Introducción

La frontera entre aquello que es propiamente “valor humano” y específicamente “valor cristiano” no siempre aparece tan claro y se pasa de un plano al otro con gran facilidad, porque ambos son buenos.
Consideramos que hay una serie de “valores humanos” que, como tales, son comunes a la humanidad, no importan raza, cultura, nación o credo religioso, a los que se pertenezca.

De modo general, están recogidos en la “Declaración Universal de los Derechos Humanos” de las Naciones Unidas. Todos decimos reconocerlos y respetarlos.

Se puede decir que “un cristiano” ha de asumir “los valores humanos” simplemente porque es un ser humano como cualquier otro, aunque de hecho su fe cristiana se los refuerza. Sin embargo, hay que decir que “los valores cristianos”, propiamente tales, empiezan allí donde termina el terreno de “los valores humanos”. Aparte de su compromiso, derechos y deberes, frente a estos valores comunes a toda la humanidad, él ha asumido otros compromisos, es decir, derechos y deberes, por el hecho de ser cristiano. Pon gamos algunos ejemplos para tipificar estas afirmaciones.

  1. La persona humana
    Está claro, como algo definitivamente adquirido por la conciencia del mundo actual, que todo hombre o mujer, simplemente por el hecho de ser “humano”, tiene una dignidad y unos derechos iguales a cualquier otro ser humano.

    En justicia se han de reconocer y conceder. Por eso se les defiende, se tiene el deber de respetarlos y se les reivindican cuando son conculcados. La democracia, en todas sus dimensiones, política, educativa, social o económica, encuentra allí su fundamento.

    El cristiano agrega a este dato el siguiente: el hombre y la mujer han sido creados a imagen de Dios y Él les ha confiado el dominio y administración de su creación. Por otra parte, un solo ser humano es tan valioso a los ojos de Dios que su propio Hijo, Dios como Él, se hizo hombre para dar su vida por la humanidad y así redimirla y divinizarla. El ateo no necesita estos datos para valorar al ser humano y perfeccionar el mundo. Pero el cristiano está animado también por esos otros motivos. Para él también la democracia tiene como último origen y fundamento a Dios.

    En labios de un cristiano, las expresiones “Nada humano me es ajeno”, “Todo ser humano es mi hermano” tienen un valor por ellas mismas en toda su profundidad humana, pero adquieren además una nueva luz y profundidad para él, porque Jesucristo, de quien es discípulo y seguidor, las asimiló y las hizo suyas.

    La Pastoral Social de la Iglesia y su promoción humana, dirigidas a todo hombre o mujer sin discriminación alguna, está enraizada profundamente en la alta valoración, tanto humana como cristiana, de toda persona.
  2. Los Diez Mandamientos
    Normalmente, los Diez Mandamientos tienen una connotación religiosa y, en un ambiente judío o cristiano, tienen también una clara referencia bíblica.

    Sin negar ni su connotación religiosa ni su referencia bíblica, hay que decir, sin embargo, que los Diez Mandamientos son un patrimonio de la humanidad, más allá de credos religiosos o ateísmos y están presen tes en cualquier civilización o cultura.

    ¿Quién se atreve a negar que en las tradiciones, leyes o costumbres de cualquier pueblo o etnia, se trasmiten y se exigen los siguientes mandamientos: “no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre y amarás al prójimo como a ti mismo”?
    Las constituciones y códigos de las naciones se ocupan, con creces, en legislar y establecer normas y reglamentos para que socialmente se respeten y cum plan esos mandatos humanos fundamentales. Las leyes de cualquier pueblo tienen sabor a Diez Mandamientos. Por eso, ellos son llamados, con toda razón, “leyes naturales”, propias del ser humano simplemente por ser humano, como el comer, trabajar, pensar, amar, procrear, descansar o recrearse.

    El creyente en Dios les dará un origen divino y los llamará como algo muy normal para él “los mandamientos de la ley de Dios”. Sin embargo, el no creyente los descubre como suyos, sin necesidad de darles una connotación religiosa o referencia bíblica. Son vistos como algo normal, natural, necesarios para una adecuada convivencia social.

    La historia enseña, por otra parte, que cuando las sociedades violan sistemática y grupalmente tales leyes o mandatos se debilitan, corrompen, degeneran, son dominadas fácilmente por otros grupos y hasta desaparecen.

    Nuestros antepasados se jactaban de su honestidad y moralidad afirmando: “Yo nunca he matado, ni robado”; y añadían a continuación: “Ni nunca he estado preso”. Con estas expresiones mostraban la guarda de los Mandamientos y las consecuencias que se podían seguir de sus violaciones.

