El Museo de Mon se hizo porque el nieto cogió la rienda y anduvo “La Seca y La Meca” hasta crearlo

¿Le disparó Horacio Vásquez a quemarropa a Lilís? ¿O fue él quien le dio el tiro de gracia?

La vida del general y presidente Felipe Horacio Vásquez Lajara ha sido escrita casi con detalles en el libro de Pedro Troncoso Sánchez aunque el título sea “Ramón Cáceres”. Casi todos los historiadores le han dedicado muchísimas páginas al presidente mocano que veraneaba en Tamboril, cuando se le conocía como Peña, y casi vecino de Don José Rafael Abinader.

El tamborileño más ilustre que tuvimos describía a Horacio de arriba abajo y aún así no sabemos nada de su vida. Además, ¿quién puede creer que en esa casona, que ya se le fue la galería y no se acaba de derrumbar porque “Dio e grande”, dizque vivió un presidente?

Y uno se pregunta, entonces todo lo que dijo Tomás Hernández Franco era cierto, ¿pero a tal punto que no merezca ni que se le recuerde?

Decía Tomás: “… El señor Gral. Horacio Vásquez, lo repetimos, es un ciudadano con suerte, nacido en una época de audaces oportunismos en la cual hasta el tamaño físico tenía su influencia en el destino de las gentes, ni totalmente ignorante, ni totalmente sabio, un hombre como casi todos los de entonces: buen conocedor de los caminos reales, de los compadres de todos los compadres, y con ese algo de ambición y de anhelo de llegar a disponer del mando y del poder, como quien se apodera de algo, que era patrimonio de los hombres de entonces…”

Aunque Tomás tuviera razón, el Museo en la casa de Horacio va y no nos cabe la menor duda que Luis Abinader, quien estuvo presente cuando su padre develizó el busto de Hostos frente a la casona, (¿”no verdá” Lincoln López?) honrará la “deuda”, más bien oferta, de don José Rafael de, no solo restaurar la quinta de Horacio, también hacer el hospital, el Museo del Tabaco, y la entrada al pueblo.

¿Se interesó alguien, en serio, de restaurar su casa, que ya tiene más de 120 años, y hacer un museo y un espacio cultural? El mondonguerismo cultural no daba para tanto. El recinto que albergaba la Casa de la Cultura, hasta hace poco, es ahora una nueva tabaquera.

Horacio llegó a capitán en Moca porque Lilis le subió el rango, pero a Horacio no le interesaba La Guardia, él quería ser presidente aunque lo suyo eran los conucos, al igual que su primo Mon. Los conucos y las recuas. Ni siquiera los propios mocanos le conservaron su casa para hacerle su museo, cosa que sí hicieron con el temible Mon, que privaba en guapo. “Con to y to”, los mocanos lo conocen mejor, y no es porque lean más ni porque Vaiguita fuera senador, ni por Abigail Cruz Infante y su revista Presencia Mocana, ni por Rosa Julia y sus Mythos y ni siquiera por don Jaime Julio Julia; es que los chismes pueden más que la Historia.

La imagen, de los pocos que saben que Horacio vivía en la casa de carcoma, es de un viejo grande que hacía respiración yoga junto a su mujer la poeta (que nadie se atreva a decir poetisa) Trinita, de los Moya, y ya. En Moca no. Allá el chisme prendió las praderas como “el llano en llamas” de Juan Rulfo, desde que se supo que Jacobito Lara, el carajito que pusieron para asesinar a Lilis, había matado a su novia y tenía cinco tuercas flojas, como lo hubiese declarado Zaglul. El chisme es tan fuerte, que hizo que le crearan un museo a Jacobito repleto de datos falsos y…chismes.

No faltaron mocanos que se decepcionaran con Horacio después de quitar del medio a Lilis para venir al final a proclamar a don Juan Isidro Jiménes (con s). Y peor todavía, después que lo ponen, lo quitan enfrentando su Partido del gallo bolo al de sus rabuses. Luego que Mon se deshace del viejo comerciante montecristeño al que le sirvió de vice, siembra el terror entre 1906 y 1911. Y Horacio lo sabía porque hasta a los lilisistas le dieron puestos importantes. Con la vergüenza, y ya en pugna con su propio primo, compañero de aventura, se fue a Cuba, al círculo de espera. Claro que Pedrito Sánchez va a decir que Mon era un presidentazo para justificar a Trujillo.

Su pecado “bienal” fue querer llegar al 30 y no entregar “la ñoña” en el 28 como correspondía. Y encima de eso, querer reelegirse en el 30. Dos años que le costaron un riñón que dejó en Baltimore. Hasta Velasquito “le sacó los mocashoes”. Ve-las-qui-to… que eran “como uña y deo”.

