A medida que se coordinaba la exposición del maestro Guillo Pérez en Zúrich, Suiza, se intensificaban los encuentros para el proceso de selección de las obras, el fichaje técnico, el diseño del catálogo, en fin, todos los aspectos tanto curatoriales como museográficos, además del trámite consular que, en cierto modo, era de los pasos más importantes, así como el transporte y seguro de las obras.

Del lado del maestro Guillo Pérez, empecé a adentrarme en el universo de la crítica y la curaduría, ya de manera más formal, teniendo incluso la oportunidad de conocer a Don Abil Peralta Agüero que, desde aquel entonces, me acogió como discípula y empezó a instruirme en relación a la línea de investigación que debía cultivar.

Para referirnos a la producción visual del maestro Guillo Pérez, la labor compilatoria y crítica de Don Abil es de estudio obligado, pues nadie le conoció mejor que él, ya que le acompañó buena parte de su carrera, cuidando el montaje de cada puesta en escena e instruyendo a su familia sobre el correcto manejo de la marca Guillo Pérez que, dicho sea de paso, es una marca país.

Pero volviendo a los encuentros con Don Guillo, siempre debía traerle su paquetico de casabe “made in” Monción. Me decía “muchachita incansable”, porque según él mi juventud me mantenía muy activa y pendiente de cada detalle.

Un día, el Maestro me habló de su “Nuevo Renacer”, expresión esta que intituló una de sus obras cumbres en la última etapa de su vida. Resulta que había estado delicado de salud y, un buen día, sorprendió a todos, pues se levantó de su cama y se dirigió a su taller. Su familia sorprendida, solo esperó a ver qué pasaba y, lo que ocurrió les dejó fascinados, pues el ideal de un sueño fue transmutado sin alteración en el lienzo.

Guillo Pérez había vuelto a nacer y eso se reflejaba en su pintura, sirviendo de motor para regresar a Europa, ya no como alumno, sino como uno de los más grandes y dignos representantes de las artes visuales de la República Dominicana.

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