Introducción

El aire es para todos. Lo llena todo. No vemos el aire, no podemos vivir sin aire, nuestros pulmones y sangre están llenos de aire. El espíritu y las realidades espirituales son para todos, lo llenan todo, no se ven. Hablemos ahora de las realidades del Espíritu.

1- El espíritu es para todos los seres humanos
“La acción del Espíritu llega aún a aquellos que no conocen a Jesucristo” (Puebla #208).

En el Prefacio de la Misa de Pentecostés la Iglesia dirá que Él “inspira a todos los hombres de buena voluntad que buscan tu reino”.

Actúa en todos los cristianos, aunque se hayan dividido o separado:

“No deben olvidarse tampoco que todo lo que la gracia del Espíritu Santo obra en los hermanos separados puede contribuir también en la edificación” (Concilio Vaticano II, Decreto sobre el Ecumenismo #4).

Hay una insistencia en la Iglesia en esta universalidad del don del Espíritu. Ella lo aprendió de la Escritura:

“El Espíritu del Señor ha llenado la tierra” (Sabiduría 1, 7).
“Y sucederá, dice Dios, que derramaré mi Espíritu sobre toda carne” (Hechos 2, 17; Joel 3, 1ss).

Los primeros Apóstoles y la primitiva comunidad no comprendieron esta verdad al principio. Les costó aceptar que el Espíritu se daba, incluso, fuera de ellos. Pedro lo vio von sus propios ojos realizado en el pagano Cornelio y su familia. Y dio testimonio de ello: “Han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros” (Hechos 10, 47). Donde quiera que haya algo bueno o positivo, dentro o fuera de los cristianos, estén unidos o no, en gracia o en pecado, creyentes o no creyentes: todo viene del Espíritu, como la del viento, va más allá de nuestros cálculos o límites. No tiene fronteras”.
(Tomado de mi libro Para vivir pentecostés siempre. Tercera edición, págs. 14 y 15).

2- El padre y el hijo revelados por el espíritu
“Antes de su Pascua, Jesús anuncia el envío de “otro Paráclito” (Defensor), el Espíritu Santo. Este, que actuó ya en la Creación (cf. Gn 1,2) y “por los profetas” (Símbolo Niceno-Constantinopolitano: DS 150), estará ahora junto a los discípulos y en ellos (cf. Jn 14,17), para enseñarles (cf. Jn 14,16) y conducirlos “hasta la verdad completa” (Jn 16,13). El Espíritu Santo es revelado así como otra persona divina con relación a Jesús y al Padre” (Catecismo de la Iglesia Católica #243).

“El origen eterno del Espíritu se revela en su misión temporal. El Espíritu Santo es enviado a los Apóstoles y a la Iglesia tanto por el Padre en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona, una vez que vuelve junto al Padre (cf. Jn 14,26; 15,26; 16,14). El envío de la persona del Espíritu tras la glorificación de Jesús (cf. Jn 7,39), revela en plenitud el misterio de la Santa Trinidad”. (Catecismo de la Iglesia Católica #244).

“La fe apostólica relativa al Espíritu fue proclamada por el segundo Concilio Ecuménico en el año 381 en Constantinopla: “Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre” (DS 150). La Iglesia reconoce así al Padre como “la fuente y el origen de toda la divinidad” (Concilio de Toledo VI, año 638: DS 490). Sin embargo, el origen eterno del Espíritu Santo está en conexión con el del Hijo: “El Espíritu Santo, que es la tercera persona de la Trinidad, es Dios, uno e igual al Padre y al Hijo, de la misma sustancia y también de la misma naturaleza […] por eso, no se dice que es sólo el Espíritu del Padre, sino a la vez el espíritu del Padre y del Hijo” (Concilio de Toledo XI, año 675: DS 527). El Credo del Concilio de Constantinopla (año 381) confiesa: “Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria” (DS 150). (Catecismo de la Iglesia Católica 245)”.
(Tomado de mi libro Para vivir pentecostés siempre. Tercera edición, págs. 66 y 67).

3- Por el espíritu llamamos Padre a Dios
“Somos hijos e hijas de Dios gracias al Espíritu Santo que nos comunica la vida divina de Cristo: “El Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios” (Rom 8, 16). “Los que son movidos por el Espíritu de Dios, éstos don hijos de Dios” (Rom 8, 14-15).

“Y por ser sus hijos nos envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que grita: ¡Abba! ¡Padre! (Gálatas 4, 6). Y así “ha derramado su amor en nuestros corazones por el Espíritu que se nos ha dado” (Romanos 5, 5). Junto con el amor nos ha dado la fe y la esperanza, que nos vienen también del Espíritu Santo”.
(Tomado de mi libro Para vivir pentecostés siempre. Tercera edición, pág. 70).

