Los Dayson eran un grupo de adolescentes que, a cambio de unas pesetas, cantaban en bodas y bautismos temas de Los Beatles y los Bee Gees.

La banda era una más entre las 20 mil que circulaban por España buscando su lugar en el mundo de la canción. En ese grupo, un muchacho se destacaba solo por la palidez de su piel y la belleza de su rostro. Se ubicaba siempre adelante, saltaba, bailaba, se contorsionaba como un atleta, todo sin dejar de cantar con una voz aguda, fuerte y magnética.

El grupo llamó la atención y fue convocado a participar en un festival organizado en un teatro, llamado El Patronato. El día de la presentación, el muchacho que se destacaba lucía un pulóver negro sobre una camisa blanca con un cuello postizo negro confeccionado para la ocasión. Una muchedumbre esperaba, suenan las primeras notas, aparece el muchacho y las muchachas gritan: “¡Ca-mi-lo! ¡Ca-mi-lo! ¡Ca-mi-lo!”. El presentador del festival interviene, le pide a la banda y en particular a su particular solista que extienda su presentación mientras le suplica al público: “¡Por favor, por favor! Volveremos a invitar a Los Dayson, lo prometo, lo prometo…”. Pero a la multitud no le importan los Dayson y sigue gritando: “¡Ca-mi-lo! ¡Ca-mi-lo!”.

Al salir a la calle, una desconocida lo abraza y llora de emoción, como si se hubiese encontrado con el Papa o con su dios. Los Dayson se van a sus casas, pero Camilo se queda firmando autógrafos. En lo de su tía, sus primos le traen los volantes que anunciaban el festival para que estampe su nombre. Mientras garabatea su firma, Camilo Blanes -que cambiaría su nombre a Camilo Sesto- vive la certeza de que acababa de conquistar la fama, la posteridad y la gloria. Lo que no sabe es que conlleva la tristeza, el dolor y la soledad.

En 1971, Camilo Sesto grabó su primer álbum, Algo de mí, y en las siguientes décadas sumó más de 600 canciones registradas en 40 producciones discográficas que vendieron 200 millones de discos. Sus temas románticos enamoraban a los españoles pero también a los hispanoparlantes. Reinó junto a los reyes de esa época. Si Raphael se imponía por su magnífica voz y Julio Iglesias por su carisma, Camilo Sesto era la mezcla perfecta de ambos más un plus: además de cantar, componía y producía sus canciones.

Su pinta impresionaba. Esbelto, alto, con unos inolvidables ojos azules, de chico descubrió el poder de esa belleza. “Era una especie de muñequito rubio con unos profundos ojos azules, por lo que la profesora me adoraba. Bastaba con que la mirase con una intensidad especial, mirada que por otra parte me ha sido muy útil en la vida, para que desarmara todas sus defensas. Yo le preguntaba: ‘Señorita, ¿puedo ir al baño?’ Y ella me decía: ‘Claro, Camilo, pero no tardes’. Pero yo me escapaba del colegio y no volvía hasta el día siguiente”, recordó en su autobiografía.

Su talento traspasó las fronteras y en 1975 Andrew Lloyd-Webber lo eligió para protagonizar la versión española de la ópera rock Jesucristo Superstar. Precursor de los musicales, de toda la península llegaban micros para verlo; el artista se convertía en un ídolo de masas, especialmente para las jovencitas de la época, que llenaban el teatro y esperaban horas para verlo. Caracterizado como el Nazareno se dejó crecer la barba. Esa imagen se hizo tan famosa que, al finalizar la obra, una empresa de máquinas de afeitar le ofreció 50 mil dólares por quitársela para uno de sus anuncios. Aceptó y donó el dinero a un hogar de huérfanos.

Si en el escenario su entrega era total, en su vida privada se manejaba con hermetismo. Apenas se le conocían relaciones, y el rumor de su homosexualidad lo circundaba. Durante diez años mantuvo en secreto su vínculo con Andrea Bronston, su corista. En un documental de la Televisión Española ella contó las complicaciones que atravesó: “Él ponía cuernos para las revistas pero al final siempre volvía a casa”. También aseguró que estuvo embarazada de Camilo Sesto pero que sufrió un aborto al caerse por las escaleras. Una pérdida que lamentó, al igual que el cantante, que consideraba a Andrea “la mujer de su vida”. Según la corista la relación se rompió porque el músico “pretendía que viviesen con nosotros Lourdes y Camilín, y eso me pareció demasiado”.

