La película de Carlos Lechuga forma parte de la programación del XV Festival de Cine Global de Santo Domingo.

La desilusión y el pesimismo cubanos no son cuestión solamente de la juventud, sino de la mayoría de la población. Salvo aquellos fieles difuntos, que no saben que todo se acabó hace tiempo y siguen aplaudiendo.

Vicenta B, de Carlos Lechuga forma parte de la cultura de la cancelación a que somete el régimen de La Habana a las obras que pueden cuestionar -aunque sea un tantito así- la continuidad decretada de una revolución que es un fantasma. Y esta es un desfile funerario.

La sinopsis: Vicenta Bravo es espiritista y cartomántica y tiene la capacidad para desentrañar el futuro de las personas. Cada día recibe en su hogar un caserón que le queda inmenso, a quienes buscan solución a sus problemas. Vicenta vive en armonía con su hijo. Un buen día el joven decide abandonar Cuba, como muchos de sus compañeros y la vida cambia para Vicenta, quien sufre una crisis que no le deja hacer uso del don que le permite vivir. Una joven desilusionada de todo viene a pedirle ayuda y ella se niega a mirarle las cartas. Cuando lo hace, le dice mentiras. Ocurre entonces algo que impulsará a Vicenta a viajar al interior de un país donde todos parecen haber perdido la fe. Esa que solo queda en viejas fotografías de un Camilo Cienfuegos, un Quintín Banderas o un Antonio Maceo. Lo que en el lenguaje simbólico significaría una negación a imágenes como la de Castro o Guevara.

Buena fotografía, un ritmo denso y lento como miel de purga, caracterizan al filme. Linett Hernández Valdez como Vicenta B resulta demasiado hierática para una mujer negra y caribeña, que trabaja con las emociones de los seres humanos. Parece más una mujer de la ciudad sueca de Upsala que de Casablanca o Regla, en La Habana. Un responso funerario de la Cuba ida.

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