4- Pedir el espíritu santo
“Hay que pedir, mediante la oración individual, grupal o comunitaria, el Espíritu Santo. No basta con conocer su existencia y suponer su acción omnipresente.

“Si pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu
Santo a los que se lo pidan!” (Lucas 11, 13).

Así lo hizo Jesús, el ungido y lleno del Espíritu:

“Y yo pediré al Padre y les dará otro paráclito para que esté con ustedes para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero ustedes le conocen, porque mora con ustedes y en ustedes está” (Juan 14, 15-17).

Pedir un nuevo Pentecostés y el Bautismo en el Espíritu. Ya el Espíritu Santo era conocido por los Apóstoles, moraba en ellos y había actuado en ellos, pero necesitaban el bautismo del Espíritu para perder el miedo, adquirir un nuevo ardor y lanzarse a evangelizar con valentía.

“Mientras estaba comiendo con ellos, les mandó que no se ausentasen de Jerusalén, sino que guardasen la promesa del Padre, que oísteis de mí: Que Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días” (Hechos, 1, 4-5). “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobres ustedes y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria y hasta los confines de la tierra”. (Hechos 1, 8).

Pedro, enseguida con nuevo ardor y renovada fuerza, junto a los demás apóstoles, empezó a evangelizar, a predicar el Kerigma, a bautizar, a realizar signos y prodigios, a establecer comunidades cristianas, a reunirlas para la oración, la escucha de la palabra y la Fracción del Pan (La Eucaristía), a constituir nuevos Ministros, como el diaconado y a organizar la Iglesia. (Hechos 2, 12).

Orar para pedir el Espíritu Santo sigue siendo hoy como lo fue ayer, una exigencia habitual de Dios para toda acción evangelizadora, de cualquier tipo que sea ésta”.
(Tomado de mi libro Para vivir pentecostés siempre. Tercera edición, págs. 72 y 73).

5- El hombre interior. El hombre espiritual
“Aunque somos ministros, servidores con obras externas, la vida del cristiano es “una vida escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3, 3). Por esto se llama “vida interior”.
Bajo el influjo del Espíritu Santo madura y se refuerza este hombre interior: “Según la riqueza de su gloria les concede ser poderosamente fortalecidos en el hombre interior por su Espíritu” (Efesios 3, 16).

El Espíritu humano que “conoce los secretos del hombre”, se encuentra con el Espíritu de Dios que “todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios” y conoce desde el principio “lo íntimo del hombre” (1 Corintios 2, 10-16)”.
(Tomado de mi libro Para vivir pentecostés siempre. Tercera edición, pág. 77).

6- La “ley natural” y la “ley del espíritu”
“La vida práctica del cristianismo, su vida moral, fundamentalmente no consiste en el cumplimiento del decálogo, los Diez Mandamientos. Ellos resumen “la ley natural” y deben de ser observados por todos los seres humanos, cristianos o no.
El cristiano, supuesto el cumplimiento de “la ley natural”, está regido por “la ley del Espíritu, que es “”la ley del amor
cristiano”:

“Un mandamiento nuevo les doy; que se amen los unos a otros como yo les he amado”.

El Espíritu Santo y el amor cristiano, el “ágape”, se identifica, porque amamos a Dios y a los hermanos, les servimos y nos entregamos a ellos con el amor que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (Romanos 5, 5). Este amor es distinto del “amor natural” (amor familiar, amical, de solidaridad). Este amor cristiano infunde nuevos bríos al amor natural y traspasa sus límites. Es el amor que nos lleva a amar como Cristo amó: amor que ama a todo ser humano, amor que perdona, amor que impulsa a la evangelización, amor que lleva a dar la propia vida por los amigos y por los enemigos.

La “ley natural” y todas las leyes de la creación son ley de Dios y competen a la Iglesia y a los cristianos, aunque no sólo a ellos. Pero la “ley cristiana”, la “ley del Espíritu”, no se limita a “la ley natural” a las “leyes de la creación”.

(Tomado de mi libro Para vivir pentecostés siempre. Tercera edición, págs. 78 y 79).

Conclusión
CERTIFICO que los contenidos de mi trabajo fueron extraídos textualmente de mi libro “Para vivir pentecostés siempre”.

DOY FE en Santiago de los Caballeros, a los veinte (20) días del mes de mayo del año del Señor 2021.

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