall on me, canción de Ian Axel y Chad (King) Vaccarino.

Canto de la Terra fue el falso final.

Casi enseguida Andrea Bocelli salió nuevamente a escena para interpretar O Sole mío, de Di Capua; Con te partiró, de Sartori. Y la estocada final fue con Nessun dorma.

Lo mejor para cerrar una noche espléndida, de luna llena, era el aria de Turandot de Giacomo Puccini, Il príncipe ignoto (El príncipe desconocido). “¡Nadie duerma!  / ¡Nadie duerma! / Incluso tú, oh Princesa, / en tu fría estancia / miras las estrellas / que tiemblan de amor y de esperanza”.

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