El espectáculo ofrecido en el Teatro Nacional probablemente sea tan memorable como el del Olímpico en los años 70

“Los niños ya se fueron a dormir, quiero que hablemos”, cantaba La Sophy en 1973, en todas las emisoras caribeñas, incluso en Cuba. En el parque Céspedes de Manzanillo, más cerca de Santo Domingo que de La Habana, los adolescentes de entonces, cantaban a coro “llegó el momento del adiós, no te despidas al partir…”

La última vez que se había presentado La Sophy de Puerto Rico en Santo Domingo, hacía ya varios años. En 2019 lo había hecho en el Anfiteatro de Puerto Plata junto al mismo Fausto Rey con quien ha tenido ires y venires de encuentros y desencuentros.

Probablemente si el show hubiese sido con su propia banda, no hubiese levantado tanto entusiasmo en el público que le ha seguido desde la década de los años 70 del pasado siglo, hace solo medio siglo atrás, con lo novedoso del formato sinfónico.

La Sophy ha sido tan querida en República Dominicana que una vez, por aquellos años, el empresario artístico y productor César Suárez Pizano la llevó al Olímpico en un concierto que forma parte de los hitos de su carrera.

Así que no más alzar la batuta el maestro Amaury Sánchez y sonar la obertura que entregó fragmentos de algunos de sus temas más populares, se sintió que iba a ser un gran concierto. Nunca había escuchado en el Teatro nacional una obertura de concierto que despertara tanta admiración, suspiros y validación de lo que vendría.

La Sophy, en la medianía de los 70, no alcanza los mismos registros que en su lozanía. De ahí que por momentos dejara entrever su nerviosismo. Esa inquietud del artista que sabe que cada concierto es importante, pero el de la noche del sábado 21 de diciembre del 2024 no era uno más. Así que sacó todas las armas de su arsenal. Sobre todo la sencillez, para arrancar con Perdón. Respondida con ovación y gritos de bravo.

“Me siento feliz. Doy las gracias a Dios por el cariño que siempre me han brindado”, expresó, palabras que casi se convierten en un mantra repetido al menos tres o cuatro veces a lo largo de “Sophy Sinfónico¨.

Luego entregó Yo lo comprendo, también muy coreada, para ir entrando los pies hasta los tobillos en el agua de la nocturnidad. “Esto es un regalo de Dios. Cumplí años el 15 de diciembre y me llamó Billy para darme la noticia de que el maestro Amaury quería contratarme para un concierto sinfónico. Es un regalo de Dios”, insistió.

Movió los dedos de los pies en el agua con “Compárame” igualmente coreada. Con “Necesito de ti” y “Lo mejor de mí” se entró hasta las pantorrillas. Algunos momentos en que el texto se iba y ella pedía el apoyo del coro. Con “Hastío”, el coro popular fue de principio a fin. Como ocurrió con “Cuéntale a ella”, otra coreada desde el principio.

El agua llegó a los muslos con “Usted ya me olvidó”. Arreglo de la estudiante de la Unphu, Elizabeth.

Y después el agua pasó a la cadera con “Canción para una esposa triste”, la más cantada. La del parque Céspedes de Manzanillo y la de todos los parques y los bares y los nightclubs de aquellos años en que la música era otra cosa. Ese fue el clímax del concierto.

La Sophy y Amaury Sánchez, los protagonistas de una noche de éxitos.

Enseguida llegó el anticlímax con un medley que pudo no ser. Ahí entregó Será, será; Yo soy mujer y no soy una santa; Todo comenzó -aquí fue el momento del desenchufe y no supo cómo entrar hasta que hubo que parar. Pero el público, entregado en simbiosis con la artista, lo perdonó y siguió con Te tengo que decir adiós y Vicio.

El agua de la música llegó al pecho con Una amante así; Mudanzas. Y a los hombros con Locura tengo de ti, muy cantada. Muchacho malo, con el público de pie, en tiempo de merengue. La Sophy agradeció los arreglos de Amaury y el maestro con la honestidad que le caracteriza explicó que también había arreglos de sus alumnos de la Unphu, recién graduados hace un mes, Elizabeth y Jura Valoy -éste, nieto de Cuco e hijo de Ramón Orlando-, pianista de la Orquesta Filarmónica que acompañó a la artista, así como el guitarrista Federico Méndez.

El clímax final y la prueba de que Sophy sigue siendo la gran artista de siempre: Balada para un loco. Que puso nervioso a más de un admirador cercano, que sabían que era una prueba definitiva de algo que no había que probar: y fue sencillamente la mejor interpretación del concierto. El agua de la noche recibió de cuerpo entero a la Sophy, como quien pasa a nado el Canal de la Mona y sigue de largo y cruza el Paso de los Vientos y une el Caribe.

Otro medley de éxitos: Qué vas a hacer sin mí; Te acordarás de mí; Soy lo prohibido (del repertorio de Olga Guillot) y Al ritmo de la noche. La artista mantiene su timbre y aunque no canta en el mismo tono, su esencia está, su gracia, su experiencia de tantos años y su amor por el arte. Un logopeda le ayudaría a aceptarse cantando par de tonos más abajo, y le quedaría una década o más de vida útil en la escena.

Quien quita..

Despedida de La Sophy

“Los amo con todo mi corazón; que no me olviden que yo jamás los voy a olvidar”, dejó dicho antes de cantar Quisqueya.

No se puede dejar de destacar al coro que apoyó toda la noche, de manera más que eficiente a la artista: Eliana Berretta, Lía Cortiñas y Eddy Rafael. Lástima que no se grabara el concierto. Esto puede ser una nueva producción discográfica de La Sophy, que podría dar sustos en los Grammy Latinos.

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