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Esa mujer que, según Bronston, Sesto deseaba sumar a la convivencia era Lourdes Ornelas, una mexicana que ocupó su corazón por un breve tiempo y madre de Camilo Michael, el único hijo del artista, nacido en 1983. Esta relación dio origen a uno de los episodios más controvertidos de la vida del artista.

Se conocieron en una fiesta luego de un concierto, ella era una de las muchas seguidoras y rápidamente intimaron. Lourdes estaba muy enamorada de Camilo, lo seguía a todas partes, pero como ella admitió, él no sentía lo mismo. Por eso, el día que en el aeropuerto de Barajas Sesto bajó de un jet privado con la mexicana a su lado y un bebé en sus brazos, la conmoción fue total. Hasta ese momento todos los medios ignoraban la existencia de la mujer y sobre todo, de ese hijo. Ni una foto, ni un rumor, ni la más mínima filtración de datos habían llegado a las redacciones.

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Semanas después, el artista realizaba la “presentación oficial” de su pareja en una revista española especializada en realeza. “Hace 14 años ella era fan mía. De fan pasó a ser amiga. De amiga, a íntima amiga. De íntima amiga, a eterna amiga. Y ahora es una persona indispensable en mi vida”, declaraba entonces, y añadía que su hijo era “fruto del amor” y de sus ganas inmensas de ser padre a los 37 años. “Ya tengo mi hijo y no quiero ocultarlo ni un segundo, no quiero ocultar lo que es mi felicidad”, explicaba para aclarar: “No me voy a casar. Está todo muy aclarado y muy explicado entre la madre de mi hijo y yo”.

Durante un tiempo, Camilo, Lourdes y Camilín (al que su padre apodaba con humor Camilo Séptimo) vivieron juntos en la mansión del cantante en Torrelodones, a unos 30 kilómetros de Madrid. La pareja no funcionó y ella volvió a México con su hijo. El cantante pidió la custodia total del menor y que regresara a España para hacerse cargo de él. “Hasta en la línea de mi mano está escrito que iba a tener un hijo. Y lo tengo”, decía rotundo.

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Ante esta familia con poco de familia, Camilín se convirtió en un niño tímido e introvertido que apenas se movía en las entrevistas que daba su padre. Adolescente, decidió quedarse en México y se distanció del artista. Con el tiempo tendría problemas psicológicos y de consumo de alcohol.

Alejado de su hijo y cercado por los fans, Camilo Sesto se refugió/escondió en su intimidad. Se compró una casona en las afueras de Madrid en la que vivió hasta su muerte. Siguió dando muchos conciertos pero escasas entrevistas. Su vida privada se hizo cada vez más inaccesible y misteriosa. En su biografía contó que, cercado por una depresión y en el pico de su fama, a los 26 años tuvo un intento de suicidio.

Los 70 y los 80 fueron su tiempo de esplendor artístico, lanzaba un disco por año y realizaba giras por los países iberoamericanos, también a lugares como Estados Unidos y Japón. En los 90 comenzó su ocaso. La música -los gustos musicales- cambiaban y esas muchachitas que deliraban por él, se transformaban en señoras cuyas hijas deliraban por La Oreja de Van Gogh y Jarabe de Palo. Camilo profundizó su reclusión que solo rompía con el lanzamiento de alguna canción -ya no un álbum- una gira o una entrevista.

A sus escasas apariciones públicas le seguía la polémica. Sus cambios físicos eran notorios y no por el paso implacable del tiempo sino por numerosas intervenciones estéticas de resultados dudosos. En su constante -y perdida- lucha por lograr la eterna juventud se sometió a estiramiento facial, eliminación de las bolsas de los ojos, elevación de cejas, una rinoplastia para mejorar el perfil de su nariz y aplicación de bótox en los pómulos, intervenciones que le impidieron sonreír con naturalidad y convirtieron su rostro en casi una caricatura. También se especulaba sobre su pelo, sin una sola cana y tan abundante que se intuía producto de un injerto capilar. Sí conservaba el natural hechizo de sus ojos azules.

