Este año se cumplen 100 años del final del genocidio armenio perpetrado por el Imperio Otomano. Todo había comenzado el 24 de abril de 1915.

Un día del 2014, una joven embarazada recibió en su nueva casa de Madrid, sin previo aviso, 20 cajas de cartón que tuvo que apilar en la habitación del bebé que iba a nacer. Su intención era darle fuego, desaparecer aquello.

Cuando abrió una de ellas, y otra, y otra, comenzó a salir el testimonio de una familia que había tenido que huir del genocidio armenio, la historia de una nación. Y en medio de todo aquello la foto de un niño con un violín: «un chaval aferrado a un violín antiguo: el mismo violín que 103 años atrás algún ser piadoso había puesto en manos de su abuelo para que, cuando los turcos decretaron su particular limpieza étnica, él pudiera salir del país y llegar hasta el Líbano haciéndose pasar por miembro de una banda de música», ha contado Nata Moreno, la esposa de Ara Malikian.

Las cajas las había enviado el padre de Ara, que había fallecido.

Ese niño del violín que huye, convertido en hombre, en estrella de la música ha debutado ante los dominicanos en la sala Carlos Piantini del Teatro Nacional, en la noche del viernes 19 de mayo, de la mano de César Suárez Pizano.

Ara Malikian, con el cabello hirsuto y la barba descuidada como el viejo Djin Jotávich, enseña cómo hacer del violín un espectáculo. Suya es la gracia del humor también. Es el ejemplo perfecto del emigrante eterno. Nostalgia y humor. Tristeza ancestral y alegría a flor de piel.

Malikian es un emigrante que siente que «acabo de emigrar esta mañana a Santo Domingo» (Foto: Alfonso Quiñones)

El concierto de Ara Malikian

El escenario está en absoluta oscuridad. Se comienzan a escuchar acordes de un violín, como llamando. Como despertando.  Un solo de un minuto a oscuras; se enciende al centro un haz de luz. La bateria comienza a marcar.  Al piano el gran Iván Melón Lewis, ganador de un Grammy por su disco en solitario Voyager.  

De pronto, revienta la música toda a borbotones. Kalashnikov de agua, del propio Malikian. Casi rock. El guitarrista toma el ukelele para diluir un bolero clandestino fusionado con un fox trot más clandestino aún.

Cosquillas de un mimo, otra composición del armenio-libanés.

Intensidad. Se arrodilla y luego avanza. Como un viejo violinista de un bar del Missisipi. Va en andante. Malikian es teatral. Vehemente. Lírico. Sensible. Así revienta un jazz que se goza Melón al piano con la complicidad del drum. 

Se trata de hacer del violín el protagonista de esta película. Mantiene un la sostenido durante la duración de la ovación. Y sube de nuevo la intensidad de la música. Agradece al fin a los dominicanos y promete 28 horas con 33 minutos de concierto. Su sentido del humor parece que siempre ha sido su tabla de salvación.

Luego hace Krikor akor, suya. La llama ‘rapsodia dominicana’, igualmente lo debe haber hecho con los salvadoreños la noche anterior. La gente se lo cree. De todos modos es un guiño inteligente.

Entre tema y tema, Ara hace monólogos tipo stand comedy. Otras, pequeños soliloquios. Siempre todo tiene una intención. Por una parte descansa, pues su performance incluye saltos, vueltas, piruetas. Y siempre el violín afinadísimo, exacto, con un protagonismo vertical.

Canciones que me enseñó mi madre, de Dvorak es tan nostálgica como sincera. Y aporta un momento de paz.  

Luego hace el monólogo de Cerdos e impostores que informa que la banda está compuesta por músicos cubanos. Los presenta a cada uno. Además de Melón, Iván Ruiz Manchado, Georvis Pico Milán y Dayan Abad.

Entonces mete mano a Concerto grosso, composición suya y del rapero español Kase O, con un diálogo mesurado entre el violín y la guitarra prima. Se arrodilla. Crescendo. Deconstrucción casi de música contemporánea. Do sostenido. Salta en un crescendo glorioso. 

Otro monólogo sobre sus hermanas. Para ellas es el tema Talline y Nanning, que tiene mucho de humor pero también de ternura y revienta en un son con tumbao. Luego se diluye en otros ritmos hasta que se tiende al piso y la cuestión la da por terminada el bajista. 

Saludando al público (Foto: Alfonso Quiñones)

Ay Tikar Tikar, otro tema de su autoría, lo pone a dialogar con el bajo. Jazz del bueno. Malikian da espacio a los músicos que tiene, que son excelentes. Melón estuvo aquí por primera vez cuando debutó Concha Buika en el país en el 2008.

Preludio No. 4 de Chopin. Ara Malikian arrodillado; haz de luz. Luego el piano. Luego otro monólogo. Misirlou. Después Calamar robótico. Ambas suyas.

Un pequeño monólogo. Aliens Office, también propia.  Con muchas referencias de la cultura árabe. Hay un solo de citara y percusión arabe, contrabajo y piano que le permite a Ara Malikian tomar un descanso de par de minutos. Entra el violín, lagrimoso. Repite la frase. Hay otro solo de piano y Ara da vueltas en el centro del escenario. Falso final. Ovación sincera. Un fanático le regala una banderita dominicana y algo en una funda de regalos. El músico lo agradece.

La ñapa es Nana arrugada. Escrita por Ara en la pandemia, cuando los ancianos morían solos. Sin nadie al lado. 

Luego ahora sí despedida, saludos en escena y la promesa de volver. Ojalá que para entonces -y que sea muy pronto- las minorías interesadas en la gran música, vuelvan a ser mayorías.

Malikian prometió volver a República Dominicana (Foto: Alfonso Quiñones)

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