Introducción

De muchas maneras se puede presentar el “humanismo” o visión del ser humano, que promueve, explícita e implícitamente, el cristianismo. Se puede usar un lenguaje conceptual y directo, como, por ejemplo, en las siguientes aseveraciones: “Toda doctrina de la Iglesia sobre el ser humano se desarrolla a partir del principio que afirma la inviolable dignidad de la persona humana”.

“El mensaje fundamental de la Sagrada Escritura anuncia que la persona humana es criatura de Dios y especifica el elemento que la caracteriza y la distingue en su ser a imagen de Dios: “Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó” (Gn 1,27). Dios coloca la criatura humana en el centro y en la cumbre de la creación”.

“El hombre y la mujer tienen la misma dignidad y son de igual valor, no sólo porque ambos, en su diversidad, son imagen de Dios, sino más profundamente aún, porque el dinamismo de reciprocidad que anima el “nosotros” de la pareja humana es imagen de Dios”.

Estos conceptos son claros y precisos. Sin embargo, se puede utilizar también con mucho fruto el lenguaje simbólico. En la presente reflexión sobre el ser humano vamos a emplearlo concretamente a partir del “trigo”, como uno de los símbolos utilizados para identificar el ser y quehacer de la creatura humana.

1-Trigo
Jesús en una de sus parábolas compara a la persona humana con el trigo, sembrado por Dios en su campo y considerado bueno por él (cf. Parábola del trigo y la cizaña, Mateo 13, 24-30).

Sé tú mismo, hombre o mujer, sé trigo, semilla nacida desde el polvo, evolucionada hasta su estado actual y llamada a crecer y desarrollarse. Eres trigo o ser humano, eres vida desde el mismo momento de tu concepción.

El trigo, como un niño, se cuida y se cultiva para que nazca sano, pero él mismo, como tal, nace aún sin cultivar. Es áspero, rudo, no tiene modales.

Todos los granos de trigo nacen iguales, en derechos y dignidad, con las mismas posibilidades, tal cual los hombres y mujeres. Vienen en espigas, en comunidad, como los seres humanos en una familia; las espigas juntas forman un trigal, las familias en su conjunto se hacen pueblo, nación, sociedad civil.

El trigo, las espigas y el trigal, como cada persona humana, la familia y la humanidad, salieron buenas de la mano de Dios. Así lo consigna el libro bíblico del Génesis, después que Dios creó astros, semillas, plantas, animales y al ser humano: “Vio Dios cuanto había hecho y todo estaba muy bien” (Génesis 1, 31).
Sin embargo, “vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo y se fue” (Mateo 13, 25); vino Satanás, tentó a hombres y mujeres, y sembró el mal en sus corazones y en el mundo.

Hoy crecen juntos el trigo y la cizaña. Parecen iguales. Los “buenos” (el trigo) para restaurar el estado primitivo de la humanidad han intentado, a veces, eliminar de raíz a “los malos”, la cizaña. Pero el dueño del campo y del mundo les ha dicho: “No, no lo hagan, no sea que al recoger la cizaña, arranquen a la vez el trigo (es decir, comentario nuestro, para que no se expongan a cometer injusticias, barbaridades y discriminaciones). Dejen que crezcan juntos hasta la siega (es decir, de nuevo comentario nuestro, hasta que les llegue su final, su juicio propio y personal). Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: “Recojan primero la cizaña y átenla en gavillas para quemarla y el trigo recójanlo en el granero” (Mateo 13, 28-30).

Los granos de trigo, las personas, pueden permanecer enteros, tal y como nacieron, con su misma manera de ser y temperamento, sin mejorarlos ni educarlos, en el estado casi silvestre con el que salieron de la madre tierra o la madre mujer. Esto se refleja en expresiones tales como éstas: “Yo soy así, a mí hay que aceptarme de esa manera o que me boten”; “a mí hay que tragarme como soy o me vomitan”.

Los granos de trigo, duros ellos en su modo de ser original, son recogidos en el campo y comidos. También, enteros, se preparan diferentes platos con ellos, tal “los quipes árabes” o “el locrio de trigo” criollo. Sin embargo, pueden ser transformados en pan. Aquí, a todas las luces, aparece distinto y más comible.

Hoy en día ciertas propagandas promueven que los seres humanos permanezcan en estado de trigo silvestre. Oigamos algunas voces: “déjate llevar de tus instintos”; “dale todo gusto a tu cuerpo”; “yo no cambio, a mí que me dejen así”.

2-Pan
En cambio, cuando el trigo es trabajado, se transforma, pero seguirá siendo él mismo. Se abrirá a otros, formará una sola cosa con ellos y se volverá más útil, pan comible que da vida.

