El pasado 11 de junio, Amaury Sánchez dirigió lo que probablemente sea Todo Beethoven Vol. 1, un concierto que incluyó dos obras emblemáticas del genio alemán y universal.
El concierto tuvo un sold-out inesperado. La Sala Carlos Piantini estaba inusualmente abarrotada hasta el final de balcón.
Cuando Amaury entró a escena, después de que lo hiciera el concertino a quien también aplaudieron, se llevó una ovación. Eso, sin que siquiera hubiese sonado el primer acorde significaba dos cosas: una, que el público estaba seguro del éxito y otra que no podía fallar.
En el primer movimiento “Allegro con brio”, cuatro notas se repiten, les llaman el “motivo del destino”.
La presentación de este motivo al unísono por toda la sección de cuerdas y clarinetes, impacta tan urgentemente que probablemente sean las cuatro notas que más acuden a la mente cuando se menciona el apellido Beethoven.
En el primer movimiento, aún fríos, existieron al menos dos momentos no muy felices. Unos metales demasiado por encima del volumen que debieron sonar y luego otro en que otro metal (un oboe) fue demasiado dubitativo.
En el segundo movimiento pianísimo los cellos mientras los contrabajos apuntaban pisicatos, hasta entregar los metales. Más compactos ahora. Luego las cuerdas entregan a las flautas.
En el tercer movimiento un coro de cellos maravilloso, como de ángeles.
En la 5ta sinfonía los solos departamentales sonaban más convincentes que en los tuttis.
Séptima
Amaury se pasó la mano por la cara de regreso al escenario y tras los aplausos que levantó la 5ta. El concertino se puso de pie y lo saludó.
Desde los primeros acordes la séptima sonó gloirosamente compacta. Desde el “poco sostenuto, vivace”.
La clarinetista llevaba el tempo en los “vivace” de 6 por 8, con su pie derecho, tapado por las telas del vestido largo que lucía.
En el segundo movimiento las violas exponen una nota que van a repetir con insistencia de ala acompañadas de cellos y contrabajos. Esto finalmente se resuelve en un contrapunto de violas y cellos. Si bien los picatos de los violines eran un poco tenues. Así, fagot y clarinete se entregan en una melodía proclive a la fuga para regresar al tema con el que se inició el movimiento. El tercer movimiento fascina por ser un scherzo a toda máquina que prepara para el cuarto movimiento de corrido.
Cuarto movimiento: “Finale. Allegro con brío”
Conocida como la apoteósis de la danza, el cuarto movimiento aborda dos temas de origen irlandés que le sirven a Ludwig von Beethoven para resolver la sinfonía con un “allegro con brío” muy rítmico, que decide todo en unos tuttis llenos de colorido, que a veces van in crescendo hasta que el discurso se torna, de pronto, decrescendo pero es solo para cerrar con todo el brío que otorga la maravilla del genio alemán.