Introducción
En el contexto de la celebración de los 100 años de la Coronación de la Virgen de la Altagracia, vale la pena traer a colación estas dos relaciones o narraciones sobre la Altagracia.

1- Relación Canónico Jerónimo de alcócer sobre La Altagracia.

Texto original de 1650

“La imagen miraculosa de nuestra señora de Alta Gracia está en la villa de Higüey, como treinta leguas de esta Ciudad de Santo Domingo; son innumerables las misericordias que Dios Nuestro Señor ha obrado y cada día obra con los que se encomiendan a esta Santa imagen: consta que la trajeron a esta isla dos hidalgos naturales de Plasencia en Extremadura, nombrados Alonso y Antonio de Trexo que fueron de los primeros pobladores de esta isla, personas nobles como consta de una cedula del Rey Don Felipe Primero año de 1506, en que encomienda al Gobernador de esta isla que los acomode y aproveche en ella, y habiendo experimentado algunos milagros que había hecho con ellos la pusieron para mayor veneración en la iglesia parroquial de Higüey, adonde eran vecinos y tenían haciendas.

Parece que no quiere Dios Nuestro Señor que salga de aquella villa. Porque a los principios enviaron a ella el Arzobispo y cabildo de la catedral y se desapareció de un arca adonde la traían cerrada con veneración y cuidado y el mismo tiempo se apareció en su iglesia de Higüey, adonde solía estar; está pintada en un lienzo muy delgado de media vara de largo y la pintura es del nacimiento y está Nuestra Señora con el Niño Jesús delante y San Joseph a sus espaldas. Y con haber tanto tiempo, tiene muy vivas las colores y la pintura como fresca; van en romería a esta santa imagen de Nuestra Señora de Altagracia de toda esta isla y de las partes de las isla que están más cerca y cada día se ven muchos milagros que por ser tantos ya no se averiguan ni escriben; algunos en señal de agradecimiento, los hacen pintar en las paredes y otras partes de la iglesia y con ser los menos ya no hay lugar para más; son muchas las limosnas que se hacen a esta santa iglesia y así está bien provista de ornamentos y tiene muchas lámparas de plata delante de su santa imagen”.

(Tomado de mi libro Nuestra Señora de la Altagracia, séptima edición, págs. 77-78).

2- Narración o leyenda popular de La Altagracia. Versión de don Juan Elías Moscoso. Texto de 1907
“Hace más de tres siglos, cuando todavía en las llanuras y bosques de Hicayagua se encontraban restos de la indígena raza, vivía con su familia en las regiones del Duey, uno de los antiguos colonizadores españoles, que disfrutaba de una buena fortuna y gozaba de merecida fama y del aprecio y estima de las altas dignidades de la colonia.

Era costumbre en él, en épocas señaladas, hacer viajes a esta ciudad del Ozama, con el principal objeto de vender su ganado para proveerse de los menesteres de su hogar.

En una ocasión, y al principio de enero, el buen padre emprendió uno de estos viajes, trayendo el encargo de sus dos hijas, jóvenes ambas, en la flor de la edad; la una, la mayor, alegre y muy dada a los divertimientos, aunque de inocentes costumbres, pidió que le llevase vestidos, cintas, encajes y otros aderezos; la otra, apenas en las catorce primaveras de la vida, y a quien llamaban “la Niña” en aquellos villorrios, era, por el contrario, de espíritu recogido, entregada a las prácticas religiosas, que eran de su mayor agrado, encargó a su padre la Virgen de la Altagracia.

Extraña fue para él, que nunca había oído hablar de tal virgen, la petición de su hija, pero así y todo, ella le afirmó que la encontraría en el viaje.

De regreso a sus predios, con los regalos de la hija mayor, llevaba el amoroso padre el hondo pesar de no haber conseguido la Virgen de la Altagracia para “la Niña”.

Habíala buscado por todas partes, y no encontrándola, la solicitó a los Canónicos del Cabildo y aún del mismo Arzobispo, quienes le contestaron que no existía tal advocación.

Al pasar por Los Dos Ríos, pernoctó en la casa de un viejo amigo. En este tránsito, ya entrada la noche, cenando todos en familia, refiriendo el caso de la Virgen desconocida, manifestó el huésped viajero el sentimiento de aparecerse en su casa, sin llevar el encargo que le había hecho su hija predilecta.

A la sazón un anciano de barba blanca, que había pedido le dejasen pasar allí la noche, desde el apartado rincón en que estaba sentado, se puso en pie y, adelantándose hacia la mesa de los convidados, dijo: –¿Qué no existe la Virgen de la Altagracia? Yo la traigo conmigo.