Al pasar por la piedra del molino, con tecnología vieja o nueva, se puede decir que el trigo es sometido al sufrimiento, al dolor: será triturado, pero se convertirá en harina, resultado de la unión de miles de granos de trigo. La harina no presenta la unidad dada en una espiga, pero en el fondo, son los mismos granos de trigo en una forma unitaria diferente. En cierto modo, los granos se han negado a sí mismos, han debido morir a una parte de su ser para alcanzar una forma superior.

Luego, para llegar a ser pan, necesitan del agua, de manos y de fuego. El agua compacta la harina, la hace flexible; las manos hacen la inversión económica, lo amasan y le dan forma; el fuego lo purifica y fija su identidad.

Gracias a este proceso, el trigo se ha hecho universal: el pan es comido en todos los pueblos de todas las épocas y ha llegado a ser el símbolo de todo alimento. “Danos hoy nuestro pan de cada día”. Los granos de trigo, duros y cerrados, hechos pan, son un hermano, un amigo. Se han convertido en pan partido y compartido. Hay varias clases de panes, unos más fieles a sí mismos que otros.

Del mismo modo, el ser humano, respetando sus características y particularidades, necesita ser trabajado. La educación, instrucción, formación o como se le llame, es el molino por el que ha de pasar todo ser humano. Sin ella podrá seguir siendo áspero grano de trigo, bueno y bello ciertamente, pero no llegará a dar de sí todo lo que puede dar.

La educación ha de ser integral, como el pan integral: humana, académica, ética.

Intervienen en ella de alguna manera, a parte del molino (signo de las exigencias y del sufrimiento propios del acto educativo), las manos que dan forma (las de los padres, de los educadores del entorno comunitario y la sociedad), ellas son símbolo del esfuerzo humano, del “poner de su parte” (también hay manos que deforman, que mal educan); el agua, símbolo de la humildad, de la docilidad, de la vida misma, disponible, tolerante, abierta a múltiples formas (¿quién niega que todas estas son características de una educación de calidad?); y el fuego, luminoso, brillante, que quema, purifica y elimina las escorias de la ignorancia.

Los granos de trigo pasan por el molino, las manos, el agua y el fuego, obligados. No se ha contado con ellos.

En cambio, en el acto educativo del ser humano entra la libertad, la de la propia persona y la de los demás. Por eso, puede quedarse sin educación, ser mal educado, recibir una educación parcial, manipulada, interesada; o permanecer una parte trigo y otro pan.

Para producir harina y pan, para hacer el trigo rentable, hay que invertir esfuerzos, energías y dinero.
Para que haya progreso, se ha repetido, es indiscutiblemente necesaria la educación. O dicho de otra manera, para que hayan seres humanos “rentables” (esta vez en el sentido amplio de la palabra: para que tengan calidad de vida digna y sean útiles en todo sentido) hay que invertir esfuerzos, energías y dinero en ellos.

3-Hostia
Desde sus orígenes, la liturgia cristiana tiene en sus celebraciones de la Misa o Eucaristía una oración, inspirada a su vez en la liturgia judía, que dice textualmente: “Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos: él será para nosotros pan de vida”, es decir, será transformado en Cristo.

Ese pan, llevado al altar, se llama normalmente hostia. El Diccionario de la Real Academia define así el término “hostia”: “Hoja redonda y delgada de pan ácimo, que se consagra en la misa y con la que se comulga”. De hecho, la hostia puede ser esa pequeña hoja redonda y delgada o puede ser más grande y tener otras formas.

En la visión cristiana del ser humano, éste no sólo es “imagen de Dios”, sino que está llamado a ser “deificado”, llegar a ser “dios por participación” creciente en el mismo ser de Dios.

El trigo hecho pan por el trabajo humano es consagrado, cristificado, deificado, por la acción de la oración, de la Palabra de Dios y del Espíritu Santo.

La humanidad toda, llegada a la plenitud de su evolución, desarrollada y educada, será, igualmente, “cristificada”, “deificada”, por la acción salvadora y santificadora de la Palabra de Dios y del Espíritu Santo.

Es bueno recalcar que el trabajo humano es el que hace al trigo, salido de la mano de Dios, pan y hostia, pero es el trabajo divino el que transforma a la hostia, salida de manos humanas, en Dios.

Conclusión
CERTIFICO que para el cristianismo, la humanidad plenamente evolucionada, trabajada y desarrollada, será deificada y Dios será todo en todos.

DOY FE en Santiago de los Caballeros a los seis (6) días del mes de junio del año del Señor dos mil veinticuatro (2024).

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