El esquema de exhibición de esta mentada trilogía de Rubirosa fue muy usado a finales de los años 40 y 50 del pasado siglo.

Cada episodio concluía con una propuesta extrema, en la que el protagonista enfrentaba un evento peligroso, para prender la atención del público, llevarlo a la curiosidad de ver el sucesivo episodio, con lo que el peligro habría sido superado. En el cine se conoce como cliffhanger (la traducción literal sería “al borde del abismo). Lo que vemos es una serie cinematográfica –o al menos parecida–, tal cual las que la industria inventó con el único objetivo de hacer dinero con películas de bajísima calidad. De ahí pasó a la televisión y es lo que hemos venido viendo con muy buenas series y miniseries.

Con las dos primeras partes de esta serie de tres entregas en salas de cine, se cumple con el cliffhanger, e igual, se construye en base a que Rubirosa y otros rebeldes antitrujillistas como él -que es lo matizan los productores en una eufemística libertad creativa a partir de hecho reales supuestos-, pues se mantiene fiel a la estructura narrativa (de series o miniseries) cuando el protagonista se expone a situaciones extremas de peligro y de las cuales escapa con arrojo. No obstante, le cae atrás al formato en cómo se construyó a James Bond, que es como se quiso cimentar este mamotreto de corte histórico extraviado. En ese sentido, es totalmente remisivo al Agente 007, lo que es un contrasentido, debido a que es el mismo personaje de Porfirio Rubirosa quien afirma en la primera parte que se inspiraron en él y sus andanzas para inventar a James Bond, ¿entendió?

La segunda parte apunta a una catástrofe narrativa desde la primera secuencia. Es disímil como serie cinematográfica, y los propósitos de alcanzar décadas de la Era de Trujillo se convierten en arritmia narrativa, debido a que se ven obligados a volver sobre hechos ya contados en la Rubirosa l.

Hemos notado que nunca les quedan bien a los productores y cineastas extranjeros cuando quieren contar aspectos históricos dominicanos. En Rubirosa: el tíguere, y en Rubirosa: el infiltrado (que es como se llama la segunda parte), los relatos se articulan a partir de un supuesto Porfirio Rubirosa Ariza dechado de virtudes políticas y defensor de los derechos humanos –seguro que no lo sacaron de la verdad histórica, sino de esa folclórica mirada hollywoodense tan anodina para contar historias de otros países–.

Ambas partes son extremadamente repetitivas, con los personajes justificando, explicando o contando lo que estamos visualizando. En esta segunda parte, cuando aparece algo decente, en el minuto siguiente se convierte en una muleta para explicar agujeros del guion.

Ahora bien, ¿por qué esos errores tan obvios? Pues la respuesta la sabremos cuando la conviertan en miniserie de tv, que bien puede llegar hasta a 10 episodios. Es de suponer que habrá mayor cantidad de escenas o alargamiento de las presentes ediciones. Seguro que completarán un mejor visual con una colorización decente y no la cochinería con que exhiben esta trilogía. Van a jugar, presumimos, con más imágenes de películas de la época y quién sabe si hasta un colofón se inventen, tipo reportaje sobre la figura del mayor prostituto y chulo dominicano a la fecha.

Como negocio, esa trilogía es atinada. Como producto hecho con la ley dominicana de cine es absolutamente absurdo. La Ley de Cine está ligada al Ministerio de Cultura, no al Ministerio de Industria y Comercio. No es un producto cultural, y mucho menos un producto que cuente con seriedad un aspecto importante de la historia dominicana.

En suma, que de “inspirarse” en el tíguere dominicano que era Rubirosa -como bien define el escritor dominicano Lipe Collado en un marco teórico del libro La Impresionante Vida de un Seductor-, entonces cae en un James Bond algo raro e inverosímil, escrito a la carrera y como barco a la deriva.

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