Camilo Sesto en 2018, en una de sus últimas apariciones públicas (Europa Press)
Camilo Sesto en 2018, en una de sus últimas apariciones públicas (FUENTE EXTERNA)

En el año 2000 entró al quirófano ya no por estética sino por salud: como consecuencia de una grave enfermedad hepática derivada de sus excesos con el alcohol, le realizaron un trasplante de hígado. La operación fue un éxito pero su cuerpo rechazó el órgano, se produjeron nuevos fallos renales que lo volvieron a llevar al quirófano en varias ocasiones. Un tonto accidente doméstico aumentó su deterioro físico. Se le cayó encima una estantería llena de libros por lo que debió ser operado de un tobillo, lo que le produjo problemas de movilidad.

A finales de 2016, coincidiendo con su cumpleaños número 70, lanzó Camilo Sesto 70, un recopilación de 60 canciones con éxitos y temas inéditos. En 2018 realizó su última aparición pública. Más delgado, visiblemente débil y con un mareo que apenas le permitía hablar volvió al mítico Florida Park de Madrid para presentar su álbum Camilo Sinfónico.

A comienzos del 2019 trascendió que había regresado al hospital por fallas renales. El 8 de septiembre, un comunicado de Twitter anunciaba su muerte. “Queridos amigos & amigas. Lamentamos mucho comunicaros que nuestro gran y querido artista Camilo Sesto nos acaba de dejar. Descanse en paz”, anunciaba el tuit.

Comenzó entonces un nuevo capítulo de la novelesca vida del artista español. Se habló de un enfrentamiento entre su representante, Eduardo Guervós, su administrador, Cristóbal Hueto, y su hijo Camilo -manejado en todo momento por su madre, Lourdes Ornelas- a causa del reparto de la herencia.

Camilo Blanes (Europa Press)Camilo Blanes FUENTE EXTERNA )

La pelea no era por un monto menor. Estaba en juego la mansión de Torrelodones, varios terrenos, un chalet en Las Rozas, un piso en Marbella, una cuenta corriente de varios millones y, sobre todo, 400 temas musicales registrados que generan, en concepto de derechos de autor, alrededor de 500 mil euros anuales. A pesar de las especulaciones, el cantante de “Perdóname” había nombrado como heredero universal a su único hijo.

Tras la muerte de su padre, Camilo Jr. se instaló en Torrelodones, la casa donde residió su padre desde 1992 y hasta el fin de sus días, una propiedad de 450 metros cuadrados dividida en tres plantas con un gran jardín y piscina. Como su progenitor, mantuvo su intimidad blindada, pero a las semanas llamó la atención de los medios por un fuerte deterioro de salud debido a sus problemas con el consumo de alcohol.

A pesar de que en el testamento de la superestrella se estipuló que el hijo de Sesto era el heredero universal, de acuerdo con la revista TvyNovelas, el administrador y albacea del músico y el representante de Camilo decidieron que Camilín se mantenga alejado de la herencia porque “lo quieren más preparado y con valores antes de entregársela”. Con el mismo hermetismo de su progenitor, Camilo Jr. nunca accedió a entrevistas aunque cedió algunos objetos de su progenitor para la creación de un museo en su homenaje.

A cuatro años de su muerte, Camilo Sesto para muchos sigue siendo un misterio. Para develarlo un poco, el cantante eligió mostrarse en su autobiografía, y cerró el último capítulo con este texto:

“Esta es la historia de un muñequito rubio con nariz de zapatilla que quería ser Joselito, de un muchacho que era el alma de su barrio y el garbanzo negro de su profesor de matemáticas, el solista del coro y portero de su equipo de fútbol, esforzado pintor, el soldado que cantaba a voz en grito los himnos patrióticos ante sus compañeros de batallón, el que se encierra durante días para ir tarareando ante un grabador las notas, una a una, que tiene que tocar cada instrumento en la nueva canción, el que con frecuencia prefiere mordisquear un trozo de hielo para refrescarse a beberse una botella de champán, el hombre que ocupó una veintena de domicilios en Madrid, de la calle Humilladero a López de Hoyos, de la Corredera Baja a la Costa Fleming, con patronas como la viuda de un coronel que le contaba sus aventuras y terminó enamorándose de él, hasta que el hombre hubo de huir… La historia de un compositor de canciones con las que cada día se identifican millones de personas, el que bailó como go-go y actuó en chiringuitos infames y también en los hoteles más lujosos de México y en las mejores salas de Los Ángeles o de Tokio… ¿Cuál es la verdadera sustancia de este autorretrato? Como ocurre con todo el mundo, no se ve uno lo mismo que lo ven los demás. La verdad acaso se encuentre en el justo medio”.

Camilo Sesto
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