Introducción

Cualquier conocedor superficial del cristianismo sabe que son afirmaciones centrales de su credo aquellas sobre la vida eterna y sobre la resurrección de los muertos.

Su profesión de fe al respecto se expresa en frases escuetas como ésta: “Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro” o esta otra: “Creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna”.

Esta resurrección se asevera ante todo de Jesucristo, de quien se afirma: “Creo en Jesucristo que padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue muerto y sepultado, y al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre Todopoderoso”.

Sobre esta, la fe de la Iglesia en la resurrección, quisiera tocar ahora algunos tópicos. Tomaré, como punto de partida, las afirmaciones de Pablo en su Primera Carta a los Corintios, escrita en Éfeso unos 25 años después del “acontecimiento Jesús”.

  1. La resurrección de cristo
    “En primer lugar les he enseñado la misma tradición que yo recibí, a saber, que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que lo sepultaron y que resucitó al tercer día, también según las Escrituras; y que se apareció a Cefas, y luego a los doce. Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, la mayoría de los cuales vive todavía, aunque algunos ya han muerto. Después se apareció a Santiago, y luego a todos los apóstoles.

    Por último se me apareció también a mí, que soy como un niño nacido anormalmente. Pues yo soy el menos importante de los apóstoles, y ni siquiera merezco llamarme apóstol, porque perseguí a la Iglesia de Dios. Pero soy lo que soy porque Dios fue bueno conmigo; y su bondad para conmigo no ha resultado en vano. Al contrario, he trabajado más que todos ellos; aunque no he sido yo, sino Dios, que en su bondad me ha ayudado. Lo que importa es que, tanto yo como ellos, esto es lo que hemos predicado, y esto es lo que ustedes han creído” (1 Corintios 15, 3-11)
  2. Dificultades en aceptar la resurrección de Cristo
    La profesión de fe de Pablo y con él la de los primeros apóstoles en la resurrección de Jesús aparece clara y firme, tanto en sus vidas como en su predicación. Sin embargo, al principio no fue así.
    Los datos que traen los Evangelios a este respecto son muy dicientes. Un buen resumen nos lo ofrece el Evangelista Marcos 16, 9-20:

    “Después que Jesús hubo resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había expulsado siete demonios. Ella fue y avisó a los que habían andado con Jesús, que estaban tristes y llorando. Estos, al oír que Jesús vivía y que ella lo había visto, no lo creyeron.

    Después de esto, Jesús se apareció en otra forma a dos de ellos que iban caminando hacia el campo. Estos fueron y avisaron a los demás; pero tampoco a ellos les creyeron.
    Más tarde, Jesús se apareció a los once discípulos, mientras ellos estaban sentados a la mesa. Los reprendió por su falta de fe y su terquedad, ya que no creyeron a los que lo habían visto resucitado. Y les dijo: “Vayan por todo el mundo y anuncien a todos la buena noticia. El que crea y sea bautizado, obtendrá la salvación; pero el que no crea, será condenado. Y a estas señales acompañarán a los que creen: en mi nombre expulsarán demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes; y si beben algo venenoso, no les hará daño; además pondrán las manos sobre los enfermos y estos sanarán”.
  3. La resurrección de los demás
    Aunque la resurrección de Cristo es evidente para Pablo y para los Apóstoles y así lo predicaron, sin embargo, ya en aquella primera comunidad cristiana de Corintos aparecieron dificultades, como la tuvieron los mismos primero discípulos respecto a Cristo, en aceptar la resurrección de Cristo y de los muertos. Pablo salió al paso a estos titubeos e inseguridades, con la siguiente enseñanza (1 Corintio 15, 12-28):

    “Pero si nuestro mensaje es que Cristo resucitó, ¿por qué dicen algunos de ustedes que los muertos no resucitan? Porque si los muertos no resucitan, entonces tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, el mensaje que predicamos no vale para nada, ni tampoco vale para nada la fe que ustedes tienen. Si esto fuera así, nosotros resultaríamos ser testigos falsos de Dios, puesto que estaríamos afirmando en contra de Dios que él resucitó a Cristo, cuando en realidad no lo habría resucitado si fuera verdad que los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, entonces tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, la fe de ustedes no vale para nada: todavía siguen en sus pecados. En este caso, también están perdidos los que murieron creyendo en Cristo. Si nuestra esperanza en Cristo solamente vale para esta vida, somos los más desdichados de todos.

