Introducción

Celebramos este 7 de mayo el 87 aniversario del nacimiento de José Ramón Peña, Papilin, seminarista del Seminario Santo Tomás de Aquino, mártir en la cárcel de La 40 y del régimen de Trujillo. Entre los actos celebrativos está una misa, en Santa Rosa de Lima, la que fue su parroquia, en La Romana. Papilin fue mi compañero en el Seminario.

El licenciado Reynaldo Espinal está escribiendo un libro sobre él, que será puesto en circulación próximamente. Me parece interesante reproducir aquí datos sobre Papilin, del mismo Reynaldo Espinal, publicados ya en Acento.com, en dos entregas sucesivas, los días 29 de enero y 5 de febrero de este 2023.

He aquí la segunda entrega de este trabajo.

4-Papilín inicia su calvario.
“Después de aquel memorable 10 de enero de 1960, cuando en la finca del productor arrocero Charlie Bogaert, en la provincia de Mao Valverde, se forma oficialmente el movimiento clandestino 14 de Junio y se escoge su primera directiva, todo comenzaría a tomar un giro dramático para los jóvenes adscritos al mismo.

Un enlace de Marcos Pérez Collado, de San Pedro de Macorís, fingiendo ser parte del Movimiento, asiste a la reunión de Mao, enterándose de todos los pormenores de su conformación y dando parte inmediata de los mismos al temible Servicio de Inteligencia Militar (SIM).

De esto modo comenzaría la persecución brutal y despiadada contra todos los integrantes del Movimiento. Poco a poco, fue haciendo sus estragos la delación. Con contadas excepciones, fueron cayendo aquellos valerosos jóvenes y llevados hasta las ergástulas infernales de La 40 y la Victoria.

Era la mañana del 20 de enero de 1960, vísperas de la festividad de Nuestra Señora de la Altagracia, Papilin junto a Luis Valoy acompañaba al Padre Abreu, quien oficiaba la misa en el templo parroquial de Santa Rosa de Lima.

Hasta allí llegaron los secuaces del SIM y sin mediar palabras apresaron a Papilin, iniciándose desde entonces su terrible calvario.

El ánimo se sobrecoge al escuchar y leer los testimonios de quienes compartieron prisión con Papilin (Rafael Valera Benítez, José Israel Cuello, Fafa Taveras, Francisco González (Pachico, Julio Escoto Santana), entre otros, en aquellos días oscuros y tormentosos. De ellos se dará cuenta más detalladamente en la segunda entrega del presente trabajo.

Su profunda fe y convicciones libertarias se acrecentaron en la medida en que se cebaba en su carne juvenil la sevicia criminal de los amaestrados torturadores. Freddy Bonnelly, prisionero junto a Papilin, en su interesante libro “Mi paso por la 40. Un Testimonio”, relata lo siguiente:

“…Manolito (Manuel Baquero) se molestaba con nosotros por habernos dejado convencer de Papilin de que rezáramos el rosario. Papilin era casi un niño, no creo que pasara de los diecisiete, pero muy robusto. Seminarista, de carácter bondadoso y muy firme y de un valor extraordinario…Él nos acercó a Cristo. Me contó de los muchos que convenció para ingresar en el Movimiento…”.

5-Papilín en las ergástuslas de La 40 y La Victoria. Su fe y su entereza ante el martirio.

“Ya en la madrugada del 21 de enero de 1960, día de Nuestra Señora de la Altagracia, el cuerpo atlético y juvenil de Papilin era la expresión viva del maltrato inmisericorde de los cancerberos de la tiranía, en la ergástula inmunda de la 40.

Así lo vieron y atestiguan sus compañeros de prisión, entre ellos José Israel Cuello, Francisco González (Pachico), Rafael Valera Benitez, Freddy Bonnelly, Julio Escoto Santana, entre otros, que le vieron crecerse en su entereza y gallardía en aquellas horas sombrías de atroz sufrimiento.

Las tensiones entre la Iglesia y el régimen se fueron incrementando, alcanzando su clímax con la famosa Carta Pastoral, firmada por todos los obispos dominicanos el domingo 25 de enero de 1960 y leída en todos los templos del país el domingo 31.

Desde entonces, la animadversión contra Papilin se hizo más fuerte. Le llamaban despectivamente “El Cura”, como forma de ridiculizar su ya manifiesta decisión de entregarse por entero al servicio del evangelio”.

6- Las nuevas armas introducidas por Papilín para desconcierto de sus verdugos: el crucifijo y el rezo del rosario.

