Introducción
1 El ser humano comparado con un árbol
El valor de la reciedumbre en una persona se simboliza en la reciedumbre de un árbol en general o de un árbol específico: “recio como un árbol”, “recio como un roble”. Así se dice de un hombre que ha sabido enfrentar grandes dificultades con firmeza y sin amilanarse.

Un ser humano, hombre o mujer, corrupto es “un árbol podrido”. Aquel que es improductivo, parásito de la sociedad, es “un árbol que no da frutos y que merece ser cortado”.

El salmo primero del salterio bíblico llama dichosa a la persona que no sigue los caminos de la maldad ni se reúne con los cínicos de doble moral, sino que, al revés, se goza en la ley de Dios, en los Diez Mandamientos. De esa persona afirma que “será como un árbol plantado al borde de un arroyo: da fruto a su tiempo y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin”.

También el profeta Jeremías dice algo semejante de aquel que pone su confianza en el Señor y no en los ídolos ni en los hombres ni en las cosas: ese “será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el verano (las pruebas de la vida) no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto (siempre encontrará una solución, una salida)” (Jeremías 17, 7-8).

En su sabiduría, el pueblo ha resumido su experiencia milenaria sobre la educación del niño y del joven en el siguiente refrán: “árbol que crece torcido, nunca su rama endereza”. En una frase simple en la que se toma al árbol como símbolo del ser humano, se plasma, de manera gráfica, la importancia de una adecuada educación desde los primeros años de la existencia.

Cuando quiso, igualmente, recoger el valor de la protección de nuevo la sabiduría popular recurrió al símbolo del árbol y dijo: “Quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija”.

2- El árbol del bien y del mal
La expresión “el árbol del bien y del mal” resume la dimensión ética de la vida: entre todos los aspectos de la existencia humana, entre todos los árboles plantados en la persona humana, está la obligación ética y moral.

“Leemos en el libro del Génesis: “Dios impuso al hombre este mandamiento: “De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio”” (Génesis 2, 16-17).

Con esta imagen, la Revelación enseña que el poder de decidir sobre el bien y el mal no pertenece al hombre, sino sólo a Dios. El hombre es ciertamente libre, desde el momento en que puede comprender y acoger los mandamientos de Dios. Y posee una libertad muy amplia, porque puede comer “de cualquier árbol del jardín”. Pero esta libertad no es ilimitada. El hombre debe detenerse ante el “árbol de la ciencia del bien y del mal”, por estar llamado a aceptar la ley moral que Dios le da. En realidad, la libertad del hombre encuentra su verdadera y plena realización en esta acepción. Dios, que sólo Él es Bueno, conoce perfectamente lo que es bueno para el hombre, y en virtud de su mismo amor se lo propone en los mandamientos” (Juan Pablo II, Carta Encíclica “El esplendor de la verdad”, sobre algunas cuestiones fundamentales de la enseñanza moral de la Iglesia, #35).

A la luz de este criterio orientador podremos releer con mucho provecho el siguiente relato del Génesis, en el que se pinta el proceso que conduce a la violación de las normas morales (comer del árbol del bien y del mal) y las consecuencias dañinas y perturbadoras que se siguen para la relación de la pareja, para el hombre y la mujer en particular y para el mundo entero, todo ello enseñado bajo la simbología del “árbol del bien y del mal”:

“La serpiente era más astuta que todos los animales salvajes que Dios el Señor había creado, y le preguntó a la mujer:

–¿Así que Dios les ha dicho que no coman del fruto de ningún árbol del jardín?

Y la mujer le contestó:
–Podemos comer del fruto de cualquier árbol, menos del árbol que está en medio del jardín. Dios nos ha dicho que no debemos comer ni tocar el fruto de ese árbol, porque si lo hacemos, moriremos.

Pero la serpiente le dijo a la mujer:
–No es cierto. No morirán. Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman del fruto de ese árbol podrán saber lo que es bueno y lo que es malo, y que entonces serán como Dios.

La mujer vio que el fruto del árbol era hermoso, y le dieron ganas de comerlo y de llegar a tener entendimiento. Así que cortó uno de los frutos y se lo comió. Luego le dio a su esposo, y él también comió. En ese momento se les abrieron los ojos, y los dos se dieron cuenta de que estaban desnudos. Entonces cosieron hojas de higuera y se cubrieron con ellas.

El hombre y su mujer escucharon que Dios el Señor andaba por el jardín a la hora en que sopla el viento de la tarde, y corrieron a esconderse de Él entre los árboles del jardín. Pero Dios el Señor llamó al hombre y le preguntó:

–¿Dónde estás?
El hombre contestó:
–Escuché que andabas por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo; por eso me escondí.
Entonces Dios le preguntó:
–¿Y quién te ha dicho que estás desnudo? ¿Acaso has comido del fruto del árbol del que te dije que no comieras?
El hombre contestó:
–La mujer que me diste por compañera me dio de ese fruto, y yo lo comí.
Entonces Dios el Señor le preguntó a la mujer:
–¿Por qué lo hiciste?
Y ella respondió:
–La serpiente me engañó, y por eso comí del fruto.

Entonces Dios el Señor dijo a la serpiente:
–Por esto que has hecho, maldita serás entre todos los demás animales. De hoy en adelante caminarás arrastrándote y comerás tierra. Haré que tú y la mujer sean enemigas, lo mismo que tu descendencia y su descendencia. Su descendencia te aplastará la cabeza, y tú le morderás el talón.

A la mujer le dijo:
–Aumentaré tus dolores cuando tengas hijos, y con dolor los darás a luz. Pero tu deseo te llevará a tu marido, y él tendrá autoridad sobre ti.

Al hombre le dijo:
–Como le hiciste caso a tu mujer y comiste del fruto del árbol del que te dije que no comieras, ahora la tierra va a estar bajo maldición por tu culpa; con duro trabajo la harás producir tu alimento durante toda tu vida. La tierra te dará espinos y cardos, y tendrás que comer plantas silvestres. Te ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la misma tierra de la cual fuiste formado, pues tierra eres y en tierra te convertirás” (Génesis 3, 1-19).

3- El árbol de la vida
La expresión “el árbol de la vida” recoge el tema de la inmortalidad y de la eternidad (Génesis 3, 22).
Para “tener derecho al árbol de la vida”, a la eternidad, hay que llevar una vida moralmente limpia, es decir, con otro símbolo, tener “lavadas las ropas”. Los que así viven son vencedores. “A los que salgan vencedores, les daré a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso” (ver Apocalipsis 2, 7 y 22, 14).

Conclusión

CERTIFICO que el contenido de este trabajo fue extraído de mi libro “Valores y virtudes”, páginas 181-186.

DOY FE en Santiago de los Caballeros a los veinticuatro (24) días del mes de octubre del año del Señor dos mil veinticuatro (2024).

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