Cuando los “americanos” se cobraron ocho veces y media los cuartos, dizque que se le debía, y cansados de que le tiraran huevos güeros y tomates podridos por órdenes de la Srta. Ercilia Pepín, pusieron al Benemérito General Horacio Vásquez quien no podía hacer nada porque las aduanas y el control financiero del país lo siguieron teniendo los muchachones que se divertían en el Play del Gimnasio Escolar jugando pelota y haciendo carreras de caballo y de saco.

En fin, dejémonos de “pendejá”, dejemos a Horacio tranquilo en la Parroquia Santa Ana, que los trujillistas se empeñan en llamar San Rafael, que siga durmiendo su sueño eterno junto a la Doña y restauremos esta casa presidencial antes que Anyolino se la regale a Pulín para que ponga una fábrica de pavos que ya es la insignia mayor que tiene Tamboril o antes que el Bobo amplíe su taller de motores y le rinda un servicio patriótico a la “aldea pajisa”.

¿Se interesó el Ministerio de Cultura y ningún presidente en rehabilitar la casa de algún presidente alguna vez? Cosa que debe ser iniciativa de ellos si es que sirven para algo. Aparte de la de Duarte, maña fuera, la de Santana (Hostos con Luperón) que nadie sabe que existe. La de Lilis en la Mercedes alojó la Academia de Historia aunque no había ni rastro del presidente, solo su fantasma. La de Juan Isidro Jiménes en Monte Cristi, junto a la de Isabel Meyer, la celestina de Trujillo, perdió la apuesta contra el sol, el sereno y la intemperie. La de Mella en Los Pepines se fue, la casita de Balaguer en la calle El Pantalón en Santiago, se fue. La de Estrella Ureña en la Jácuba, convirtió en gorda la vista de los gobernantes. ¿Qué espacio histórico importante le importó a ningún gobierno y menos a ningún sindicucho? Habiendo tanto terreno estatal en Santiago, a Balaguer se le antojó desbaratar la Estación Marte del Ferrocarril Central Dominicano para construir una estación de bomberos “pelá”, sin un chele para funcionar. Hasta el mismo Partido Reformista, “maravilla en pelota” de la arquitectura, se convirtió en ruina, a pesar del mármol y de los millones que manejaron los reformistas. Por lo menos pudieron convertirlo en una gallera.

La Escuela de Bellas Artes, antigua mansión del Jefe, no está podrida totalmente porque los comejenes no comen concreto. El abandono del Centro de la Cultura es una ruina que da vergüenza ajena, El Hotel Mercedes hoy es un zoológico de todo tipo de ratas.

Entonces, amigos Víctor Polanco, Icelsa Collado, Carlos José Rosario, vale la pena seguir insistiendo y aprovechar la presencia de un gobernante casi tamborileño, con una vice casi tamborileña, para que juntos logremos el sueño de don José Rafael y de muchísimos paisanos de corazón. ¿Seguimos esperando el día del juicio?

El Museo de Mon se hizo porque el nieto cogió la rienda y anduvo La Seca y La Meca hasta crearlo.

Tengo que creerlo, que los 80 millones que puede llevarse ese proyecto y que sería de gran beneficio para Tamboril no puedan servir mejor a cualquier político sin tener que invertirlo en salami, pollo congelao, funditas y compra de cédulas para sus campañas electorales porque ya eso no funciona. Tampoco tenemos que esperar a que la Región del Cibao se independice y se proclame República del Cibao, y que algún gobernante, doliente e interesado en sus orígenes, historia e identidad cultural se digne a ocuparse de rescatar lo que quede del patrimonio nacional y cultural.

Tampoco hay que esperar a que Francisco Domínguez Brito, el más tamborileño de todos los políticos y seguro candidato del PLD, lo ofrezca en campaña y hasta se atreva a hacerlo pa’que luego no le digan “Brito si es sebo”.

He ahí otro factor para que Luis se ponga las pilas, Ray-o-vac, Eveready, o las de litio de su Tesla y se lleve de su amigo tabaquero y haga el Museo de Horacio, el del tabaco, el hospital y la avenida de entrada por Don Pedro, desde La Circunvalación, con la majestuosidad y elegancia que el Tamboril de Don Rafael y Doña Elsa Brito, se merece. ¡Ah ¡Y no nos manden, por favor, a nadie de La Capital, que aquí tenemos museógrafos, historiadores, arquitectos, ingenieros, mecanógrafos, ciclistas, talabarteros, zacatecas, y patriotas.

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