Introducción
Se habla sobre la corrupción. Pero, ¿quiénes son los que hablan de corrupción? Más aún: ¿quiénes son los que, en verdad, podrían hablar de corrupción?

1- “Puede hablar de corrupción, con todo derecho, aquel que “tiene manos limpias”, que no se ha corrompido ni se deja corromper.

2- Lo puede hacer, con todo derecho y con fuerte impacto, aquel que se corrompió, pero que cambió su corazón y sus hechos y da testimonio de ello valientemente: “Yo fui …. pero ahora …”. Su palabra se hace muy creíble.

3- También el corrupto habla de corrupción y se coloca entre los no corruptos, pero ¿quién le cree? No se tapa el sol con un dedo. Como el avestruz, desea esconder su cabeza (su corrupción) en la arena de sus muchas palabras; pero a nadie puede engañar, porque el inmenso cuerpo de sus hechos no se puede ocultar. En ese mismo momento queda atrapado. Es cínico e hipócrita. Como los fariseos del Evangelio, son sepulcros blanqueados, limpios por fuera y por dentro repletos de podredumbre. A lo sumo podrá concedérseles este beneficio: “Hagan lo que ellos dicen, pero no lo que ellos hacen” (Mateo 23, 1-7).

4- Hay quienes tienen fe firme en el ser humano y en su capacidad para ser honestos, para vencer las ofertas de corrupción que les ofrece el mercado de la vida o para rehacer su conducta, si cayó en la tentación de la corrupción. Éstos se sienten con todo el derecho de hablar sobre ese tema.

5- Hay también quienes creen firmemente que todo hombre o mujer es tan débil y vulnerable frente a la corrupción que más tarde o más temprano puede caer en ella con tal de que se le ofrezca “el precio adecuado”. Son aquellos que no creen en la bondad desinteresada del ser humano y, por el contrario, tienen fe ciega en el siguiente aserto: “Todo hombre tiene un precio”. Éstos son corruptos por definición y convencimiento. Ellos hablan de corrupción y no corrupción”; pero mienten, encubren su profunda creencia. Tienen miedo de manifestar con palabras lo que ponen en práctica con sus hechos. Son cínicos y se burlan, en su interior, de aquellos a quienes corrompieron y los manipulan.

6- La más execrable de las corrupciones es la del administrador público, “ya que el empleado del Estado es un servidor del pueblo y administrador de bienes comunes, cuya obligación primordial es servir administrando o administrar sirviendo. Él está ahí en nombre de los propietarios (los ciudadanos todos de la nación) no para apropiárselos ni malversarlos ni para dilapidarlos o arriesgarlos ni para beneficiar políticas partidistas” (Conferencia del Episcopado Dominicano, Mensaje, 1975). ¿Con qué cara puede hablar de honestidad y no corrupción un administrador público corrupto?

7- Para hablar de corrupción, en todo caso, es necesario no hacerlo ni con prepotencia ni con orgullo. Ha de hacerse desde la más profunda humildad, porque todos podemos tener “alguna cola que pisar” en esta materia. En todas las familias se puede encontrar algún corrupto, pasado o presente, aunque uno mismo no lo sea. Pero el que tenga algún familiar implicado en los caminos de la corrupción no tiene óbice, de ningún modo, para hablar o dar lecciones sobre el tema. Al contrario, tal vez, el que haya tenido esta experiencia en el seno de su familia es quien tiene más autoridad para hacerlo, porque, sin lugar a dudas, ha vivido en carne propia y es testigo de los daños y estragos que deja la corrupción en el ambiente y la descendencia familiar: la divide, la contamina y pone sobre sus hombros el fardo de una herencia maldita. Sólo el paso del tiempo y de sucesivas generaciones logran liberarla y purificarla.

8- Por otra parte, la lacra de la corrupción ha de ser denunciada y combatida por quienes detestan la autoridad, sobre todo en materia de justicia, y con la “colaboración generosa de todos los ciudadanos, y sostenidos por una fuerte conciencia moral” (Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1981). Aquí la palabra que habla o denuncia, sea de la autoridad o de los ciudadanos, se fundamenta en la autoridad de “una fuerte conciencia moral”.

9- “De lo que se trata es de que el corrupto no se sienta inmune; de que sea castigado; de que se esté atento a que la corrupción no se produzca; y, si se produce, sea descubierta, llevada a juicio y severamente castigada”. (Conferencia del Episcopado Dominicano, Mensaje, 27 de febrero 2000, #5).

10- Pueden contribuir eficazmente a erradicar este mal de la sociedad civil, cristianos y hombres y mujeres de buena voluntad, cualificados por su origen familiar, escolar y comunitario, que promuevan, enseñen y difundan lo más posible la práctica de valores como la verdad, la honradez, la laboriosidad y el servicio del bien común. (Cfr. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica “La Iglesia en América”, 1990, #60).

11- Si no se habla, se denuncia y se deja inmune al corrupto, se “favorece la impunidad, el enriquecimiento ilícito, la falta de confianza, con respecto a las instituciones políticas, sobre todo en la administración de la justicia, en la inversión pública, no siempre clara, igual y eficaz para todos”. (Sínodo de Obispos de América, 1997, Proposición 37; Juan Pablo II, Exhortación Apostólica “La Iglesia en América” 1999, #23)”.

(Tomado de mi libro “Valores y virtudes”, primera edición, págs. 55- 59).

Conclusión

CERTIFICO que los contenidos de mi trabajo fueron extraídos textualmente de mi libro “Valores y virtudes”.

DOY FE en Santiago de los Caballeros, a los veintinueve (29) días del mes de julio del año del Señor 2021.

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