    El cristiano, ciertamente, ha de cumplir el “no matarás”, el “no robarás” y demás mandamientos. Incluso los consideran como leyes venidas de Dios; conoce que la Biblia toda y Jesucristo en concreto los hacen suyos; los estudia y los profundiza. Pero sabe que su observación la tiene en común con el resto de la humanidad. Las leyes del cristianismo, propiamente tales, comienzan allí donde terminan las exigencias de los Diez Mandamientos.

    Se puede decir que los Diez Mandamientos son Palabra de Dios que están escritos en el libro de la creación y conciernen a todo ser humano; en cambio hay otros muchos mandatos, que son también Palabra de Dios, escritos en el libro de la Biblia y conciernen los del Antiguo Testamento a los judíos y los de ambos Testamentos a los cristianos.
  3. Defender y dar la vida
    La defensa de la vida es un derecho natural. Es el primero de los instintos: amenazada la vida, su defensa, se dice, es “instintiva”, rápida, inmediata, espontánea.

    Es un derecho tan universalmente reconocido que el quitar la vida a otro para defender la propia no es considerado un hecho violatorio del mandamiento “no matarás” ni de las leyes de los pueblos que regulan, en sus códigos, dicho mandato.

    El cristiano, por otra parte, recibe también el mandato de dar la vida por sus hermanos, siguiendo el ejemplo de Cristo que dio su vida por nosotros.

    Citemos a este propósito literalmente dos textos del apóstol Juan, uno de su Evangelio y el otro de su Primera Carta:

    “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos”, afirmó Jesucristo (Juan 15, 13).
    “En esto hemos conocido lo que es el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos” (1 Juan 3, 16).

    Dos mandatos “defender la vida” y “dar la vida”, ambos considerados de origen divino por un cristiano, el primero escrito en el libro de su humanidad creada y el segundo en el libro revelado de la Biblia, pueden significar un conflicto interno y espiritual para él en determinados momentos.

    Jesús mismo nos ofrece las pistas de solución. Él optó, con toda libertad y amor, por los sufrimientos y muerte en la cruz como camino para salvar a la humanidad, porque Dios, su Padre, se lo pidió. Pudo haber rehusado; y no lo hizo. También pudo defenderse, pero igualmente lo rehusó. La respuesta que dio al gobernador y juez Poncio Pilatos apunta en esa dirección, cuando afirma que su gente habría podido combatir por él para no ser entregado a los judíos ni tampoco a él (Juan 18, 36).

    Jesús, con poder y con su gente (los ángeles), pudo haber aplastado a los romanos y judíos y sus poderíos. No lo hizo por otras razones: quería salvar, redimir.

    En casos extremos, cuando pueda haber conflicto entre esos dos mandatos, el cristiano puede escoger uno u otro.

    Póngase, para ilustrar esto último, el caso de una madre cristiana que ve amenazada la vida de sus hijos e hijas por un atacante: sin lugar a dudas que en ese momento, por ser madre los defenderá con uñas y dientes, incluso hasta dar muerte a dicho atacante, aunque ella misma, en otra ocasión, sería capaz, por ser cristiana, de dar su propia vida por ese mismo delincuente para rescatarlo y rehabilitarlo.
  4. Otros ejemplos
    Solo en esta perspectiva de precisar qué es lo humano y qué es lo cristiano se guardará un justo equilibrio y se tendrá una adecuada comprensión de enseñanzas de Jesús, como las contenidas en el Evangelio de Mateo 5, 38 – 42:

    a) “Al que te abofetee en la mejilla derecha, ofrécele también la otra”.

    Como ser humano, en justicia, el abofeteado puede defenderse; como cristiano, puede ofrecerle la otra, porque sabe que la no-violencia radical es mucho más eficaz para lograr metas y alcanzar la paz.

    b) “Al que pleitea contigo para quitarte la túnica, déjale también el manto”.

    Como ser humano, en justicia, puedes defender tu túnica; como cristiano, por razones de amor y del bien del otro, se la puedes dejar y ofrecerle además el manto.

    c) “Y al que te obligue a andar una milla vete con él dos”.

    En derecho y en justicia, nadie está obligado a hacerlo; pero por otros motivos, ligados siempre al bien, el cristiano se puede sentir obligado a hacerlo.

    d) “A quien te pida dale y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda”.

    En justicia se debe pagar el salario justo y las deudas, pero nadie está obligado a dar a otro ni a prestarle. El cristiano, sin embargo, va más allá de la justicia y da por amor y solidaridad; y presta sin usura o sin interés alguno o condona las deudas, movido por el mandamiento de Jesús de “amar a los otros como Él amó”.

Conclusión
CERTIFICO que los valores humanos necesariamente obligan a los cristianos, pero los valores cristianos no necesariamente obligan a todos los seres humanos

DOY FE en Santiago de los Caballeros a los once (11) días del mes de octubre del año del Señor dos mil veinticuatro (2024).. l

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