Trasladado al penal inmundo de la Victoria, Papilin desafía a los desalmados torturadores con un método novedoso y desconcertante de reafirmar sus convicciones cristianas y, al propio tiempo, de protesta velada contra sus desmanes y atropellos.

Así lo describe Rafael Valera Benítez en su obra “Complot Delevado”:

“Papilin logró en las interminables galerías de solitarias de la Victoria hacer rezar el rosario, tarde por tarde, a centenares de presos que allí nos hacinábamos. En el crepúsculo, aquel coro de voces y aquella voz solista destacaban una nota fantasmal y solemne en medio de la lúgubre acústica del sitio. Propagó como un símbolo de resistencia el crucifijo y nos instó a que nos hiciéramos enviar crucifijos de nuestros familiares. Todo el mundo llegó a tener crucifijos. Inclusive, cuando alguien sabía que podía ir a dar con sus huesos a la cárcel, se hacía de un crucifijo si no lo tenía. La presencia de los crucifijos y la oración comenzó a ser registrada por Abbes García y los suyos como una nueva forma de resistencia. En la 40 comprobaban que, de repente, todo el mundo estaba más duro que antes y en el cuerpo desnudo de cada cautivo aparecía invariablemente ahora un crucifijo. ¿Qué estaba sucediendo?

El asunto comenzó a preocupar a Abbes García. Un fantasma estaba creciendo y había que encarar la circunstancia. A un ser humano se le pueden quebrar todos los huesos. Pero ¿cómo se lucha contra un fantasma? De repente el crucifijo y la oración fueron declarados tabúes en la cárcel, y por tanto, impracticables.

Una comisión de esbirros se apersonó en la cárcel de la Victoria y, celda por celda, nos fueron despojando de todos los crucifijo”.

El Padre Vinicio Disla (q.e.p.d), compañero de Papilin en sus años de seminario, también recogería en su interesante trabajo “Papilin desapareció” una interesante descripción de su singular respuesta, especie de bofetada sin mano a los abanderados del mal que intentaban humillarle:

“El consuelo de los que aún creían era rezar y Papilin rezaba. Dirigía el Rosario y muchas veces al día; y en medio de esos muros custodiados por hombres sin conciencia moral, se escuchaba el rumor seco y ronco, valiente y decidido de unos hombres que elevaban al cielo sus plegarias. El hecho era imponente.
Confundía a los malos, silenciaba al ateo y por eso arrancaron a todos, los rosarios. Y me cuentan algunos que Papilin rezaba desde una solitaria lanzando fuertes voces por el único agujero de la celda asquerosa”.
Aún en medio de los episodios más repugnantes; de los vejámenes más inenarrables, la acerada voluntad de Papilin; su fe profunda e inconmovible era soporte moral y espiritual para sus compañeros de infortunio. A este respecto, José Israel Cuello, en importante conferencia impartida en 1983, refiere lo siguiente, destacando el admirable comportamiento de Papilin en cárcel de La Victoria:

“Así nos trasladaron a La Victoria, una noche, después del asesinato, del fusilamiento de ese grupo de muchachos de Santiago; nos trasladaron a La Victoria en 6 o 7 guaguas policiales, todos desnudos y nos metieron en las llamadas solitarias de La Victoria.

Esas solitarias de la Victoria eran más tétricas que las de las 40, quizás por su experiencia mayor de muerte acumulada, por que las de La 40 eran de una cárcel relativamente nueva que todavía no estaban maceradas por el crimen, en ellas el crimen era reciente, pero las celdas de la Victoria tenían pústulas viejas, remotas, de muchos años, de muchos presos y sufrimientos.

En esa solitaria pasó sus últimos días el Seminarista Papilín González, de La Romana (No hay calles para él, y sí para algunos esbirros intelectuales y materiales, pero él tiene nuestro recuerdo y ellos nuestro eterno desprecio). Papilín se enfrentó a la primera de las tres latas iguales: una tenía harina hervida en agua; la otra tenía el destino del urinario; la tercera estaba reservada a las materias fecales de 25 hombres hacinados en 6 metros cuadrados de superficie. Papilín bendijo su lata, cuya similitud con las otras estaba dirigida a dar la imagen y a facilitar la posibilidad del intercambio de funciones y dijo a los demás: “esta es la comida”, en un tono que hizo sentir la palabra de Cristo en la Última cena “esta es mi sangre”.

CONCLUSIÓN

CERTIFICO que los datos traídos aquí son fidedignos.

DOY FE en Santiago de los Caballeros a los tres (3) días del mes de mayo del año del Señor dos mil veintitrés (2023).

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