    Pero lo cierto es que Cristo ha resucitado. Él es el primer fruto de la cosecha: ha sido el primero en resucitar. Así como por causa de un hombre vino la muerte, también por causa de un hombre viene la resurrección de los muertos. Y así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos tendrán vida. Pero cada uno en el orden que le corresponda: Cristo en primer lugar; después, cuando Cristo vuelva, los que son suyos. Entonces vendrá el fin, cuando Cristo derrote a todos los señoríos, autoridades y poderes, y entregue el reino al Dios y Padre. Porque Cristo tiene que reinar hasta que todos sus enemigos estén puestos debajo de sus pies; y el último enemigo que será derrotado es la muerte. Porque Dios lo ha sometido todo bajo los pies de Cristo. Pero cuando dice que todo le ha quedado sometido, es claro que esto no incluye a Dios mismo, ya que es él quien le sometió todas las cosas. Y cuando todo haya quedado sometido a Cristo, entonces Cristo mismo, que es el Hijo, se someterá a Dios, que es quien sometió a él todas las cosas. Así, Dios será todo en todo”.
  4. Cómo resucitarán los muertos
    Acudamos de nuevo a Pablo para dar una respuesta gráfica y adecuada:
    “Tal vez alguno preguntará: “¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Qué clase de cuerpo tendrán?” ¡Vaya pregunta tonta! Cuando se siembra, la semilla tiene que morir para que tome vida la planta. Lo que se siembra no es la planta que ha de brotar, sino el simple grano, sea de trigo o de otra cosa. Después Dios le da la forma que él quiere, y a cada semilla le da el cuerpo que le corresponde. No todos los cuerpos son iguales; uno es el cuerpo del hombre, otro el de los animales, otro el de las aves y otro el de los peces. Del mismo modo, hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres; pero una es la hermosura de los cuerpos celestes y otra la hermosura de los cuerpos terrestres. El brillo del sol es diferente del brillo de la luna y del brillo de las estrellas; y aun entre las estrellas, el brillo de una es diferente del de otra.
    Lo mismo pasa con la resurrección de los muertos. Lo que se entierra es corruptible; lo que resucita es incorruptible. Lo que se entierra es despreciable; lo que resucita es glorioso. Lo que se entierra es débil; lo que resucita es fuerte. Lo que se entierra es un cuerpo material; lo que resucita es un cuerpo espiritual. Si hay cuerpo material, también hay cuerpo espiritual” (1 Corintios 15, 35-44).
  5. Proclamación en el Domingo de Resurrección
    Siguiendo tras las huellas de San Pablo en 1 Corintios 15, 3-8, proclamo una vez más:
    Yo les transmito, en primer lugar, lo que a mi vez recibí de la tradición oral, de la Biblia, de los Apóstoles, de la Iglesia y más inmediatamente de mis antepasados, de mis padres, de mi familia y de mis catequistas: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; que se apareció a Pedro y luego a los doce. Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez. Luego se apareció a Santiago, y más tarde a todos los Apóstoles. Y después de todos se apareció a Pablo, como si fuera un hijo nacido a destiempo. Finalmente, se nos ha presentado también a todos nosotros y nos hemos encontrado con Él en la proclamación del kerigma, en un retiro, en un cursillo, en un testimonio de vida, en la Eucaristía, en la Biblia, en la oración, en signos y prodigios y de muchas maneras en el amor de los hermanos.
    Cristo ha resucitado. Lo hemos experimentado: Él ha resucitado y nosotros hemos resucitado con Él.
    Por eso repitamos con San Pablo: “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe”.
    Y como las primeras comunidades intercambiemos el saludo pascual: -“Cristo ha resucitado”; y respondamos: “-Verdaderamente ha resucitado”.
    Y con las comunidades de todos los tiempos gritemos de pie jubilosos: “El vive”; “Él vive, Rey de Reyes y Señor de Señores”.
    Y con los coros actuales cantemos: “Alegría, alegría, hermanos, que si nos amamos, es porque ha resucitado”.

Conclusión

CERTIFICO que ser testigo de Cristo es, ante todo, ser testigo de un Cristo que vive y que comunica nueva vida.

DOY FE en Santiago de los Caballeros a los once (11) días del mes de abril del año del Señor dos mil veinticuatro (2024). l

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