Y echando mano de su alforja, sacó un pergamino y desenvolvió una pintura en lienzo de una preciosa imagen que era la de María adorando a un recién nacido que estaba a sus pies en una cuna.

San José se veía detrás de ella arrebujado en su manto de noche con una vela encendida; y un lucero enviaba sus rayos esplendorosos a la faz de la criatura. Ante esta epifanía inesperada, habló el silencio, y todos, admirados, cayeron de rodillas.

Tocado de alegría, el rico propietario de las tierras de Cotubanamá se apresuró a ofrecer al viejo aparecido lo que éste le pidiese en ganados o monedas, por tan inestimable hallazgo.

Extendiendo su diestra el venerable anciano: –Toma, llévasela a “la Niña” –le contestó, y volviendo la espalda se fue a su rincón.

Más luego, el afortunado padre, viendo realizado el ideal de su fervorosa hija, reiteró sus promesas al generoso peregrino, invitándole a que pasase a su casa cuando quisiese para recibir la recompensa de su donativo.

Al rayar la aurora del nuevo día, se despertó la regocijada familia, y cuál fue su sorpresa al buscar y no encontrar por ninguna parte al misterioso aparecido.

Cuenta la tradición que la piadosa doncella acompañada de varias personas, recibió a su padre en el mismo lugar donde hoy se encuentra el santuario de Higüey, y que él, lleno de alborozo en sus salutaciones, entregó allí a su hija el tan esperado regalo.

Ella, al pie del naranjo que aún se conserva a pesar de los siglos, mostró a los concurrentes en aquel veinte y uno de enero, su soñada imagen y, desde ese momento, quedó establecido el venerado culto de la Virgen de la Altagracia, confundida en sus principios con el nombre de la Virgen de la Niña”.

(Tomado de mi libro NUESTRA SEÑORA DE LA ALTAGRACIA, séptima edición, págs. 79-82).

3- Conclusiones

“La historia de los Trejo y la narración del anciano, el padre y la hija parecen contradecirse. ¿Cuál de ellas es verdadera? Juntándolas las dos podemos encontrar la verdad completa.

La historia de los Trejo aparece, a todas luces, lógica: ellos vienen de Extremadura; allí es popular la Altagracia; se sabe que al dejar la patria cada uno llevaba consigo la devoción popular de su región; estos dos hermanos se establecieron en el Higüey de la Isla Española; allí llevaron la imagen de la Virgen de su devoción, la Altagracia.

Los historiadores aceptan estos datos y en ellos encuentran el origen de la Imagen de la Altagracia en Higüey.

Pero esta historia precisa y exacta es incompleta. No nos da la razón de otro hecho también histórico: ¿Cómo se explica que habiendo otras imágenes de la Altagracia y de otras advocaciones en la Isla precisamente la del lejano Higüey cautivara la devoción y el amor de los dominicanos? Hay aquí algo maravilloso, extraordinario, venido de parte de Dios. que el pueblo dominicano conoce muy bien, que no es recogido por la historia de los Trejo, pero sí en la narración que se transmitió oralmente de generación a generación. Hay verdades de la vida de los pueblos que saben recoger mejor las leyendas que sus historias críticas…

Así en la narración popular de la Altagracia aparece el dato de su aparición en un naranjo. Detrás de la devoción altagraciana hay, pues, un hecho extraordinario que se va a expresar y a multiplicar en muchos y variados “milagros” a lo largo de toda la isla y toda la historia de los dominicanos. Todos los días llegan a la Basílica testimonios de estas acciones divinas extraordinarias. Son tantas que casi se han hecho normales y tal vez por ser muchas, la mayoría no se anotan.

La Altagracia de Higüey es, por tanto, una Imagen marcada por algo fuera de lo común, histórica y realmente milagrosa. Es la experiencia de todo un pueblo. La historia de los Trejo no explica este origen; la leyenda sí.

¿Y qué manera más hermosa de decir que la Altagracia es un regalo extraordinario de Dios al pueblo dominicano y a sus descendientes que aquella de la narración popular altagraciana? …”
(Tomado de mi libro “Nuestra Señora de La Altagracia”, séptima edición, págs. 14-17).

Conclusión

CERTIFICO que los datos recogidos en este trabajo son de mi autoría, y están plasmados en mi libro “Nuestra Señora de La Altagracia”.

DOY FE en Santiago de los Caballeros, a los quince (15) días mes de septiembre del año del Señor 2021.

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