El mes de mayo de 1824 fue reservado por la providencia divina para que no sucediera nada que pudiera opacar el estreno de la 9na Sinfonía de Ludwig von Beethoven.

Por estos días, hace 200 años, Beethoven estaba inmerso en los toques finales de la sinfonía en la que había invertido seis años de su vida, y que sería el rompeaguas entre las épocas clásica y romántica de la música universal.

Tan así que en el año 2002 la obra, que le había sido encargada por la Sociedad Filarmónica de Londres al compositor nacido en Bonn en 1770, fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Cuando se estrenó la 9na sinfonía, Beethoven era sordo como una tapia. 

Cuentan que los zumbidos en los oídos del genio de la música comenzaron alrededor de 1796. La sordera apareció en 1798. Para 1801 el compositor había perdido el 60% de su capacidad auditiva. En 1816 habría quedado totalmente sordo. 

En la noche de estreno de la obra el 7 de mayo de 1824 en el Kärntnertortheater de Viena, fue una cantante quien la alertó de los aplausos del público, para que se diera vuelta.

Molina, de espaldas al público en plena faena en la 9na Sinfonía de Beethoven.

¿Por qué la 9na. Sinfonía es importante?

Beethoven revolucionó la música. Justo en la novena desarrolló transformaciones rítmicas en la estructura de la obra del todo contrastantes, que como se ha dicho, rompieron con el sentido del equilibrio y la mesura del clasicismo.

Fue la primera vez que se incluyó percusión en una sinfonía, con lo cual impregnó mayor emoción. Fue la primera vez que una sinfonía duró más de 30 minutos. Es más, duplicó la duración.

Fue la primera vez que la voz humana adquirió categoría de instrumento en una orquesta, al incluir, por primera vez en su complejo y totalizador cuarto movimiento, un coro y cuatro voces.

Por tanto, Beethoven  impuso una nueva visión del género, complejizó aún más la arquitectura y el pensamiento musical.

Si bien la obra se ha descrito como un paso de la oscuridad hacia la luz, también podría decirse que es un avanzar de las tinieblas y el dramatismo, a la totalidad del entusiasmo vital y de la poesía de la vida, concentrada en el cuarto movimiento, donde incluye el poema “An die Freude” de Schiller que se ha denominado el Himno u Oda a la Alegría.

En fin, Beethoven construyó la llave y el cerrojo del paso al romanticismo musical, toda vez que le impregnó a la estética musical ese lenguaje metafísico mencionado por Matías Rivas Vergara, en un ensayo “La Novena sinfonía de Beethoven: historia, ideas y estética”.

José Antonio Molina tuvo quizás la más importante noche suya frente a la OSN, hasta el momento.

Celebrar medio siglo

La 9na Sinfonía de Beethoven, celebró el cincuentenario del Teatro Nacional Eduardo Brito la noche del 10 de agosto.

Sirvió pues de clausura del festival concebido para festejar la fecha por Carlos Veitía, el director general y artístico del Teatro Nacional.

El festival incluyó la realización del Festival Nacional de Ballet con la presencia del Ballet Nacional Dominicano y el Ballet Concierto Dominicano.

El momento sin dudas más impactante fue la puesta en escena de “Juana la Loca ¿Locura o Conspiración?”, producción y dirección general de Guillermo Cordero.

Y el concierto de este jueves, por la Orquesta Sinfónica Nacional, el Coro del 50 aniversario del Teatro Nacional y los cantantes  Nathalie Peña-Comas, soprano; Glenmere Pérez, mezzosoprano, el tenor finlandés Tuomas Katalaja y el barítono austríaco Günter Haumer, todos bajo la dirección del maestro José Antonio Molina.

Parte de las voces femeninas del Coro 50 Aniversario del Teatro Nacional

El Coro dirigido por Elioenai Medina estuvo compuesto por 101 voces de distintas generaciones y experiencias. 30 sopranos, 32 contraltos, 17 tenores y 22 bajos.

Cuando un maestro se sabe la obra de memoria, como fue el caso de Molina –pocas veces uno ve un director sin la partitura delante, a pura memoria- es porque ese director está tan compenetrado con esa obra que conoce cada recoveco, cada secreto, cada respiración de ese animal.

El trabajo realizado fue un esfuerzo que debió comenzar mucho tiempo atrás. Quizás la primera vez que Molina escuchó en su vida la 9na Sinfonía, para llegar a esta noche regia, en la cual ha realizado quizás su más profunda lectura del alma de Beethoven.

Desconozco cuantas otras veces el maestro Molina ha dirigido la 9na Sinfonía. Pero estoy casi seguro que nunca con semejante formato coral, y tan excelentes voces.

Nunca con tanta comprensión filosófica y poética del alma de esta obra, compleja de por sí.

La Orquesta Sinfónica Nacional tuvo igualmente la noche de este jueves uno de sus mejores performances de los últimos años. Sonó compacta, como un monolito o a veces como un gran percherón avanzando glorioso por los sembradíos alemanes, a cuyo paso los campesinos cantan.

Molina dirigiendo la orquesta la noche del jueves 10 de agosto del 2023.

La obra por dentro

Fue importante la solicitud que se hizo expresamente antes de comenzar la interpretación, de que no aplaudir hasta el final de la obra, pues esto desconcentrado de sobre manera a los músicos.

