En las últimas décadas el mundo ha contemplado el desarrollo de enfermedades infecciosas que han ocasionado estragos en diferentes partes del planeta, la más reciente el COVID-19, que ha provocado la muerte de aproximadamente 5,6 millones de personas y ha puesto en peligro la economía mundial. Para recobrar el normal funcionamiento de las sociedades y economías a nivel nacional y regional las vacunas constituyen un elemento imprescindible.

Tener la vacuna fue uno de los objetivos que se marcaron las grandes potencias mundiales: China, Rusia, India, EEUU y la UE. Conseguirla primero no sólo daba una ventaja estratégica para relacionarse y vender, sino también, influencia política y económica para sus países y sus empresas y prestigio internacional en un momento de liderazgos cambiantes. De ahí que las vacunas se han convertido en un arma más de la diplomacia, por parte de las principales potencias internacionales; y el Gran Caribe un escenario donde juegan, utilizando como estrategias las exportaciones, donaciones o producción de vacunas.

El Gran Caribe se ha visto inmerso en la pugna geopolítica por la producción, comercialización y distribución de las vacunas, lo que afecta a los chinos (Sinovac, CanSinoBIO y Sinopharm) y rusos (Gamaleya y VECTOR) frente a EEUU y la UE (Moderna, Pfizer, AstraZeneca, Janssen (Johnson & Johnson y Novavax). China y Rusia y en menor grado la India tomaron varias iniciativas para incrementar su influencia que va desde el suministro de inmunizadores hasta la creciente provisión de vacunas al Gran Caribe en contraste con la estrategia de otras potencias que trataron de asegurarse en principio el mayor número posible de dosis.

La primera en anunciar la producción de su vacuna Sputnik V en agosto de 2020 fue Rusia y poco después emprendió una campaña de suministro no sólo en los países de América del Sur, sino también en Centroamérica, inclusive antes de que la vacuna recibiera una validación internacional. China siguió sus pasos con la distribución de las vacunas Sinopharma (utilizada en 86 países) y Sinovac (utilizada en 46 países) incluyendo a países como México, República Dominicana y Colombia y la vacuna CanSino (7 países la utilizan) en México. Por su parte la India adoptó una política activa de donaciones en el Gran Caribe. Donaron vacunas a Dominica, Antigua y Barbuda, San Cristóbal y Nieves, Barbados, Santa Lucía, Guyana, Belice, Bahamas, Nicaragua, Trinidad y Tobago, Jamaica, Guatemala y República Dominicana.

El avance de las vacunas chinas y rusas se aprovechó del “nacionalismo de vacunas” que primó en Estados Unidos durante el primer semestre de 2021. Tanto la administración de Trump como la de Biden invocaron la “Defense Production Act” con el propósito de combatir el COVID-19 y de aliviar los cuellos de botella en los suministros de insumos necesarios para la producción de vacunas. Para mayo de 2021, las vacunas chinas dominaban las campañas de vacunación en América Latina, en tanto la República Popular de China había despachado más de la mitad de 143.5 millones de dosis de vacunas que recibieron las 10 naciones más grandes de la región, mientras que las farmacéuticas occidentales AstraZeneca y Pfizer juntas habían entregado 59 millones.

Sin embargo, ya en mayo de 2021 Estados Unidos anunciaba que su gobierno enviaría 80 millones de vacunas contra el COVID-19 al exterior. Del primer tramo de 25 millones de dosis, 6 millones irían para América Latina y a países del Caribe. De los 55 millones de dosis restantes, aproximadamente 42 millones irían a los países de destino, a través de COVAX, de las cuales 14 millones eran para países de América Latina y el Caribe, como Colombia, Haití, República Dominicana, Panamá, Honduras, Costa Rica y otros países del CARICOM. Así mismo, algunos países miembros de la Unión Europea iniciaron un proceso de donaciones a países del Caribe a través del mecanismo COVAX. Cuba ha sido la excepción que ha desarrollado su propia vacuna, la Abdala aprobada en México, Nicaragua y Venezuela y la Soberana 2 aprobada en Nicaragua y Venezuela.

La estrategia geopolítica de donaciones y ventas de vacunas de Estados Unidos se fue desarrollando sobre la base de dos aspectos. El primero, acompañar a una mayor presencia de agencias estatales políticas y militares de Washington en la región y el segundo, reaccionar frente al avance de las vacunas de China y Rusia en su propia zona de influencia. Ese despliegue de la agenda de Washington se basó en cierto modo en un diagnóstico y una reacción a la influencia “negativa” de la geopolítica de vacunas de China y Rusia en la región, teniendo como instrumentos la denegación de acceso al mercado norteamericano y una fuerte campaña de desprestigio sobre las vacunas chinas y rusas.

En la disputa geopolítica entre estas potencias, China centró su estrategia en las exportaciones y en la internacionalización gradual de su producción mientras que Estados Unidos realizó donaciones bilaterales que combinó, a partir del anuncio de retorno a la Organización Mundial de la Salud, con contribuciones al mecanismo multilateral COVAX en el que participan 19 países de América Latina —además de los Estados Unidos, Canadá y 16 países caribeños.

En este escenario geopolítico la nota dominante frente a la vacunación por parte de los países de la región ha sido el bilateralismo, en lugar de una respuesta contundente coordinada y multilateral. Frente a la pugna geopolítica entre EEUU, China y Rusia por ganar influencia y “poder blando”, la región ha sido en cierto modo un espectador. La pandemia encontró al Gran Caribe en un momento de marcada debilidad en algunos de sus procesos de integración regional. La crisis sanitaria visibilizó la fragmentación, donde las alianzas entre los distintos bloques han sido parciales a la hora de enfrentar la pandemia.

El papel periférico de los organismos supranacionales de la región ha conducido a la mayoría de gobiernos del Gran Caribe a poner en marcha una estrategia mixta para comprar vacunas, bien adquiriéndolas por su cuenta, mediante negociaciones directas con las farmacéuticas o ciertos gobiernos, o bien entrando en el programa COVAX. En ese sentido la articulación y la concertación regional podría haber contribuido a respuestas más efectivas para enfrentar la pandemia.

Frente a esta crisis sanitaria hace falta una mayor cooperación, una coordinación de la respuesta conjunta y un mayor nivel de integración que permitan enfrentar los desafíos que retan la región. Sin embargo, esta situación geopolítica de las vacunas en un contexto de crisis sanitaria, brinda una valiosa oportunidad a los países del Gran Caribe para potenciar sus capacidades, no duplicar esfuerzos y sumar las lecciones aprendidas.
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Este artículo forma parte de las investigaciones realizadas en el proyecto “Connected Worlds: The Caribbean, Origin of Modern World”, dirigido por Consuelo Naranjo Orovio desde el Instituto de Historia-CSIC, España y financiado por la Unión Europea, Horizonte 2020, código Nº 823846.

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