Introducción

He aquí 15 realidades, que el Papa Francisco llama en razón “enfermedades”, que dañan personalmente a cualquiera y dañan a muchos a través de quien tiene una de ellas. Pueden encontrarse en cualquier miembro de la Iglesia, de otras instituciones, de los políticos y de los que tienen algún tipo de poder.

En esta primera entrega, ofreceré 7 de las 15 enfermedades.

1- El mal de sentirse “inmortal”, “inmune” e “indispensable”.
“El mal de sentirse «inmortal», «inmune», e incluso «indispensable», descuidando los controles necesarios y normales. Una Curia que no se autocrítica, que no se actualiza, que no busca mejorarse, es un cuerpo enfermo. Una simple visita a los cementerios podría ayudarnos a ver los nombres de tantas personas, alguna de las cuales pensaba quizás ser inmortal, inmune e indispensable. Es el mal del rico insensato del evangelio, que pensaba vivir eternamente (cf. Lc 12,13-21), y también de aquellos que se convierten en amos, y se sienten superiores a todos, y no al servicio de todos. Esta enfermedad se deriva a menudo de la patología del poder, del «complejo de elegidos», del narcisismo que mira apasionadamente la propia imagen y no ve la imagen de Dios impresa en el rostro de los otros, especialmente de los más débiles y necesitados. El antídoto contra esta epidemia es la gracia de sentirse pecadores y decir de todo corazón: «Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer» (Lc 17,10)”.

2- El mal del “martalismo”
“El mal de «martalismo» (que viene de Marta), de la excesiva laboriosidad, es decir, el de aquellos enfrascados en el trabajo, dejando de lado, inevitablemente, «la mejor parte»: el estar sentados a los pies de Jesús (cf. Lc 10,38-42). Por eso, Jesús llamó a sus discípulos a «descansar un poco» (Mc 6,31), porque descuidar el necesario descanso conduce al estrés y la agitación. Un tiempo de reposo, para quien ha completado su misión, es necesario, obligado, y debe ser vivido en serio: en pasar algún tiempo con la familia y respetar las vacaciones como un momento de recarga espiritual y física; hay que aprender lo que enseña el Eclesiastés: «Todo tiene su tiempo, cada cosa su momento» (3,1)”.

3- El mal de la “petrificación”
“También existe el mal de la «petrificación» mental y espiritual, es decir, el de aquellos que tienen un corazón de piedra y son «duros de cerviz» (Hch 7,51); de los que, a lo largo del camino, pierden la serenidad interior, la vivacidad y la audacia, y se esconden detrás de los papeles, convirtiéndose en «máquinas de legajos», en vez de en «hombres de Dios» (cf. Hb 3,12). Es peligroso perder la sensibilidad humana necesaria para hacernos llorar con los que lloran y alegrarnos con quienes se alegran. Es la enfermedad de quien pierde «los sentimientos propios de Cristo Jesús» (Flp 2,5), porque su corazón, con el paso del tiempo, se endurece y se hace incapaz de amar incondicionalmente al Padre y al prójimo (cf. Mt 22,34-40). Ser cristiano, en efecto, significa tener «los sentimientos propios de Cristo Jesús» (Flp 2,5), sentimientos de humildad y entrega, de desprendimiento y generosidad”.

4- El mal de la planificación excesiva y el funcionalismo
“Cuando el apóstol programa todo minuciosamente y cree que, con una perfecta planificación, las cosas progresan efectivamente, se convierte en un contable o gestor. Es necesario preparar todo bien, pero sin caer nunca en la tentación de querer encerrar y pilotar la libertad del Espíritu Santo, que sigue siendo más grande, más generoso que todos los planes humanos (cf. Jn 3,8). Se cae en esta enfermedad porque «siempre es más fácil y cómodo instalarse en las propias posiciones estáticas e inamovibles. En realidad, la Iglesia se muestra fiel al Espíritu Santo en la medida en que no pretende regularlo ni domesticarlo… – ¡domesticar al Espíritu Santo! –, él es frescura, fantasía, novedad»”.

5- El mal de una falta de coordinación
“Cuando los miembros pierden la comunión entre ellos, el cuerpo pierde su armoniosa funcionalidad y su templanza, convirtiéndose en una orquesta que produce ruido, porque sus miembros no cooperan y no viven el espíritu de comunión y de equipo. Como cuando el pie dice al brazo: «No te necesito», o la mano a la cabeza: «Yo soy la que mando», causando así malestar y escándalo”.

6- La enfermedad del “alzheimer espiritual”
“También existe la enfermedad del «Alzheimer espiritual», es decir, el olvido de la «historia de la salvación», de la historia personal con el Señor, del «primer amor» (Ap 2,4). Es una disminución progresiva de las facultades espirituales que, en un período de tiempo más largo o más corto, causa una grave discapacidad de la persona, por lo que se hace incapaz de llevar a cabo cualquier actividad autónoma, viviendo un estado de dependencia absoluta de su manera de ver, a menudo imaginaria. Lo vemos en los que han perdido el recuerdo de su encuentro con el Señor; en los que no tienen sentido «deuteronómico» de la vida; en los que dependen completamente de su presente, de sus pasiones, caprichos y manías; en los que construyen muros y costumbres en torno a sí, haciéndose cada vez más esclavos de los ídolos que han fraguado con sus propias manos”.

7- El mal de la rivalidad y la vanagloria
“El mal de la rivalidad y la vanagloria. Es cuando la apariencia, el color de los atuendos y las insignias de honor se convierten en el objetivo principal de la vida, olvidando las palabras de san Pablo: «No obréis por vanidad ni por ostentación, considerando a los demás por la humildad como superiores. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás» (Flp 2,3-4). Es la enfermedad que nos lleva a ser hombres y mujeres falsos, y vivir un falso «misticismo» y un falso «quietismo». El mismo san Pablo los define «enemigos de la cruz de Cristo», porque su gloria «está en su vergüenza; y no piensan más que en las cosas de la tierra» (Flp 3,18.19)”.

Conclusión

CERTIFICO que en mi artículo “15 ENFERMEDADES” he citado reflexiones del Papa Francisco, citadas en muchos lugares y aquí concretamente del libro “DIOS ES JOVEN”, páginas 44-51.

DOY FE en Santiago de los Caballeros a los doce (12) días del mes de mayo del año del Señor dos mil veintidós (2022).

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