De hecho ocurrió hace pocos días con la NYO2 del Carnegie Hall, cuando tras cada fin de movimiento se disparaba una andanada de aplausos. Esto puede que haya creado problemas en la grabación del programa que se hizo para una televisora norteamericana.

Así que esta vez el público fue generoso y aprendió a aguantarse las manos cada vez que concluía un movimiento.

El primero de ellos en tempo Allegro ma non troppo, un poco maestoso. En los primeros compases, se comenzó a dibujar un motivo rítmico que dio paso a un registro agudo y luego a otro grave, como fragmentos de algo que se deshace. Entraron los vientos, hasta el clímax en que se mostró el primer motivo del primer movimiento. Me gustó el tempo que el maestro impregnó en general a la ejecución de la obra que fue dejando señales de lo que sería el cuarto movimiento, donde incluye la famosa oda.

Después del primer movimiento, Molina se recostó de la baranda. Se tomó su tiempo, respiró profundo, concentrado, tres, cinco segundos, quizás ocho. Y volvió a la carga con el scherzo del segundo movimiento (algo también inusual, que el compositor introdujo) para que el movimiento en fuga que se desarrolló hasta ofrecer un gran tutti, diera paso al segundo tema. La segunda sección es sumamente rica en imaginación y especialmente compleja musicalmente hablando, con disparos del timbal a diestra y siniestra. Si bien el movimiento comenzó a ritmo de 3/4, luego hay una transición a presto en 2/2. Vuelve a los disparos del timbal, retoma material de la sección anterior pero adaptado al ritmo de 2 /2. Este segundo movimiento es tan desconcertante en sus propuestas rítmicas y en sus soluciones melódicas, que deja abierta la interrogante sobre qué va esta sinfonía.

Tuomas Katalaja y Günter Haumer

Antes de comenzar el tercer movimiento hicieron entrada los cantantes: Haumer, Katalaja, Glenmer y Nathalie. El maestro Molina se recostó otra vez a la baranda por 16 segundos. Cuando inició el movimiento (Adagio monto cantabile) se sintió definitivamente dueño de las bridas de aquel caballo. A mi lado una pareja de jóvenes, en primera fila, a la izquierda, asientos 1 y 2, conversaban animadamente. Eso hicieron en varias ocasiones a lo largo de toda la sinfonía. Temía yo que el maestro les escuchara y tuviese que detener la orquesta. Pero no sucedió. ¿Habrán entendido la obra?

Lo realmente trascendente estaba sucediendo frente a ellos. Después de tanto desconcierto llegaba la poesía a salvarlo todo, a poner las cosas en su sitio. Así, el lirismo de la primera parte de este segundo movimiento es tan apacible como el espejo de un lago en un atardecer de verano. Tras la exposición del tema principal fueron un andante, con una conversación apacible entre vientos y cuerdas; una variación del tema principal, con especial cuidado de las trompas; un segundo andante que repite el primero pero en otro tono; una variación de timbre en el tema principal donde una cuarta trompa (y esto fue algo inusual hasta entonces, que Beethoven introdujo) se convierte en un elemento de inusitada expresividad.

Al centro, la flauta principal de la OSN, Alaima González

En la coda, al final, bien administradas las cuerdas, con el violín que se fue perdiendo en lontananza o aletargando como el crepúsculo.

El cuarto y último movimiento es una ensalada de tempos que van desde el Presto y el Allegro ma non troppo, al Prestíssimo pasando por más de 15.

Muchos estudiosos han denominado al mismo como una sinfonía dentro de una sinfonía. Era la primera vez que una sinfonía incluía un cuarto movimiento.

Tonalmente comienza en re menor y finaliza en re mayor, pasando por otros sí mayor, sol mayor y sol menor. Aquí se reponen o se componen esos fragmentos que han ido apareciendo -como piezas de un lego- como señales de la oda a la alegría en movimientos anteriores. Fragmento a su imán, que diría José Lezama Lima.

Nathalie Peña Comas y Glenmer Pérez

La anunciación del tema es celebrada calladamente por violonchelos y contrabajos. Luego se sumaron fagots, contrabajos, violonchelos, violas y violines, para entregar un tutti del todo majestuoso antes de que el barítono Günter Haumer ofreciera el primer recitativo (que ya había sido anunciado por el violonchelo después de la entrada del movimiento) y fuese correspondido por el coro y las demás voces, todas muy seguras y bien conducidas.

La sinfonía retoma un cambio de tono que había sucedido en el primer movimiento, con lo cual provee de congruencia a toda la obra. 

Un momento brillante es la fuga a cuatro voces donde se cantan la estrofa que escribió el propio Beethoven para iniciar la oda y el primer estribillo.

Hay también una serie de codas brillantemente ejecutadas, en ese regio majestuoso contrapunteo entre las voces de los cantantes y el coro con la orquesta, en un glorioso tutti, que debe haber dejado exhausto al maestro Molina que -insisto- probablemente haya ofrecido su mejor desempeño al frente de la Orquesta Sinfónica Nacional, con la interpretación de este concierto que debió grabarse con todas las de la ley y ser editado para su comercialización a través de las redes y otros soportes actuales.

Creo que fue un concierto del cual se hablará por buen tiempo. LA OSN mostró así un alto grado de madurez, de cohesión y calidad interpretativa de sus 92 músicos en escena.

¿O no?  

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