Introducción

1 Profeta, según sus raíces griegas, es aquel que habla en nombre de otro. Una especie de embajador. Sin embargo, en la práctica, tiene una referencia religiosa: profeta es aquel que, llamado e inspirado por Dios, habla en nombre de Dios; es el que posee el don de la profecía. Más concretamente aun: profetas, profecía, profetizar y profetismo son términos que remiten inmediatamente a la Biblia, al Antiguo Testamento más que al Nuevo, aunque el hecho se encuentra también en los evangelios y en los escritos de los Apóstoles. Es una realidad de hoy; pero, espontáneamente, se piensa más en el pasado que en el presente.

  1. El profeta está también ligado al futuro: conoce por inspiración divina las cosas distantes o futuras. Predice el porvenir, pero no se le considera “un adivino”. Al contrario, el adivino se contrapone al profeta y la adivinación a la profecía, porque esta viene de Dios y aquella tiene otras causas, humanas o malignas. Las enseñanzas bíblicas y cristianas promueven las profecías y prohíben la adivinación.
  2. Aunque volcado hacia el futuro, sin embargo el profeta es hombre (varón o mujer) de su tiempo y del presente: ha recibido una experiencia inmediata de Dios, de sus valores y de lo que Él quiere para un pueblo o un grupo; descubre el contraste entre esta experiencia y la realidad corrupta que lo circunda; a esa luz juzga el presente y ve lo que acontecerá a ese pueblo en el futuro; si sigue por esos derroteros; se siente, entonces, enviado para recordar a los hombres las exigencias de Dios y llevarlos por la senda de la obediencia y el amor a los valores que deben orientar la existencia humana.
  3. Desde ese momento, el profeta es impelido por una fuerza interior, que ha aceptado libremente, a denunciar, anunciar y acompañar: Denuncia voluntariamente los males de su tiempo, y las consecuencias personales, familiares y sociales que se siguen de ellos; ataca de frente las lacras y enfermedades sociales; su palabra causa dolor, pero su pro pósito no es condenar, es sanar, salvar; es realista. Anuncia que es necesario un cambio y una con versión, no sólo personal sino social y política; que si no se realiza esa transformación, se seguirán calami dades y sufrimientos, que duran largos años: sólo entonces el pueblo y sus dirigentes cambiarán su corazón y conducta; después de esta nacerá un pueblo nuevo, y retornará el bienestar y la prosperidad: Dios y su mensaje y sus valores lo llenarán todo como las aguas cubren la mar; es hombre (varón y mujer) de esperanza.

    Acompaña durante todo este doloroso proceso a su gente, porque se siente parte de ellos y los ama: ve el presente viciado, las calamidades que se aproximan y la dicha comunitaria en el porvenir, pero no huye del presente hacia el futuro; es solidario.
  4. Hay falsos profetas:
    a) Son falsos profetas aquellos que sólo denuncian los males de su época, critican todo, se quejan de todo, condenan a todos, pero no aportan soluciones, no abren caminos, se cierran a la esperanza: son realistas en parte, pero sin futuro; terminan amargándose, con odio en sus corazones y rechazados socialmente.

    b) Son falsos profetas aquellos que anuncian que todo está bien, los pragmáticos que acomodan sus criterios a la realidad vigente, los que dicen que aquí no va a pasar nada, aunque hay corrupción, injusticias y egoísmo: son realistas en parte, pero sin visión de futuro; terminan corrompiéndose y aceptados por una sociedad que se ha ido corrompiendo.

    c) Son falsos profetas aquellos que tiran la piedra, es decir, denuncian, y luego abandonan, de alguna manera, a sus grupos o comunidades; los que ven responsabilidades sólo en el gobierno y no en todo el pueblo; los que sólo acusan a los demás y no se ven a ellos como parte de la realidad; los que ofrecen falsas soluciones, como los caminos de violencia o de búsqueda de poder, pero que no implican un cambio profundo de conciencia y de conducta: así sólo hay cambios de dirigentes, pero no de situación; terminan acomodándose y marginados socialmente.
  5. Los verdaderos profetas, en cambio, son aquellos que mantienen viva la conciencia del pueblo, al unir inseparablemente la denuncia, el anuncio y el acompañamiento. Son los centinelas, los vigilantes de las relaciones sociales y los críticos de la acción política de los gobernantes. Lo único importante para ellos es que se respete la justicia y el derecho en todas las facetas de la vida: en lo religioso, moral, político, en lo privado, en lo público, en los tribunales, en todas partes; son perseguidos duramente y no comprendidos, al principio, pero terminan siendo reconocidos, amados y venerados por sus pueblos: se alimentaron del amor y no del odio, al hacer sus denuncias; de la verdad y de la esperanza al anunciar tiempos mejores y no del engaño y falsas expectativas; de la solidaridad y la paciencia para acompañar a su gente.
  6. Si los filósofos griegos son testigos cualificados del amor a la verdad y a la defensa de ella, los profetas del antiguo Israel lo son del amor a la justicia y a la defensa de los derechos humanos. Necesitamos filósofos y profetas, que recojan los valores de la verdad y la justicia y los unan al valor que les da coherencia y consistencia: el amor mismo.

Conclusión
CERTIFICO que el contenido de este trabajo es de mi autoría.

DOY FE en Santiago de los Caballeros a los veintisiete (27) días del mes de septiembre del año del Señor dos mil veinticuatro (2024). l

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